Mi versión de la historia

Hace unos días Hernán les contó cómo Chiri y él decidieron que yo fuese la directora de esta película. Y aquel texto fue el resorte de éste, en donde les cuento mi versión de la historia.

Todo empieza con mi cuñado Mati, un pibe muy gracioso; de los tipos más felices y entrañables que conozco. Mati empezó a salir con mi hermana Luli hace casi doce años.

No recuerdo si antes o después de convertirse legalmente en mi cuñado, Mati me cuenta que asistía a un taller de literatura con un viejo docente de su escuela y me prendí al instante. Fuimos compañeros durante casi dos años en ese taller, hasta que el profe —el querido Javier Adúriz— enfermó y muy rápidamente murió.

Recuerdo que una vez, por recomendación de Mati, llevé tímidamente el guión de Las Buenas Intenciones para que mis compañeros lo leyeran. Las devoluciones fueron desastrosas. No había logrado que el grupo se identificara con el personaje de Gustavo, todo les parecía un horror. Tal vez pensaron que inventaba o que, simplemente, no era creíble la historia. Solo Mati, que conoció a mi viejo, entendía de qué estaba hablando y me alentaba. Pero el guión volvió varios años a un cajón.

En el 2013, Mati me cuenta que abría la Universidad Orsai y que él ya se había postulado mandando sus textos. Hice lo mismo: apliqué para el taller de «Crónica narrativa» que dictaba Josefina Licitra. El 18 de marzo de ese año me llega este mail:

Hola Ana, ¿cómo estás? Mirá, lamentablemente, Josefina ya eligió a sus doce alumnos, y esta vez no te ha tocado a vos. En los cursos de «Entrevista y perfil» y en «Periodismo cultural» todavía hay vacantes, Gonzalo Garcés y Pablo Perantuono no eligieron aún a su equipo. Si te interesa, podés aplicar a uno de ellos; si no, el 30 de marzo Orsai te va a devolver el dinero de las matrícula. Un abrazo grande.

Me anoté en el taller de «Entrevista y perfil» de Pablo Perantuono y, por error, quien me confirmaba por mail que había quedado elegida para asistir, me pone: «¡Hola, Ana! Pedro te eligió como alumna». Por un momento pensé que por equivocación (o destino) había quedado en el taller de Mairal. El malentendido se aclaró enseguida y empecé a cursar con Pablo.

A Pedro no lo conocí, pero ese año lo vi presentar El Gran Surubí en el bar Orsai de San Telmo. Tan espectacular había sido la experiencia de la Universidad Orsai que nunca pensé en mi cuñado Mati: gracias a él había pasado todo. Él, que no había sido llamado para los talleres. Él, que era más casciaresco.

Siete años después

Casi un año después del estreno de Las Buenas Intenciones recibo un mail de Josefina Licitra: para mí era como recibir un mail de Charly. La cosa es que Josefina me cuenta que Chiri le pasó Las Buenas Intenciones, que la vio tres veces, que lloró y que me invitaba a escribir para la próxima Orsai que saldrá en 2021. Yo estaba en el aire. Y sólo una persona podía entender exactamente por qué: Mati.

A Mati estas cosas le encantan, siempre nos dice que está buenísimo renovar anécdotas y dejar de hablar de los tiempos del viaje de egresados, o de cuando con sus amigos nerds intentaban levantarse minas y los rebotaban de los boliches.

Mati se apropia de las anécdotas aunque él no sea el protagonista: las disfruta y se las acuerda todas con frases textuales que casi siempre lo dejan mal parado. No le importa; le encantan los antihéroes y quiere ser uno.

Jamás, en ninguna de las buenas experiencias que tuve con Orsai, vino a decirme que fue gracias a él que viví las cosas que sigo viviendo. Mati mira y es feliz. Ya dije que es el tipo más feliz que conozco. Vive el presente con nostalgia y eso me enseñó a hacer a mí. Hoy tengo cerrado el texto para la próxima Orsai en papel y Mati ni me pidió leerlo. Va a esperar a la revista.

La playa

Con Mati y Luli compartimos muchas cosas y una de ellas es juntar a nuestros hijos. Como ellos viven en Mar del Plata, la pandemia nos obligó a estar lejos durante casi todo el 2020. Nunca habíamos pasado tanto tiempo sin vernos.

Así que una tarde de agosto, mientras hacíamos un zoom familiar, decidimos que la temporada de verano nos encontraría en una casita sobre la playa en Mar Azul. Reservamos inmediatamente para el primero de diciembre sin saber si, lo que en ese momento era un delirio, se concretaría tres meses después. Y sucedió. Y nos fundimos en ese famoso abrazo familiar que ya es un cantito recurrente en cada despedida de los hermanos Blaya que viven dispersos entre Asunción, la costa y CABA. Pero esta vez era un volvimos: no podía creer que estaba viendo a mi hermana, a Mati y a mis sobrinos de nuevo.

En el segundo desayuno que nos encontró juntos en la cocina, ese diciembre, Mati me mira buscando mi complicidad:

—¿Leíste la última del Gordo, no?

Yo ya sabía de qué me hablaba. Mati y yo pertenecemos a la Comunidad Orsai desde que arrancó y recibimos cada miércoles los mails de Hernán con las novedades. No participamos mucho comentando, pero estamos al tanto de las cosas que hacen y las charlamos siempre en tono de sorpresa, como esa vez que me explicó por qué valía la pena pagar el streaming de Casciari leyendo cuentos (la mayoría que ya conocíamos) en plena cuarentena. Había leído la noche anterior el mail. Pero Mati lo había estudiado casi de memoria.

—Nos vendió revistas, libros, streamings… ¡Pero ahora quiere juntar guita para hacer una película! No tiene idea en qué se mete.

Mati conocía a la perfección nuestra experiencia filmando Las Buenas Intenciones. El INCAA dando un premio en pesos que se devaluaba mes a mes, la financiación imposible de devolver…

—Dice que va a juntar seiscientos mil dólares. No sé si es un genio o un ladri.

—Ladri. ¡En dólares quiere que le pongan la tarasca, encima!

En eso se despierta Joaco, mi marido, y se mete:

—Eso es lo mejor de la idea, Ana.

Joaco sigue herido porque nos endeudamos en dólares: los cambiamos a 17 pesos para filmar y los terminamos devolviendo a 130. Pero esa es una historia con final feliz de pedo, sería como contar Cenicienta en primera persona.

—Es un ladri, es un genio, capaz se quema… pobre el que se meta ahí a dirigir.

Así estábamos en la sombrilla los cuatro, cagándonos de risa, cuando me suena el teléfono.

—¿Hola, Ana? ¿Cómo estás? Soy Chiri, de Orsai, te hablo porque vi tu película, bueno, todos la vimos, nos vimos también los videos de tu viejo en youtube, todos los posteos que tenés, ya siento como que te conozco.

—¡Yo también! ¡Te conozco desde hace como diez años, Chiri! ¿Cómo estás?

Así arrancó.

Mientras me alejaba de mi familia para escuchar mejor, lo dejé contarme el proyecto de La Uruguaya como si no hubiera estado riéndome de lo kamikaze de la idea minutos antes con Mati, Joaco y mi hermana.

Le dije que tenía el libro ahí, en mi mesa de luz, pero en realidad era la mesa de luz de Joaco: yo ya lo había leído. Le pregunté para qué me llamaba, en qué podía ayudar, imaginando que me convocaría para colaborar con el guión o algo así.

—¿Cómo para qué? Para que la dirijas.

Corte a

EXT. PLAYA – DÍA

ANA corre por la playa quemándose los pies, busca la sombrilla donde estaba y ve solo a JOACO con LULI, busca con la cabeza a MATI, quiere hablar con él primero.

ANA
¿Dónde está Mati?

LULI
Se fue a meter en el mar
con Vicente. ¿Qué pasó?

ANA
¡No saben quién me llamó!

ANA les cuenta todo a JOACO y a LULI. Los ojos de ambos se abren cada vez más. ANA tiene una sonrisa nerviosa que no puede disimular. En eso llega MATI del mar.

LULI
¡No sabés, Mati!

MATI
Dejame adivinar.
Casciari la llamó a Ana para
que dirija La Uruguaya.

ANA cambia la cara, no puede creer lo que oye. Lo mira emocionada y asiente lento.

JOACO
Igual no fue Casciari.
Fue el Chipi.

MATI y ANA explotan en una carcajada. Los cuatro se abrazan y empiezan a saltar delante de todos en la playa.

Joaco le dijo Chipi a Chiri los siguientes cinco días. Después aprendió.

Una yapa

Mati fue quien subió los cuatro discos de «Sorry» (la banda de mi viejo) a Spotify. Después de años, recaudó cien dólares. No sabía si comprar criptomonedas —como buen nerd que es— y al final los puso en La Uruguaya, me dijo que le parecía lo correcto, lo que mi viejo hubiera querido.

Por eso Mati está hoy entre nosotros opinando en los comentarios de este blog. Porque todo, todo esto que pasa con mi participación en la película, es gracias a él.

Acá tenés mi anécdota con vos, Mati querido.

Ana García Blaya

Ana García Blaya

(Buenos Aires, 1979) Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Sus primeros trabajos fueron en cine y publicidad. En 2019 estrenó Las buenas intenciones, su primera película. Fue exhibida en el Festival Internacional de Cine de Toronto y en el de San Sebastián. En 2022 estrenó La uruguaya, basada en la novela homónima de Pedro Mairal, producida junto a 1961 socios productores de la Comunidad Orsai. Por esta película, fue galardonada con el premio a la mejor dirección en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.