—Ahora, por suerte —continúa María—, voy a hacer prohibir, sacar, todo lo que se hace mal con la obra de Borges. Porque ahí, a mí, nadie viene a preguntarme.
—Pero con un gigante como internet, ¿cómo se controla eso?
—Ah no, ya ha habido varios procesos.
Probablemente se refiera a la proscripción de las traducciones al inglés de la propia página web del antiguo traductor de Borges, Norman Thomas di Giovanni, único lugar en el que podían leerse sus libros, tras quedar fuera de impresión. En cambio cuenta lo difícil que fue demostrar que el poema «Instantes», publicado en la revista argentina Uno Mismo tras la muerte de Borges, no era de él sino de una poetisa estadounidense. «Yo tengo la paciencia de Buda. Busqué ocho años de mi vida hasta encontrar el original, gracias a amigos míos que me ayudan en esto, porque lo quieren a Borges.»
Los juicios y acciones legales que ha llevado adelante María Kodama son ya una especie de sello distintivo. Uno de los más famosos, sin embargo, no lo inició ella sino Epifanía Uveda de Robledo, «Fanny», el ama de llaves de Borges, que estuvo al servicio de él y de su madre por más de treinta años. Fue por la sucesión testamentaria, en el intento de demostrar que Kodama había captado la voluntad del escritor. En 1979, él le había legado a Fanny la mitad de su dinero en efectivo y en los bancos nacionales y extranjeros. En 1985, a poco de partir hacia su destino final en Ginebra, Borges modificó el testamento en dos aspectos: los apoderados eran otros (uno de ellos, Vidaurre) y, en lugar de dejarle la mitad de su capital monetario a Fanny, le «donaba» dos mil quinientos australes en efectivo.
Cuando Borges y Kodama partieron, Epifanía se quedó, como siempre, en el departamento de Maipú 994 que compartía con el escritor. Después del casamiento, llegó un abogado y le cerró el acceso a todo el piso. Fanny y su nieto Manuel, que vivió con ella y con Borges durante varios años, pudieron moverse desde entonces solo entre su habitación y la puerta de servicio. Al fallecer el escritor, los echaron.
—Me acuerdo de María Kodama como una mujer muy simpática, muy leída; me acuerdo de su risa —recuerda hoy Manuel en un café de Buenos Aires—. Nunca imaginé que iba a hacerle eso a mi abuela.
—Se cuenta que el abogado hizo que Fanny le diera la plata que Borges guardaba en los libros.
—Cuando eso pasó mi abuela no me dejó salir de la habitación. Pero la escuché señalando libro por libro: «En este, en este, en este…». Ella sabía en qué libros Borges guardaba plata; desde que murió la madre, mi abuela se hacía cargo de todo en la casa. Y siempre decía «el señor no fue»; sabía que era imposible que Borges se portara así con ella.
En el juicio —que Fanny perdería—, trascendió de una testigo que Kodama le había dicho a Borges que la mucama le robaba. La propia María me lo dice:
—La fiel servidora no era tan fiel servidora. Ella se llevó manuscritos de Borges que desaparecieron, todo un escándalo.
—En su segundo testamento, Borges cambia lo que le lega a Fanny —le digo a Kodama.
—Vos habrás leído, ya que tenés este tipo de información, el libro que Alejandro Vaccaro escribió con ella.
Se refiere a El señor Borges, publicado por editorial Edhasa en 2004.
—Sé que existe, pero no lo leí.
—Lo cuenta ahí: un día viajábamos y al llegar al aeropuerto, el pasaporte que Fanny le había puesto a Borges era el de la madre. Y ni Borges ni Jesucristo salen del país con el pasaporte de su mamá. Le dije que yo iba a buscarlo, pero él llamó a Fanny para que lo trajera. Contestación de ella: «Yo no se lo voy a llevar nada», y colgó. Naturalmente, el viaje no se pudo hacer. Volvimos a la casa, histérico Borges, y le dice: «Usted no tiene perdón de Dios». Contestación de ella: «¡Si usted no cree en Dios!».
Para María, esa «falta de respeto» es la razón —o una de las razones— por la que Borges cambió su testamento.
—Él a veces me ayudaba a estudiar —prosigue Manuel—. Y en forma de premio me daba plata: «Fijáte en la biblioteca, buscá el camello». Yo buscaba hasta encontrar el dibujo en el lomo. Se lo llevaba, él sacaba plata y me la daba. Le decía «no, señor», y él insistía: «Tomá, guardála». Yo tenía doce años, y obviamente me iba chocho al colegio. Pero a mi abuela no le gustaba que me diera plata ni que yo la aceptara. Era una mujer muy humilde. Por eso me va a doler hasta el último día de mi vida que digan que Fanny se quedó con algo que no le correspondía.
—En una entrevista de 2010, María dijo que Fanny lo maltrataba.
Manuel respira hondo.
—Que me lo diga en la cara.