De qué se trata «Canelones», la primera miniserie financiada por la Comunidad Orsai

Pueden enterarse, en menos de diez minutos y escuchándolo en vivo, cuál es la trama principal de la miniserie y por qué va a ser un éxito.

En noviembre de 2013 los integrantes de «Perros de la calle» visitaron Barcelona, donde yo vivía, e hicieron el programa allí durante una semana entera. Yo todavía no trabajaba con ellos: esa vez fui al piso como invitado y leí un cuento llamado «Canelones», en el que narro una broma que le hice a una pobre mujer en mi adolescencia.

La historia es real: en 1988 jugábamos con mi amigo Chiri a llamar por teléfono a vecinos al azar para divertirnos y, cuando me tocó el turno, una señora mayor me confundió con su hijo, un hijo que vivía lejos y con el que estaba peleado. Entonces hice uno de los mayores daños de mi vida: me fingí el hijo ausente y le dije que estaba en la ciudad. Antes de cortar, le dije que pasaría a visitarla y le pedí que me esperase con canelones. Recién cuando corté entendí la dimensión de esa crueldad.

Ese cuento siempre surte efecto, porque deja al lector con un nudo en la garganta. Cuando lo leí en la radio funcionó muy bien y un montón de oyentes llamaron por teléfono para insultarme.

En esa época «Perros de la calle» iba desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde y era (sigue siendo) uno de los programas de radio más escuchados de la Argentina. Entre las miles de personas que escucharon mi cuento, hubo alguien en Río Grande, Tierra del Fuego, que reconoció la historia.

Daniel Olesnik era, en ese momento, gerente de Brightstar Fueguina SA, la multinacional norteamericana que ensambla los celulares en el país. Aquella mañana de 2013 le faltaban seis meses para jubilarse y estaba escuchando la radio. 

A la mitad de mi cuento supo que la señora de los canelones era OIinda, su madre, una mujer que se suicidó tras una larga depresión a finales de los ochenta y que le dejó una casa en Mercedes, Buenos Aires, y una carta de despedida.

Esa carta siempre le generó confusión, por un párrafo incomprensible al final: «El daño que me hiciste aquella noche, Dani, no me lo merecía». Desde 1989 Daniel Olesnik leyó muchas veces esa frase, sin entender. ¿De qué noche hablaba su mamá, de qué daño? Al escuchar mi cuento por la radio, Daniel entendió.

Después de escuchar el cuento en la radio, Olesnik empezó a googlearme. Y se obsesionó con mi vida. Y con las personas de mi entorno. 

En mi Gmail tengo dos correos suyos con fecha 2014 en donde quería reunirse conmigo; me decía que no lucrara con su dolor ni con el nombre de su madre. Yo no sé si nunca leí esos correos, o si los leí y no los creí reales. Pero no respondí. 

También le escribió, sin suerte, a la que era mi mujer en ese momento. Y dejó mensajes en el correo electrónico de la Editorial Orsai hasta enero de 2015. Nunca recibió respuesta.

En esa misma época vio que Chichita, mi mamá, tenía mucha actividad en las redes sociales y contactó con ella por Facebook. Mi mamá sí le respondió. Daniel Olesnik y ella empezaron a tener una relación virtual.

Esto ocurrió entre junio y julio de 2015. En esa época Chichita había quedado viuda por segunda vez y usaba las redes para relacionarse con hombres de su edad. La soledad, o mejor dicho el miedo a la soledad, hacía que mi mamá se arriesgara en relaciones esporádicas y a veces peligrosas.

Con Daniel Olesnik conversaron tres o cuatro meses sin verse. Chichita le contaba a mi hermana (nunca a mí) que las charlas con «el señor del sur» (así lo llamaba) eran maravillosas y que a veces prefería chatear con él a verse con cualquier otro en persona.

Tenían edades similares (mi mamá es de 1947 y él de 1949) y ambos vivieron en Mercedes en los años setenta. Tenían temas en común. Hoy Chichita asegura que nunca se enamoró de él, pero creo que lo dice bajo la sombra de todo lo horrible que pasó la noche en que estuvieron juntos.

Eso fue a mediados de octubre, cuando ofrecí un recital de cuentos en Mercedes. Viajé desde Barcelona a mi ciudad natal, a la que no iba desde la muerte de mi padre, y leí cuentos en el Centro Cultural La Trocha. Mi mamá estaba en la primera fila escuchándome leer. 

No sabíamos que en la fila trece estaba Daniel Olesnik, que había llegado desde la Patagonia sin avisar.

Cuando terminó el recital de cuentos firmé libros un buen rato. Hoy sé que le firmé un libro a Daniel, y que le puse «con fingido afecto», un chiste que solía hacer bastante en esa época. También sé que Daniel se acercó a mi mamá a la salida del Centro Cultural y le dio la sorpresa de su visita.

El otro día le hicimos un montón de preguntas a Chichita sobre esa noche. Cuando Daniel se dio a conocer, ¿te alegraste al verlo? ¿Era realmente como parecía en los chats? ¿Aceptaste enseguida la invitación a cenar en su casa? ¿Cómo no te diste cuenta, mamá, de que era todo una trampa?

Por supuesto, Chichita no se dio cuenta de nada y estaba feliz de ver en persona al hombre con el que chateaba desde hacía unos meses. 

Según las cámaras de seguridad, Chichita salió del Centro Cultural La Trocha, a las 22:11, del brazo de un hombre. Se subieron a un Citroën Picasso gris dos minutos después y salieron con dirección a la Ruta 5.

Yo me fui caminando con Chiri hasta su casa. El primer llamado de Chichita a mi celular lo recibí a las 5:09 AM. Con una voz que me pareció extraña, mi mamá me pedía que fuera inmediatamente a una dirección específica sin hacer preguntas. Y me pasó la ubicación de una quinta lejos del casco urbano.

En ese momento intuí que estaba pasando algo extraño, y lo confirmé en un segundo mensaje una hora después. Alguien quería verme a mí, y estaba usando a mi madre para conseguirlo.

Intuí el peligro, pero jamás imaginé lo que estaba pasando. Nunca pensé que una broma telefónica hecha en la adolescencia pudiera volver como un boomerang a cambiarnos la vida.

Hernán Casciari

Hernán Casciari

(Mercedes, 1971) Fundó la Comunidad Orsai, un proyecto autogestivo que incluye contenidos editoriales, de cine, teatro y televisión. Publicó varios libros de cuentos, novelas e historietas y es el editor responsable de la revista Orsai. Fue columnista de La Nación y El País, hasta que renunció. Desde 2003 escribe ficción en directo en la red.