La foto de Facebook

Empezó una nueva temporada de Casciari en «Perros de la calle» y la dinámica es la de siempre: los oyentes cuentan anécdotas y el escritor tiene dos horas para armar una historia con ellas.

No tengo un recuerdo muy claro de ese día, ni tampoco de esa foto. Y ahí está el problema: los días que después van a ser importantes en nuestra vida, los fundamentales, los únicos, se disfrazan de días comunes en el recuerdo. Y no tenemos la capacidad de recordarlos bien. Mil veces me dijiste que vos tampoco te acordás del día que te hiciste la graciosa para salir en la foto de unos desconocidos.

No guardamos en la memoria lo que va a ser importante. Por eso ciertos recuerdos se nos pixelan. Nadie nos dice «ojo, que la chica que pasó atrás tuyo en el baile va a ser la madre de tus hijos». Nadie nos avisa…

No existe una voz en off en el documental de nuestra vida que explique, con la voz de Morgan Freeman: «Si prestás atención, esta será la última vez que verás a tu padre con vida». No es un documental nuestra vida.

No hay carteles en París que digan «aprovechen, porque nunca más van a pisar París».

Todo en la vida parece azaroso y abundante, como si estuviéramos el desayunador de un hotel de cinco estrellas. Mezclamos jamón crudo con banana, café con salmón, y caminamos con el plato, medio dormidos, mordisqueando cosas al azar, sin saber que un día, no mucho después, vamos a pasar hambre.

Yo tampoco me recuerdo la noche en que vos, Victoria, te metiste en una foto mía, en la fiesta, haciéndote la graciosa, ni tampoco recuerdo por qué elegí esa foto para mi primer perfil de Facebook. Siete años antes de que nos conociéramos de verdad. La mayoría de nuestras acciones son porque sí. Después les ponemos un porqué, cuando necesitamos justificarlas.

Los días no son automáticos. Los días están llenos de riesgos y de velocidad, pero algunos de nosotros preferimos ir por el carril lento.

Tampoco me recuerdo qué le dije a mi papá la última tarde que lo vi, si hablamos de la ferretería o de mis cosas, del estudio. O si hablamos de mamá. No sé. A veces me tranquiliza saber que esa tarde no nos peleamos por ejemplo, que ese día no le eché en cara nada. Fue un saludo tranquilo de padre a hijo, de hijo que se va a la escuela, de padre que se va a la ferretería. Lo veo irse todavía por el zaguán, ajeno a su muerte inminente, a su corazón enfermo.

Nadie nos dice nada en la vida. Me hubiera encantado haber previsto la llegada de nuestro primer hijo. Y a vos también. Una voz metálica que nos hubiera prevenido: «Les recordamos que en este polvo que está a punto de finalizar van ustedes a ser padres por primera vez; olviden libertades personales, fiestas con amigos, y dormir de noche durante muchos años. Último aviso antes de que se les pongan los ojos para atrás. ¿Están ustedes seguros de continuar?».

¡Ah, lo que nos hubiera gustado! Nadie nos dice nada. La felicidad y la tragedia no aparecen en nuestro Google Calendar.

En nuestra primera cita, siete años después de aquella foto en la que nos conocimos sin conocernos, te vi a los ojos por primera vez. Cuando salvaste a ese chico, cuando le hiciste un torniquete, vi la preocupación en tus ojos. Ese recuerdo sí es imborrable, lo tengo guardado en alta definición, no está pixelado.

Igual que el día que nació nuestro primer hijo también tenías esos ojos de adrenalina. En el inicio de la vida y en el final de la vida grabamos todo en full HD, hay algo que nos dice que lo que ocurre es importante.

Pero ahora, que ya nos pasó todo lo que nos tenía que pasar, ahora que nuestros hijos ya tienen hijos, y que nuestra casa está llena de nuestros recuerdos, yo sé que lo más importante es lo que olvidamos.

La primera vez que me fui a dormir en paz al lado tuyo. No me acuerdo cuándo fue, pero fue importante. El día que apareció el primer limón del limonero. Fue importante. Nuestra tercera película. ¿Vos te acordás cuando fue? Yo no. Las conversaciones en voz baja cuando el primer nieto se quedaba a dormir en casa. Eso es lo más importante. 

Pero nadie sabe cuál es el hit del disco de nuestras vidas. Las mejores historias están al costado, entre los yuyos del camino. El azar escribe las partituras, nosotros solamente ejecutamos como podemos la canción.

Una vez, Victoria, le dijiste algo a la segunda de nuestras nietas. Algo simple, luminoso, muy tuyo, que quedó en la cabeza de esa nena de cinco años. Y esa chica después fue grande, y admirada, y necesaria en la sociedad. Si vos no le hubieras dicho aquello, esa nena no se hubiera animado a cambiar el mundo.

Las historias viajan del pasado al futuro, veloces, no son lineales. De atrás para adelante y de adelante para atrás. Nosotros no sabemos protagonistas de qué somos.  Nosotros somos mucho más que los setenta o noventa años que nos tocan vivir. Nuestros padres y nuestros hijos también somos nosotros.

Y ahora, Victoria, que ya no estamos en este mundo, ahora que cumplieron todos nuestros hijos y nuestros nietos nuestro pedido de ser enterrados juntos, me gusta volar alrededor de lo que fuimos, ver crecer a los bisnietos, y saber que toda la familia a veces nos recuerda.

Y me gusta la foto que eligieron poner en nuestra tumba. Es una hermosa foto. Yo estoy un poco distraído pero feliz con una cerveza en la mano, y vos estás a la izquierda, entrando en cuadro, graciosa.

Teníamos un poco menos de veinte años. No nos conocíamos.

Pero sabíamos que todo, todo, todo, estaba por empezar.

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