Te quedás cuidando lo que yo más quiero

Una familia en la que todo marcha bien, un adolescente que una noche en la que su papá salió de madrugada queda al cuidado de su hogar, una falla en la mecánica de un arma de fuego: el diablo siempre mete la cola.

Desde el robo que tuvimos en diciembre, cada vez que mi papá sale temprano me levanta de la cama y me dice: «Brian, te quedás cuidando lo que yo más quiero». Y a mí me da orgullo esa responsabilidad. Porque tengo diecinueve años y ya soy un hombre, y porque en la casa quedan durmiendo mi madre, Rosario, y Esmeralda, que es como si fuera mi hermana.

Porque mi papá en verdad no es mi papá. Yo ahora tengo el acento de aquí, pero nací en Santo Domingo, en la República Dominicana, como mi madre. Y cuando yo tenía nueve años mi madre escapó de ese lugar, conmigo en brazos, se vino a hacer una vida a este país, y conoció a un buen hombre aquí en Chacabuco.

Mi papá del corazón estaba viudo, muy recientemente, y tenía a su hijita de solo un año. Y comenzamos a estar juntos los cuatro. Podría haber salido espantosa esa convivencia, pero nos convertimos en una familia. A Esmeralda, que ahora tiene nueve años, yo la conocí cuando era un bebé, por eso digo que es mi hermanita de verdad, y no una media hermana.

Pasé una adolescencia feliz, en Chacabuco. Y el año pasado, antes de las Navidades, me convertí en un hombre. Resulta que nos entraron ladrones, por los techos. Entonces mi papá descolgó una carabina vieja, que estaba como adorno en el living, y los quiso asustar. Pero uno de los ladrones se le echó encima. Yo no sé de dónde saqué la fuerza y lo defendí, y entre los dos sacamos a los ladrones a patadas. Desde ese día mi papá me empezó a ver distinto. Y también mi mamá. Y Esmeralda me empezó a mirar como a un héroe.

A la tarde siguiente fuimos al centro con mi papá y le compramos balas a la carabina vieja. Por las dudas nada más. La carabina siguió colgada en la pared, como adorno, y las balas fueron al cajón de la cocina. Una cosa… bien lejos de la otra.

Hasta esta madrugada, que mi papá se fue muy temprano a una capacitación en Buenos Aires. Son como doscientos kilómetros, así que salió a eso de las cinco de la mañana. Yo creo que los ladrones lo vieron salir. Mi madre y mi hermanita dormían, pero yo no, porque mi papá me despertó y me dijo su frase: «Brian, te quedás cuidando lo que yo más quiero». Después no pasó ni media hora cuando sentí los ruidos en el techo.

Yo no sé si eran los mismos ladrones buscando revancha, o si eran otros; pero los pasos eran los mismos. Primero busqué las balas en la cocina y después descolgué la carabina de la pared. La cargué. Mi idea era hacer un disparo al aire para asustarlos.

Entonces salí al patio (descalzo, sentí el rocío) apunté a los árboles y quise disparar, pero la carabina estaba oxidada. Tendríamos que haberla probado antes (pensé) no sé por qué no la probamos. Quise disparar de nuevo y se encasquilló, se quedó trabada. Me dio mucha frustración, y entonces pegué un grito. Grité: «Estoy armado hijos de puta». Grité fuerte, para asustarlos y que se fueran. Y funcionó: sentí sus pasos más rápidos en el techo, pero en la dirección contraria, como si empezaran a escapar.

Ya estaba clareando y como soy ágil, tuve la idea de subirme al techo y perseguirlos. Entonces vi el macetero alto para treparme, y como necesitaba las dos manos tiré la carabina al suelo.

En ese momento abrió la puerta del patio, medio dormida, mi madre con Esmeralda de la mano. Habían escuchado mis gritos. Y justo cuando mi madre me empezaba a preguntar «Brian, qué pasó, por qué gritas», justo en mitad de esa frase, la carabina que yo había soltado tocó el suelo y se disparó.

Fue un estruendo. Los pájaros se espantaron de los árboles. Tardé diez segundos en entender por qué Esmeralda estaba en el suelo. Parecía una muñeca de trapo, porque mi mamá no le había soltado la mano, pero ella estaba en el suelo, sin vida, con la mano en alto. La bala le entró por su ojito derecho. Y ahora ella está muerta, mi hermana.

Y en cualquier momento alguien va a llamar a mi papá, que está viajando por la ruta, para decirle que tiene que volver. Para decirle que no supe cuidar lo que él más quería en la vida.