Un hombre sensato

¿Quién no conoce el cuento del tío? ¿Y el robo virtual, y la estafa por teléfono? Al protagonista de este cuento le pasa todo eso y más.

Me sonó el teléfono muy temprano, un poco antes de salir a trabajar. Primero pensé que era mi madre, que vive en Formosa, y me asusté por la hora. Pero no era mi madre. «¿Hablo con Emilio?», me dijo la voz de un hombre. Yo dije que sí. Entonces este hombre puso voz de contento y me dijo: «¡Te ganaste el Telekino, Emilio: 150 mil pesos son tuyos!».

Pero yo soy un hombre sensato, y le dije que no podía ser, porque nunca juego al Telekino. Entonces el hombre me explicó: «A ver. ¿Vos naciste el día 2 del mes 10 del año 77? (Sí). ¿Y tenés 40 años? (Sí). ¿Y tu DNI termina en 11?». Yo le dije que sí a todo, sorprendido porque este hombre sabía un montón. Y él me dijo: «Entonces te ganaste el Telekino, Emilio, porque anoche salió el 02, el 10, el 77, el 40 y el 11; y la empresa Telekino te quiere premiar con 150 mil pesos, aunque no hayas jugado».

Yo soy un hombre sensato, pero nunca pensé que ese llamado pudiera ser una trampa. Lo único que pensé es que 150 mil pesos son quince meses trabajando de peón de obra. Y también pensé que tengo dos hijos chicos, y que Mariel está embarazada. Así que bienvenida la suerte. Eso pensé.

—¿Y qué tengo que hacer para cobrar la plata esa? —le pregunté al hombre.

«Más que nada, Emilio, apuráte», me dijo, «porque es hasta el mediodía el premio, y después se vence… ¿A dónde tenés un cajero cerca?».

Yo vivo en Oncativo, en Córdoba, en zona rural. Así que agarré la Zanellita de Mariel y me fui bien tempranito hasta el centro del pueblo, por Ruta 9… Son un poco más de quince kilómetros. El hombre me dijo que en cuanto llegara al Banco Nación le devolviera la llamada, que él me iba a decir cómo hacer para cobrar la plata. Me dijo que era un trámite fácil, que no iba a estar más de diez, quince minutos en el cajero.

Yo entro a la obra a las nueve, así que me daba tiempo. No podía creer que tuviera tanta suerte, así de golpe además. Durante el viaje en la motito fui pensando lo que iba a hacer con la plata. Y como soy un hombre sensato, no pensé cosas raras.

Pensé que me iba a terminar la casa, que los chicos iban a tener camperas nuevas para el invierno, y que hasta me podía sobrar un poco para mandarle a mi vieja en Formosa.

Cuando llegué al cajero tuve como una especie de sensación rara. Entonces lo llamé a este hombre y le pregunté: «¿Pero usted de dónde es, de Telekino?». Y él me dijo que no. Me dijo que era abogado, que me iba a ayudar con el trámite del cobro, pero que después, cuando yo cobrara, él se iba a quedar con el diez por ciento.

¡Qué cosa extraña! Eso que me dijo, en vez de hacerme ruido, me convenció de que era verdad. No sé por qué. Pero me pareció sensato. Entonces me puse enfrente del cajero y le dije: «Bueno entonces: ¿qué tengo que hacer para cobrar el premio?».

Y el hombre me fue diciendo. Que teclée mi contraseña, que ponga los números del DNI, que haga esto, que haga lo otro… Claro, ahora que lo voy contando ya sé que caí en una trampa, pero esa mañana tenía sentido. ¿Por qué no iba a ser verdad?

Me paseó de un lado al otro, me fue pidiendo claves y datos y cosas. Yo apretaba los botoncitos que él me iba diciendo. Y en un momento me dijo que ya estaba. Que me iba a salir un ticket del cajero y que yo le tenía que sacar una foto, al ticket, y mandarle la foto por mensajito.

Yo hice lo que me pedía y él me dijo: «Listo Emilio. En una semana vas a tener la plata en tu cuenta. Felicitaciones, en nombre de Telekino», me dijo. Y colgó.

Yo después me fui a trabajar. Traté de que no se me notara la sonrisa durante toda la tarde. A la noche no le dije nada a Mariel, para que no se pusiera nerviosa con el embarazo. Mi idea era dejar que pasara la semana, entrar a casa con la plata en una bolsa y sorprenderla.

A la semana exacta fui al banco sin que me llamara nadie, de puro ansioso. Y le dije al chico del mostrador si ya estaba lista mi plata del Telekino. Y ahí me enteré de lo que me habían hecho.

El gerente del banco me lo tuvo que explicar dos veces, para que yo lo entendiera:

—Lo que usted hizo la semana pasada, Emilio —me dijo el gerente, en voz muy alta, como si yo fuera sordo—, lo que usted hizo fue sacar con nosotros un crédito de 100 mil pesos, y según consta, dos minutos después, en la misma operación, usted hizo dos transferencias de 50 mil pesos cada una, a estas dos cajas de ahorro de Buenos Aires. ¿Lo ve? Mire. Y ahora, Emilio, usted tiene 72 meses para devolvernos ese dinero que le prestamos, en cuotas de 4.933 pesos, que tendrá que empezar a pagar desde el próximo miércoles dos de mayo.

Yo primero pedí agua. Y después les expliqué a los del banco que alguien me había llamado por teléfono, que yo soy peón de obra, que gano diez mil pesos por mes, que Mariel está embarazada… Pero ellos me dijeron que no pueden hacer nada.

Así que salí del banco tratando de que nadie viera que yo estaba llorando, porque soy un hombre grande, tengo cuarenta años ya, y no está bien ir llorando por la calle. No lloraba por las cosas que iba a hacer con la plata, sino por la sensación de engaño. Es una sensación horrible.

Y entonces, en la vereda del banco, un muchacho de traje para su auto al lado mío y me dice (por la ventanilla) que escuchó la conversación con el gerente, y que me quiere ayudar. Que el banco se tiene que hacer cargo, porque no es legal dar créditos con tanta facilidad.

Le pregunté al muchacho por qué quería ayudarme. Y me dijo que él era abogado, y que cuando yo le ganara el juicio al banco, él se iba a quedar con el diez por ciento. Me abrió la puerta del auto y sonrió.

Y a mí, aunque la voz del muchacho se parecía bastante a la del Telekino, me pareció sensato. Y me subí al auto.