Cómo escribí la autobiografía de Silvia Süller

Juan Sklar se metió en la casa de Silvia Suller todas las noches durante un mes para descubrir cómo fue su vida. Aquí la crónica.

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Entro al departamento de Silvia Süller. En el living están Vero y Goyo. Vero es la editora de Galaxia. Goyo es el que tuvo la idea de hacer el libro de Silvia, el que me llamó, el que convenció a la editorial y el que se va a llevar una moneda por no hacer nada.

—Juanchito, ¿te puedo decir Juanchito?

—Sí, Silvia. —Escucháme bien, Juanchito. Para que vos y yo trabajemos bien me tenés prometer una cosa.

—Sí, Silvia. —No te enamores de mí. Dale, jurámelo.

Vuelvo a casa en el subte. La cabeza me explota. Voy a escribir la autobiografía de Silvia Süller. Tengo un mes para hacerlo. Me van a pagar trece mil pesos. Silvia quiere que nos juntemos a charlar todas las noches, a partir de las doce.

Goyo me llamó al celular. Me dijo: «Quiero que escribas todas sus fiestas sexuales. Quiero que diga, teta, concha, pija y leche en el orto. Quiero saber cuántas porongas se metió en la boca. Quiero conocer su gloria y su miseria. Qué se siente haber sido famosa para terminar siendo puta. Quiero saber todo. Y lo que no te cuente, lo inventás».

—Por favor, no te cojas a Silvia Süller —me dice Trinidad. Los dos estamos en la cama, acabamos de garchar. Silencio.

—Te la vas a coger. Sos un forro.

—¿Qué esperabas?

—No sé. Que no me metas los cuernos con Silvia Süller.

—¿Sos mi novia?

—No, no soy tu novia.

—Entonces no te voy a meter los cuernos.

—Te tenés que coger a Silvia Süller —me dice mi amigo Bruxi. Estamos en el árabe de Canning y Nicaragua.

—Boludo, es Silvia Süller. ¿Cómo no te la vas a garchar? ¿Sabés las pajas que me hice con Silvia Süller? Acabale en las tetas y sacale una foto.

—No sé…

—¡Es Silvia Süller!

—Además está Trinidad…

—¿Sigue diciendo que no es tu novia?

—Sí.

—Andá y cogete a Silvia Süller.

Llego a la casa de Silvia. Son las 12 de la noche. Me anuncio en portería.

—No contestan. ¿Querés que intente de nuevo?

Le digo que sí. Espero. Pasan cinco minutos. Nada. Diez. Nada. Lo llamo a Goyo. Goyo llama a Silvia. Goyo me llama a mí. Atiendo.

—Silvia tuvo un problemita. Se excedió con los somníferos. Me dijo que te diga que vuelvas mañana. 

—Ay, Juanchito. Desde el ‘93, cuando Soldán me echó de su casa y se complotó con mi madre para sacarme a mi hijo, duermo empastillada. A veces no me hace efecto y paso de largo. Se hacen las dos, tres, cuatro de la tarde y sigo despierta. A las seis vino mi psiquiatra. Me dio una pichicata más fuerte y me quedé dormida. Cuando viniste vos todavía estaba grogui. ¿Me perdonás?

—¿Posta fuiste a la casa y estaba pasada de psicofármacos? ¿Es así? ¿Realmente es así? ¿O se apagan las cámaras y es una señora normal?

Bruxi está en llamas.

—Para mí es así.

—No puede ser. Tenés que encontrar a la verdadera Silvia.

—No hay verdadera Silvia. Ella es eso. Ayer me contó lo del plantel de San Lorenzo.

—¿Se los cogió a todos?

—A ocho. Pero de a uno.

—¿Dio nombres?

—Dio nombres. También se cogió a Descensorella, a Armando Samarbide, a Carlos John Fromaggio, a un presidente de Paraguay, a Miguel Templos, a Nerón y a Korespo (juntos),  a Vial y a Rotura (juntos), a dos jueces de la Corte Suprema, y a John Bobbit.

—¡Qué genia Silvia! ¿Antes o después de que le cortaran la pija?

—Después. Con la pija suturada.

—Tremendo. Cogetelá, boludo. Hacelo por mí. Cogetelá.

—Está bien. Cogete a Silvia Süller —me dice Trinidad.

Acabamos de garchar. Estamos desnudos tirados en su cama.

—Pero una sola vez, y al final del proyecto. Si te la cogés antes de terminar el libro, o si te la cogés más de una vez, no nos vemos más.

—Si aceptás que sos mi novia, no me la cojo nunca.

—Una sola vez, y al final del proyecto.

No puedo dejar de pensar en Silvia.  Hoy la escuché hablar durante casi cuatro horas. Tuvo todo. No tiene nada. Ni casa, ni fama, ni pareja, ni plata, ni amigos. Su hijo no le habla. Casi todos sus familiares la odian. Los que no la odian le tienen pena. No es feliz. Nunca fue feliz. Ni siquiera en los ‘90. Tuvo cuatro maridos. El primero la dejó por un hombre. El segundo la corneó embarazada. El cuarto intentó matarla y luego matarse él. El tercero fue Silvio Soldán, que la echó de la casa y le sacó a su hijo. Lo sigue amando.

La increíble noche del 31 de agosto. Parte 1

—Vos no entendés—me dice Silvia mientras comemos una fugazzetta rellena de en La Farola de Nuñez—. Yo soy muy Susanita.

Le doy un bocado a mi porción, que desborda de muzzarella.

—¿No me creés?

No sé si le creo, pero cuando Silvia monologa mejor asentir y tomar nota.

—Mirá. Te voy a dibujar el sueño de mi vida. Dame el cuaderno ese donde anotás tus chanchadas.

Le doy mi cuaderno rojo y una lapicera. En la última página, Silvia se pone a dibujar una casita con árboles, una cerca, flores, un caminito, una chimenea, un sol y un lago con patos. Los elementos son idílicos, pero la ejecución es macabra. El trazo tiembla. Los patos parecen flechas. La cerca, un conjunto de lápidas. Las flores, niños enterrados tratando de escapar de la tierra que se los traga. El sol, aunque sonríe, está ausente, como si hubiera tomado Rivotril. Está firmado: “Para Juanchi, con todo mi corazón, sos un dulce. ¡Chuick! Silvia Süller. 31/8/14”

En el taxi yendo a lo de Silvia. Estoy llegando tarde. Hoy mientras daba clase tocó el timbre Princesa Peronista, una mina con la que tuve un par de encuentros sexuales. Dejé de verla el día en que tuvo un brote psicótico en mi casa. Hace un rato me dijo por el portero que quería coger. Me excité, le dije que viniera más tarde. Vino. Cogimos. Horrible. Un primer polvo corto, tenso, sin mirarnos, y después otro más porque se quejó de que no había acabado. Para acabar tuve que pensar en Trinidad.

Silvia y yo. Su living.

—Todos los hombres del país se hicieron la paja conmigo.

—Yo no.

—¿Cómo que no? No puede ser.

—No me hago la paja con famosas. Prefiero hacérmela con recuerdos, o con personas que conozco.

—Para mí sos puto.

—Vengo de echarme dos polvos con una mina.

—Serás bisexual, porque macho—macho no sos ni en pedo.

Silvia y yo. Su balcón.

—Silvia, ¿no preferís que hagamos la entrevista acá afuera? Está lindo.

—Me da vértigo.

—¿Sabías que el vértigo es el producto de tener ganas de saltar y la conciencia de que te morirías?

—No digas pavadas. Si yo quisiera saltar, salto.

Silvia y yo. Sillones.

—Bueno, Silvia. Vamos terminando.

—Recién empezamos.

—Son las cuatro de la mañana.

—Eso te pasa por culear antes de venir a verme. La próxima vez que culeás, no venís.

Conseguí este trabajo porque el año pasado publiqué una crónica sobre mis años de guía turístico sexual. Esa crónica la leyeron más de 70.000 personas en tres días. Entre ellos estaba Goyo. Me llamó y me ofreció escribir la autobiografía de Silvia. Dudé. Me preguntó qué más tenía. Le dije que tenía una novela. Mandamela. Si está buena se la llevamos a Galaxia. Mientras tanto, empecemos a laburar en el libro de Silvia. Acepté. Goyo todavía no leyó mi novela.

Desde que estoy escribiendo la autobiografía de Silvia, Google Ads solo me ofrece pelucas.

Silvia llama a Goyo. Silvia se queja. Silvia dice que soy muy pibe y que no sé nada de su vida. Que soy un pelotudo porque no tengo televisión. Goyo responde.

Quedate tranquila, Silvia. Es el escritor perfecto. Es joven y no está contaminado por la tele.

Silvia se calma. Goyo me llama a mí.

Esta vieja del orto me está volviendo loco. Manejala, es mina.

Once de la noche. Recién termino de dar clases. Trabajé todo el día. Tengo siete mensajes de texto de Silvia preguntándome a qué hora llego. Quiero quedarme en casa, bañarme y meterme en la cama.

¿Para qué agarré este trabajo? No necesito la plata. No me gusta, no lo disfruto. Agarré el laburo porque Goyo me prometió llevar mi novela a Galaxia. Soy una puta.

—Silvia, ¿te cogiste a algún político?

—No voy a dar nombres.

—Silvia, ¿te cogiste al presidente Osvaldo Méndez?

—Sí, y a sus dos hijos. Y al presidente Trudo también.

—Leele a mi mamá un poema de los tuyos—me pide Silvia.

En el departamento estamos Silvia, su madre y yo. Invitó a su mamá para que cuente historias de su niñez. Hasta ahora no me dijeron nada interesante. Sobre un mueble hay un florero con jazmines. Lo traje yo. Silvia está de mejor humor si le traigo flores o chocolates. Los paga la editorial.

Saco un cuaderno, busco un poema. Leo.

—Este poema se llama “Mojada”.

—Seguro que es de una mujer que se empapó en la lluvia—acota la vieja.

—No, ma. Escuchá. 

Silvia ya conoce el poema. Se lo leí la noche anterior. Arranco.

—“Mojada, la concha de su novia mojada”

—¡Qué asco!—grita la señora. Se para indignada y se va a la cocina.

—Seguí, seguí—arenga Silvia.

—”Mojada como no lo está nunca / mojada que le chorrea hasta el culo / mojada que moja todo / mojada que rebalsa / mojada que halaga”.

—¡Chancho!—grita la viejita.

A Silvia le da un ataque de risa.

—¡Seguí, seguí!

—”Mojada que no importa como la meta emboca / mojada que da pudor / mojada que no es flujo, es jugo, es almíbar, es fiesta / y si pudiera le hundiría una cuchara sopera y se la tragaría entera / Mojada”.

Silvia no para de reír.

—Uy, no. Me hice pis.

La madre vuelve de la cocina.

—¿Ves que sos una tarada? Otra vez te measte encima.

—Perdón, Juanchito. Mi mamá tiene razón, cuando me río, me meo.

—Nélida, ¿usted cree que su hija va a ir al Cielo?

—¡Claro que voy a ir al Cielo!—interrumpe Silvia—. Yo soy una madre ejemplar, una católica devota.

La madre de Silvia no dice nada. Ochenta años. Petisa, inquieta, crucifijo en el pecho.

—¿Qué? ¿Porque cogí con muchos tipos voy a ir al infierno? No me jodan, a Dios le da lo mismo con quién te acostás.

—No es por eso—corta la madre.

Silencio.

—Es por los bebés. Por los bebés que mataste.

Silencio.

—¿De qué hablás, mamá?

—No quiero hablar con el grabador prendido.

—Lo que tengas que decir, decilo.

—Los abortos, Silvia. Todos los abortos que te hiciste. Los chicos que asesinaste van a volver en tus sueños, con los ojos cosidos.Y no te van a dejar dormir.

La increíble noche del 31 de agosto de 2014. Parte 2

—Se va a morir este año—me grita Silvia desde el living. Yo estoy en la cocina buscando un plato limpio para el postre. Abro la alacena. Hay pilas de envases descartables, esos donde viene la comida de delivery, todos usados. Ningún plato, salvo los que usamos para comer la pizza de La Farola. Aparece Silvia.

—¿Qué hacés? Cerrá eso.

Cierro la alacena.

—No hay más platos. Tenés que limpiar los que usamos antes.

Me pongo a lavar.

—Se va a morir este año porque se le acaba el pacto que hizo con el demonio. Ella le pidió que la haga vivir hasta los cien. Ya los cumplió. Este año crepa.

—¿Tita?

—¡No la nombres!— grita Silvia y se toca su inmensa teta izquierda. Silvia está en camisón, sin maquillaje ni corpiño. Cada vez que nombro a la madre de Soldán, se amasa un pecho. Va hasta el living y vuelve con una rama de palo santo. La prende. Agita el tronquito por la cocina.

—Fuera bestia, fuera Satán, fuera demonio, de mi propiedad. Fuera bestia, fuera Satán…

—Silvia, estás flasheando.

—¿No me creés? Te juego lo que quieras a que se muere este año.

—Un auto.

—Hecho.

—Ponémelo por escrito.

—Obvio. Dame tu cuaderno de poetucho inmundo.

Se lo doy. Escribe.

Si Genoveva Adelina Teruggi (Tita) cumple 101 años, yo, Silvia del Carmen Süller me comprometo a regalarle a Juan Ignacio Sklar un automóvil a elección suya.

Silvia Süller

Firma

DNI 12.296.420 Bs. As. 31/8/14

Trinidad y yo estamos comiendo en MASH, el restaurant de curry que hay enfrente de mi casa.

—Hoy me mandó un mail la editora diciéndome que ella cree que Silvia tiene problemas psiquiátricos…

—Tiene razón.

—…y adjunto me mandó un paper para que lea.

—A ver…

Saco el teléfono, bajo el mail, abro el adjunto y se lo doy a leer. Trinidad es psicóloga. Trabaja en un hospital público y hace guardias. También investiga. Tiene un par de papers publicados sobre conductismo. Lee. Sonríe.

—Te mandó un pedazo del DSM IV. Es el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría. La editora cree que Silvia es fronteriza.

—¿Y?

—Para ser fronterizo, según el DSM, hay que cumplir con cinco de nueve características. Silvia tiene las nueve.

Me río.

—No te rías. Vos tenés cuatro de nueve.

Dejo de reírme

—Uno. “Sentimientos crónicos de vacío.” Dos. “Ira inapropiada e intensa o dificultades para controlar la ira”. Tres. “Inestabilidad emocional”.

—Pero lo manejo, ¿o no?

—Cuatro. “Impulsividad en, al menos, dos áreas.” En tu caso, el sexo y la plata. Y por último: “Un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación.”

—Esta no me parece.

—¿Me estás cargando? Estás todo el día insistiendo con que sea tu novia y que soy la madre de tus hijos y después desaparecés tres días y no me hablás. Yo sé qué pensás de mí y sé qué hacés cuando no me hablás.

—Entonces tengo cinco de nueve.

—No sé. Todavía tengo esperanzas.

El barman de Duarte me sirve un Old Fashioned a mí y otro a mi amigo, el Burgués Sensible. Tomamos.

—Estuve pensando sobre Silvia—arranca—. Sobre lo que me contás, sobre cómo la describís.

—Decime.

—No te lo tomes a mal.

—Dale, decime.

—Es solo mi opinión, no significa que sea así.

—Decilo de una vez.

—Silvia Süller es muy parecida a tu vieja.

El Burgués Sensible y yo fuimos juntos al primario. Nos fuimos de vacaciones juntos. Solos y con nuestras familias.

—Dice cualquier cosa que se le pasa por la cabeza,sin el menor cuidado por lo que pueda sentir el otro. Al mismo tiempo, es muy sensible, con una fragilidad que no está a la altura de su violencia. Y las dos, por lo que contás, le echan la culpa de todos sus problemas a un hombre. Un hombre al que agreden todo el tiempo pero al cual no dejan de amar nunca. Silvia a Soldán, y tu mamá a tu papá. Las dos son graciosas, las dos son chispeantes. A las dos les gusta hablar de sexo, y por lo que me contaste de tus padres, las dos tuvieron una vida sexual muy frondosa.

En Duarte suena Lonely Boy de los Black Keys. Miro a mi amigo en silencio. Tomo un trago.

—Sí, puede ser. No lo había pensado.

Entonces aparece Doctor Paco. Doctor Paco también fue con nosotros al primario. Es abogado.

—Juancho, me enteré de que estás escribiendo la biografía de Silvia Süller. Bien ahí. ¿Te puedo pedir un favor? Garchátela toda. Pero bien por todos lados. Hacele el culo y sacala embarrada. Después te escribís un poema. 

Sábado a la tarde. Estoy sentado frente a la computadora, escuchando la entrevista que le hice ayer a Silvia. Me habla de su primer marido, Miguel Ángel Sulli. Con él tuvo a su hija Marilyn. Silvia en la grabación:

—Yo soy la reencarnación de Marilyn Monroe y por eso le puse Marilyn a mi hija. Su padre es el cirujano y asesino Miguel Ángel Sulli. Fue un matrimonio de mierda. Quedé embarazada en el primer polvo que nos echamos.

—Contame ese polvo.

—Ah, fue un polvo maravilloso. Tremendo.

—Contame como fue.

—No sé, no me acuerdo los detalles.

—Necesito los detalles.

—Ay, Juanchito, inventalos.

Me pongo a inventar.

“…¿por qué no me mete un dedo en la concha, si ya estoy empapada? No me pasa muy seguido. Pero cuando sucede es hermoso. Cuando ya estás mojadísima antes de que te saquen la bombacha. Sentís el flujo escurrirse por los labios y llegar a la tela. Ese momento. Quién pudiera congelar ese momento de excitación previa, de sentir que cuando te la metan vas a explotar en mil pedazos, que tu cabeza va a estallar de locura, de deseo, de calentura. A veces pienso que la expectativa de la pija es mejor que la pija misma. En ese instante, la pija es perfecta, el hombre es perfecto y una es hermosa, divina, inmortal. Joven para siempre.”

Inventando el polvo por el cual Marilyn Süller fue concebida, se me para la pija. Abro el Facebook. Corto y pego y le mando el pasaje a Trinidad.

TRINIDAD: “La expectativa de la pija”. Me encanta el pasaje.

YO: Te gusta o te calienta.

TRINIDAD: Me gusta es me calienta.

Sigo inventando el polvo de Silvia.

“Le abrí la bragueta y saqué su pija. Que mi hija Marilyn me perdone por hablar así de su padre, pero qué pedazo de verga divina tenía Miguel Ángel Sulli. No era gigante. Era una pija bien, normal. Y hermosa, perfecta, lisita, bien dibujada y bien definida. Con la cabeza apenas más ancha que el tronco. Bella. Como las pijas que una imagina cuando todavía no vio ninguna pija.”

Corto, pego y se lo mando a Trinidad.

TRINIDAD: Sos un forro. Eso lo dije yo una vez de tu pija.

No le contesto. Sigo:

“La tenía bien parada. Me metí debajo de las sábanas y se la chupé un poquito. Un lengüetazo nada más. La pija le explotaba, le debía doler de lo parada que estaba. Casi que se podía escuchar cómo le latía la verga ahí abajo. Se sacó el pantalón, se subió arriba mío, me corrió la bombacha un poco y me la metió hasta el fondo.”

TRINIDAD: Estoy yendo para tu casa.

“Me la metió y fue hermoso. Yo estaba tan mojada que sin importar cómo me la metiera, embocaba. Tanto flujo que no sabía dónde terminaba la concha y dónde empezaba la pierna. Acabé y grité como si me hubieran asesinado. El tipo siguió. Acabé de nuevo.”

YO: Cuando llegues a casa, no toques el timbre. Abrí la puerta de una y subí por la escalera de servicio. Esperame ahí.

Sin respuesta.

YO: ¿Estás?

TRINIDAD: Me estoy tocando.

YO: ¿En el auto?

Trinidad deja de responder. Me empiezo a tocar yo también. Antes de acabar paro. Con la pija durísima y la mente llena de leche, termino el pasaje y se lo mando.

“Lo di vuelta y lo monté. De a poquito me metí su pija adentro. Yo recién había tenido un orgasmo y quería ir despacio. Me excité. Recuperamos el ritmo. “Silvia, voy a acabar.” Estábamos sin forro. Pero a mí no me importaba nada. Quería sentir su chorro de leche adentro mío, el calor de su semen llegar a mi vientre. “Silvia, voy a acabar”, repitió. Me seguí moviendo. Cada vez más rápido, más potente, hasta que llegó ese momento en el cual no importa cómo te movés, lo único que pensás es en acabar, lo único que puede suceder es acabar. Y acabó. Me acabó. Sentí uno, dos, tres espamos, siguió acabando, cuatro, cinco, la leche en toda mi vagina, seis, siete, nunca sentí a un hombre acabar así, ocho, nueve, diez. Se calmó.”

Suena el timbre de mi puerta de servicio. Me acerco en silencio. Espío por la mirilla. Es Trinidad. La dejo esperando. Voy hasta la puerta principal de mi departamento y salgo. Bajo. Camino desde la escalera principal hasta la de servicio. Subo. La veo a Trinidad esperarme. Me acerco desde atrás. La asusto. La beso. Me besa. Bajamos unos escalones hasta un entrepiso. Tiene pollera. No tiene bombacha. Le meto un dedo. Es verdad, se estuvo tocando. Mi pija está sensible. Su concha está sensible. Se la meto sin forro. Es hermoso. Es lo más hermoso que alguna vez sentí en mi pene. Es linda. Es elegante. Es inteligente. Es perversa. La amo. Acabame adentro, me dice, como en el libro, acabame adentro.

Silvia habla por teléfono con su hermano, Guido Süller. Yo estoy tirado en el sillón, esperando que terminen de hablar para empezar la entrevista.

Me aburro. Anoto cosas sueltas. Me gustaría entrevistar a Guido y ver qué dice él de todas las cosas que dice Silvia. ¿Me querrá coger?

Debería estar atento a las cosas que hablan Silvia y Guido. Pero me chupa un huevo. 

Estoy muy cansado. Ayer me fui a dormir a las seis de la mañana. Fui a un ciclo de poesía que se llama Circuito Cerrado y leí unos poemas sobre Silvia. No gustaron mucho. No sé. Faltó algo.

Silvia sigue charlando con Guido. Hablan de la guita que va a heredar su madre cuando el padre muera. El padre de Silvia es cardíaco. Sospechan que la madre le pone sal en la comida para matarlo. Lo hacen seriamente. Discuten estas ideas descabelladas y no hay una cámara adelante.

Estoy cansado y molesto. Los poemas son buenos, pero mi performance estuvo floja. 

Guido le dice a Silvia que su hermano Marcelo duerme en la misma cama con su hijo y que a la noche lo toca.

Ahora comentan los planes de un amigo de Guido, que se enganchó un viejo con plata con la esperanza de que muriera pronto, pero el viejo ya pasó los noventa.

Me eché una siesta. Siguen hablando.

Guido dice que todos los que cuidan viejos sueñan con que ese viejo se muera y les deje mucha guita. Respalda su tesis con ejemplos. Después le dice a Silvia que su hermano Marcelo es adoptado y que lo compraron a una familia pobre.

Todo es como en la tele, pero de verdad.

Silvia y Guido confunden sus vidas con la exposición mediática de sus vidas, como yo confundo mi vida con la ficción literaria.

¿Cuál es la diferencia entre la exposición impúdica y mediática de la intimidad, y el uso literario de esa misma intimidad?

El oráculo de Delfos dice “Conócete a ti mismo”. Cris Morena dice  “Seguí tu corazón”.

Martes. 12 del mediodía. Estoy solo en mi casa viendo videos viejos de Silvia. Ya vi todos los que están en YouTube. Ahora estoy con el archivo de Chiche Gelblung. Entre todas las horas de material sacado de los programas de chimentos, encuentro un compilado de Grandes Valores del Tango. Aparece Silvia joven, muy joven, antes de ser famosa. Sin tetas operadas. Sin pelo platinado. Es delicada, preciosa. Es la secretaria del programa. Soldán es el conductor. Él le hace hacer pavadas, ella se ríe. Todos en el estudio notan que están histeriqueando.

Hago pausa. El cuadro que elegí tiene a Silvia mirando a cámara y a Silvio mirándola, embobado. Es un hombre de 50 años admirando a su nena, a su objeto precioso.

Saco pausa. Avanzo cuadro por cuadro. Doy con uno en que las miradas de Silvia y Silvio se encuentran. Agarro mi cámara y le saco una foto. Son la imagen del amor.

Esa misma noche le llevo las fotos a Silvia. 

—Vos sabés Juanchi, el sueño de mi vida es volver a la casa de calle Céspedes con Soldán y mi hijo. A esa casa, esos asados, esa pileta, ese quincho.

Silvia se queda mirando la foto. La levanta. Inclina la cabeza. La sigue mirando. Tiene los ojos cargados de lágrimas. 

—¿Cómo puede ser que algo tan lindo se haya acabado? ¿Cómo puede ser?

Se larga a llorar.

—Yo todavía no lo entiendo. Era el hombre de mi vida. Era feliz. ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó?

Silvia se seca las lágrimas.

—Llevate esas fotos por favor. No me hacen bien.

La increíble noche del 31 de agosto de 2014. Parte 3.

Silvia y yo en su living, tomando champagne. Me muestra fotos. 

—Y esta foto es del verano del ’95. Estamos Furia Marán, su marido Cumalá, el Lolo Romero y yo.

—¿Te llevabas bien con Furia en esa época?

—Bárbaro. Éramos mejores amigas. Igual me lo cogí al marido.

Se hace silencio. Estamos escuchando Süllermanía, el disco que grabó para BMG, con hits como “El beso seco”, “El chizito de Jacobo” y “El equipo de la Süller”, canción en la que nombra por sus apodos a todos los jugadores de fútbol con los que se acostó. Está casi completo, por tracks, en YouTube. Tiene un solo tema que no intenta ser gracioso, “Canción desesperada”, dedicado a Soldán.

Esta es mi canción desesperada

Nace desde el fondo de mi alma

Sé que a veces le robé la calma

yo juro que quiero

pedirle perdón

Esta es mi canción desesperada

Solo queda el fruto del pasado

Y como uno paga sus errores

él no está conmigo

tampoco con vos

Dudo acerca de hacerle la pregunta.

—Silvia, hace tiempo que vengo pensando.

—Decime.

—Contestame con honestidad. Porque hay algo de tu separación con Soldán que no entiendo.

—Apagá el grabador.

Lo apago.

—Listo. Apagado. Cada vez que me contás tu separación con Silvio hay algo que no me termina de cerrar.

—A mí tampoco. Era todo tan perfecto. Tan soñado. No sé por qué se dejó llenar la cabeza por esa vieja de mierda.

—¿Tita?

—¡No la nombres!—grita y una vez más se toca su inmensa teta izquierda.

—Silvia, decime la verdad. ¿Le fuiste infiel a Silvio Soldán? Si no, no entiendo por qué te echó como te echó y por qué hizo lo que hizo para dejarte sin casa y sin hijo.

Se toma un momento. Me mira fijo. Los ojos vidriosos.

—Nunca, jamás, en ningún momento de nuestro matrimonio, le fui infiel a Silvio Soldán.

—Silvia, entre 1993 y 2012 te acostaste con más de 1.500 hombres. Según tus palabras, y lo tengo grabado, hubo años en los que tuviste sexo todos los días con un hombre diferente y algunos días en los que te acostaste con más de uno.

—Una vez me cogí a un tipo, después a su hermano y después a su hijo.

—¿Me jurás que entre 1985 y 1993 hiciste el amor con una sola persona y esa persona es Silvio Soldán?

—Te lo juro por Dios y María Santísima, por mis hijos Marilyn y Christian y por la vida de mi padre que es lo que más amo en el mundo. Nunca le fui infiel a Silvio Soldán.

—¿Me lo escribís en mi cuaderno?

—No, nene. Con ciertas cosas no se juega.

En la escuela de guión donde doy clases estamos Bruxi, Negro, El Surfista del Asfalto,  y el Papa. El Papa es el director de la escuela. Bruxi, Negro y el Surfista dan clases igual que yo. Los cinco alrededor de mi grabador de voz Sony HD que me compré para entrevistar a Silvia. En el altavoz pongo lo que dijo ayer a la noche.

Soy virgen del culo. Lo juro por Dios y por mis hijos. ¿Para qué voy a mentir? Si cuento como me garché ocho tipos uno atrás del otro, bien podría contar que tengo sexo anal. Si me gustara que me cojan por el culo lo diría. No dejo que me la metan por atrás porque me da asco. Se puede hacer efecto sopapa y que salga toda la mierda. Me llega a pasar eso y me tiro por el balcón. ¿Cómo hago para decir, “uy, mirá, me cagué”? ¿Y si el tipo llega a sacar el forro todo cagado? No, qué horror.

Todos explotamos de risa. Entre lágrimas de risa, Bruxi me dice: “Che, ¿estoy loco, o la voz de Silvia Süller es igual a la de tu vieja?”

Bruxi y yo en su casa.

—¿Vos en serio le creés que nunca le hicieron el culo?

—Silvia es el reviente de los años 90. Hoy el concepto de mujer zarpada cambió. Cualquier vedettonga modelo 2014 tiene una vida sexual más diversa que Silvia. Muchas de mis amigas y casi todas mis novias tienen una vida sexual más diversa que Silvia. Silvia Sülleres una zarpada de hace 25 años. Queremos hacerla encajar en los estándares actuales y nos olvidamos de que su destape sexual es el destape de la mujer de Silvio Soldán, un viejo de 81 pirulos. Es una zarpada, pero solo si considerás que podría ser la exmujer de mi abuelo. Su única trasgresión es haber estado con muchos tipos, y quizás, haberlo contado en la televisión. Por lo demás, es una mina normal.

Silvia y yo sentados en su living.

—Hace dos años que no tengo sexo.

—¿Cómo?

—Sí, desde que dejé las boîtes que no tengo sexo.

Silvia se refiere Hippopotamus, Cocodrilo, Buenos Aires Affaire y los demás prostíbulos en los que trabajó desde 2002 hasta 2012. Empezó en Cocodrilo cuando se quedó sin trabajo en la tele y el teatro. Nadie la quería contratar, gastaba una fortuna por mes y tenía que mantener a su cuarto marido, Claudio Ponce. Todos sus ahorros estaban atrapados en el corralito. Hacía relaciones públicas y cada tanto se acostaba con un cliente. Un polvo con Silvia Süller salía 10.000 dólares.

—No tengo sexo. Le soy fiel a Federico Hoppe.

—¿Quién es Hoppe?

—¿Ves que no sabés una mierda de la tele y de mi vida?

—¿Querés que salga en el libro? Contame quién es Hoppe.

—Un productor de Tinelli. Es el amor de mi vida.

—¿Y no cogen?

—Es platónico.

—¿Salen, charlan? ¿Es como hacías con Magnini?

Durante unos años, Silvia tuvo una relación con el periodista Rubén Magnini. Comían, charlaban, se besaban, pero ella no lo dejaba cogérsela. Mientras tanto, se acostaba con medio mundo. No fue al único al que le hizo eso. Con el narco Lolo Romero hizo lo mismo. De chica tuvo dos novios con los que no garchaba.

—¡No! Con Magnini nos veíamos pero sin sexo. Con Hoppe es diferente. Es por Whatsapp. ¿Ves? Él se conectó por última vez a las 2:14am. Ahora yo me conecto y a él le aparece que me conecté a las 2:31am. Vas a ver que a las 2:46 se conecta.

—¿Y te habla?

—¿Sos tarado? Nos perseguimos, nada más.

—¿No hablan nunca?

—Yo le mando mensajitos.

—¿Y él te contesta?

—Me contesta a través de su hora de conexión.

—¿Ese es el amor de tu vida?

—¡Es platónico! Quiero un capítulo entero dedicado a él.

—Silvia, ¿me estás cargando? No tenés un vínculo con Federico Hoppe. Estás delirando. ¿Vos te das cuenta de que él no te contesta los mensajes, de que está todo en tu cabeza?

—Ay, Juanchito, claro que me doy cuenta. Pero me hace feliz.

Trinidad y yo. Tirados en mi cama después de coger. Un pajarito canta. Ya es de día.

—No quiero que te cojas a Silvia.

No respondo.

—Me va a dar bronca y te voy a terminar dejando.

La miro. Parece que lo dice en serio.

—Si me la tengo que garchar, me la voy a garchar.

—¿Quién te obliga?

Trinidad se para, va al baño. La escucho lavarse los dientes. Vuelve.

—No entiendo cómo te puede gustar esa vieja.

—No me gusta. Lo quiero contar.

—¿Te la tenés que coger?

Silencio.

—Por favor, no lo hagas. No te quiero odiar. Lo podés escribir y decir que lo hiciste. ¿Quién te va a desmentir? ¿Silvia Süller?

Silvia y yo en su mesa. Le pido que me grabe un saludo para el poeta Eric Barenboim. Cuatro veces intenta decir “Hola, Eric Barenboim” y lo más parecido que le sale es “Hola, Eric Berenbuen”.Me doy por vencido. Acepto lo que tengo y le pido que me mande el saludo de su celular al mío.

—No, Silvia. Tenés que activar el Bluetooth.

—¿Así?

—No, ese es el wifi, tenés que entrar a Configuración y…

—Así.

—No, mamá, te dije Bluetooth y… 

Me mira.

—¿Cómo me dijiste?

Silencio.

—No sé, Silvia. Sigamos trabajando.

—Sí, dale. Sigamos trabajando.

Cinco de la mañana. Terminamos de trabajar.

—Bueno, Silvia, por hoy está bien.

—¿Ya está? Recién empezamos.

—Mañana vengo más temprano si querés y estamos más tiempo.

—No. Mañana está Tinelli y yo twitteo.

—OK. Vengo cuando termine Showmatch.

—¿Seguro que no te querés quedar? Tomemos otro cafecito.

—Es tarde Silvia.

—Contame de tu novia.

—No es mi novia.

—Bueno, “la chica con la que salís”. ¿No está celosa de que vengas todas las noches a la casa de la Süller?

—Un poco.

—Llamémosla.

—Está trabajando.

—¿Es gato?

—Es psicóloga. Está de guardia.

—Uh, genial, decile que me consiga algo para dormir. El Rivo ya no me pega.

Le mando un mensaje de texto a Trinidad preguntándole si está despierta. Me dice que sí. Llamo. Atiende. La pongo en altavoz.

—¡Hola, nena! Soy Silvia Süller. ¿Vos me podés recetar algo para dormir?

—Hola, Silvia. Si querés te doy un turno, nos encontramos y charlamos. 

—Muy largo. Yo necesito las pastas y chau. Si me las conseguís te podés llevar algún regalito extra.

Silvia me guiña un ojo.

—Gracias, Silvia. Pero no puedo hacer eso. Igual contame, charlemos un poco. Qué estás tomando. ¿Rivotril?

—Sí. Pero me da resaca. Quiero tomar otra cosa.

—¿Probaste con Dormicum?

—Ya no me pega. Duermo cuatro horas y me levanto.

—¿Y cómo hacés para dormir?

—Alplax. Mucho alplax. Tomo cuatro y duermo como chancho.

—¿Cuatro?

—Sí. ¿Te hago una consulta? Estuve pensando en operarme las tetas. Pero tengo miedo, por la anestesia.

—No te preocupes por eso, Silvia. La anestesia es segura.

—Claro, para los demás. Viste que el Alplax tiene Lorazepam. Yo ya tengo mucha resistencia a esa droga. Mirá si cuando me tienen que dormir la dosis normal no alcanza. Tengo miedo de que me tengan que dar mucha falopa y quedarla en el quirófano.

—No te preocupes, Silvia. Los médicos saben lo que hacen. Vos llamame mañana a este número y yo te doy un turno, ¿está bien?

—Dale, linda.

Cortamos.

—Una divina tu novia.

Mi teléfono vibra. Es un mensaje de Trinidad. “No llega viva a los 60”.

Suena el teléfono. Es Goyo.

—Hola, Juan. ¿Tenés un minuto?

—Sí, decime.

—Quería saber cuánto te falta con Silvia. Necesitamos entregar el libro el 15 de octubre.

—Me dijiste que tenía hasta fin de mes.

—Sí, pero queremos tener el libro listo para el verano. ¿Llegás al 15?

—Creo que sí. ¿Les gusta lo que fui mandando?

—Está buenísimo. Bien porno. Che, leí tu novela. Arranca con toda. Pero después no pasa nada.

—¿Cómo que no pasa nada?

—Bueno, sí, el pibe se enamora y eso, pero de garche—garche hay muy poco. Yo esperaba algo como tu crónica, con travas, putas y sexo grupal.

—Esto es otra cosa… tiene algunas escenas de sexo pero…

—Te entiendo, te entiendo. Es más artístico. No lo veo en Galaxia.

—Está bien…

—Bueno, ¿llegás al 15?

—Sí, Goyo. No te preocupes.

Llegué a la casa de Silvia deshecho, pero verla me levantó. En 10 minutos me había olvidado del cansancio. Silvia es adictiva. Ahora son las 5 de la mañana. Estoy volviendo a casa en taxi. La cabeza me gira en falso. Saco el teléfono. Tengo un mail de La Copada, una vecina que conocí gritando por la ventana y con la que cogí un par de veces. Cuando empecé a salir con Trinidad, dejé de verla. Es una nota suicida. Me cuenta que después de mí conoció un chico y ese chico le gustó en serio. Y que ahora la dejaron. Copio y pego.

“¿Por qué no valgo la pena? ¿Es mi celulitis? ¿Son mis poros abiertos de la cara? ¿Es mi papada? ¿Es que tengo unos kilos de más? ¿Es que sueno como una feminazi? ¿Es que soy demasiado pancha hablando de mi trabajo? ¿Huelo mal? ¿Tengo mal aliento? ¿Mi pelo es un bardo? ¿Es porque no tengo tetas? ¿Qué tengo de malo?”

Nada. Que no te amen no dice nada de vos. Que te amen, tampoco.

“Estuve viendo fotos de la mina por la que me dejó. Es preciosa. Es femenina”.

La Copada es linda. No hay dudas de eso. No da con el arquetipo de minita, pero es un ser deseable.

“Pienso en lo irremplazable que sería en mi trabajo. Lo irremplazable que sería como amiga, como hija, como amante. Después me doy cuenta: no soy irremplazable.” 

“Mis viejos. Si no me metí en el brazo la tijera que hay sobre mi mesa, es por ellos. Por ellos y por mi hermana. Los convertiría en zombis.”

El amor. Saber que existe otro a quién tu muerte lo destrozaría.

“No sé si quiero seguir tragando semen sólo para caer bien. Qué difícil es ser uno mismo y ser deseado. En medio de esta entropía, ¿a quién le importa? Está perfecto que no les importe. A mí tampoco me importa.”

Busco en mis contactos. No tengo el número de La Copada. Desde el teléfono le escribo un mail.

“Nadie que pueda escribir así está realmente sólo. En un rato llego a casa. Llamame.”

Suena el teléfono. Es ella. Hablamos un rato. La charla le levanta el ánimo. Cualquier cosa, llamame.

La increíble noche del 31 de agosto de 2014. Parte 4.

Una botella de champagne vacía sobre la mesa. De la frappera Silvia saca otra y descorcha. Sirve.

—Brindemos. ¡Por mi biografía!

—¡Por tu biografía!

—Estoy muy emocionada. Este libro va a pasar de generación en generación.

Le sonrío.

Tomamos. Suena el teléfono. 

—¿Quién es? ¿Tu noviecita, la psicóloga?

—No. Es una amiga.

Atiendo. Salgo al balcón. Es La Copada. Me dice que está mal. Que nadie le da bola. Que se siente fea. Le digo que no es fea, que hay muchos tipos quisieran estar con ella. Me pregunta si quiero ir a la casa. Le digo que no puedo. Que estoy en lo de Silvia Süller, entrevistándola. No me cree. Trato de explicarle que hace un mes paso mis noches con Silvia. No me cree.

—¡Silvia!— grito— Alguien quiere hablar con vos.

—¿Quién es?

Tapo el teléfono con una mano.

—Una amiga. Se quiere suicidar.

—Dame, dame.

Silvia agarra el teléfono y sale al balcón. Yo entro. La dejo hablando. Escucho frases sueltas. Nena, ¿sabés cuántas veces me dejaron? Sos joven, preocupate cuando seas vieja. Si te vas a suicidar, que no sea por un tipo. Cuando quieras llamame y salimos a romper la noche. ¿No es un amor Juanchito? La vida es una sola, las pijas son infinitas.

Se saludan. Cortan. Silvia me devuelve el teléfono.

—Listo. Quedate tranqui. Tu amiga va a estar bien. Nadie se suicida después de hablar con Silvia Süller.

La increíble noche del 31 de agosto de 2014. Parte 5

Seguimos tomando champagne. Ahora lo acompañamos con masitas secas. Las masitas las puso ella.

—Silvia, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Decime, nene.

—Si alguna vez yo necesito prensa, ¿vos harías un escándalo conmigo?

—¡Obvio! Vos llamame y en dos minutos estamos en la tele.

—Perfecto.

—Lo único que te pido es que después no te hagas el ofendido. Porque yo voy a salir a decir cualquier cosa, que me cogiste, que me embarazaste, que te garchaste un chihuahua en mi casa. Mejor, que el chihuahua te garchó a vos.

—No hay problema. Lo que yo te voy a pedir, es que vos no te ofendas.

—¿Sabés las cosas que inventaron de mí? ¿Qué podés decir vos que me moleste?

—La verdad.

A Silvia le agarra un ataque de risa violento. Un pedazo de masita vuela por el aire.

—Por favor, nene. No digas pavadas. 

—Escuchate esta—le digo a mi amigo El Práctico. Estamos comiendo ravioles en mi casa. Saco mi grabador Sony HD y pongo un pedazo al voleo. Es una conversación en la que Silvia me reta por haberle cortado el teléfono. El Práctico, igual que Doctor Paco y el Burgués Sensible, fue conmigo al primario.

—Es igual a tu vieja.

—Ya lo sé.

—Y te reta igual que tu vieja.

—Sí.

—Y te putea igual que tu vieja.

—Y toma la misma medicación psiquiátrica que mi vieja.

Además de somníferos, Silvia toma, dependiendo la semana, ansiolíticos y antidepresivos. Ella y mi madre pertenecen a esa masa inmensa de personas que, sin tener un trastorno severo, toman medicación psiquiátrica en dosis diarias. A los que ante el vacío de la existencia, eligieron creer que su problema es químico. 

—Juanchito, ¿cómo se va a llamar mi libro?

—Hoy le pasé opciones de títulos a la editorial. El que más me gusta es “Por la boca”.

—Un asco.

—No entendés, Silvia. Va con un acápite del poeta Osvaldo Vigna que dice: Soy el pez / el que por la boca muere / pero también / el que nada contra la corriente”.

—Me chupa un huevo. Yo quiero un título que me levante, que me ilumine. ¿Qué otras opciones pasaste?

—“Niña, madre, santa y puta – Todas las vidas de Silvia Süller”.

—¿Cuántas veces te lo voy a decir? Yo no soy, ni fui, ni seré puta. Tuve sexo con hombres que a cambio me dieron regalos.

—En un prostíbulo.

—¡Se dice boîte, infeliz! ¿Qué otro título sugeriste?

—“No soy un personaje – La verdadera vida de Silvia Süller”.

—Otra cagada. ¿Qué más?

—No hay más.

—Yo quiero un título que hable de la Silvia que la gente admira. Me gustaría que se llame “Ave Fénix”. Va a estar dedicado a mis hijos.

La increíble noche del 31 de agosto de 2014. Última parte

Es tarde en el departamento de Silvia Süller. Ya ni sé qué hora es. Estoy muy en pedo. Ella también. Tres botellas de champagne descansan boca abajo. La cuarta se está muriendo. Silvia vive en un tres ambientes con balcón en el barrio de Belgrano. Dos cuartos y un living comedor. Está decorado con un sorprendente buen gusto. Uno esperaría algo más bizarro, más cargado.

—Silvia, ¿qué hay en el otro cuarto?

Semanas viniendo y nunca se me había ocurrido preguntar.

—¿No te mostré? Vení.

Silvia me abre la puerta del otro cuarto.

—Te presento al amor de mi vida. La ropa.

El cuarto es un vestidor gigante, con cientos de vestidos, zapatos, pelucas, carteras. Todo brilla. Todo es hermoso.

—Este lo usé para ir a lo de Mirtha Legrand. Y este otro es de cuando actuaba en “La noche de las pistolas frías”. Y este es del día en que le dije a Silvio que iba a ser papá.

—¿Me lo puedo poner?

—¿Estás en pedo?

—Bastante.

—Sos un putito.

—Dale, Silvia. Dejame probarme un vestido tuyo.

—Bueno, está bien. Pero te tenés que poner este spolverino. Si vamos a vestirte de Silvia, lo vamos a hacer con estilo.

Silvia se copa. Me elige otro vestido, un spolverino al tono, una peluca. Tacos.

—¿Te pinto?

—Dale.

Rubor. Sombra. Delineador, arriba y abajo. Rouge. Base. Rimmel. Me miro en el espejo. Con peluca rubia soy muy parecido a mi madre.

—Mirá qué lindas piernas tenés—me dice Silvia—. Serías una travesti divina.

Me miro. Es verdad.

—Ahora, las tetitas—anuncia Silvia. Me consigue un corpiño strapless y un relleno de silicona.

Nos sacamos unas fotos. Muchas. Primero selfies de los dos.Después una sesión para mí solo, tomando champagne en el sillón. Silvia va hasta sus discos y elige Romance de Luis Miguel. 

Me paro. Bailo sola. Silvia aprovecha el momento y me levanta el vestido.

—Asquerosa, ¡estás en pija!

Es verdad. No tengo calzón.

—Vamos a mandarle las fotos a tu novia, así sabe la clase de puto que se la está cogiendo.

Le manda las fotos a Trinidad por WhatsApp.

Silvia se ríe. Empieza a sonar la canción Inolvidable. A Silvia le cambia el gesto. Se emociona.Después se acerca y me ofrece las manos para bailar. Acepto. Luismi canta:

He besado otras bocas buscando

nuevas ansiedades

Y otros brazos extraños me estrechan

llenos de emoción

Pero sólo consiguen hacerme

recordar los tuyos

Que inolvidablemente

vivirán en mí

Bailamos apretaditas. Escuchamos casi todo el disco. Te extraño, Usted, Mucho corazón, La Mentira, Cuando vuelva a tu lado.Silvia se sabe la letra de todos.Suena mi teléfono. Mensaje de Trinidad. “Estás re linda. ¿Cuándo nos vemos?”

“¿Mañana?”

“Hoy, ahora.”

No le contesto. Sigo bailando con Silvia. Al oído nos cantamos la letra de “No sé tú”.

Otro mensaje de Trinidad. “Si no me cogés más seguido, te dejo”.

—Silvia, mirá el mensaje que me mandó mi novia.

Lo lee. Se ríe.

—Claro que no te la garchás. Si sos más puto que mi hermano Guido.

Le contesto. “Voy para tu casa”.

Mientras estoy tipeando el mensaje, Silvia me vuelve a levantar el vestido y me manotea la pija. Por acto reflejo tomo distancia.

—No puedo Silvia, tengo que irme a lo de Trinidad.

—Bueno, está bien. Pero antes vení que te acomodo la peluca.

Pido un taxi. Cuando Silvia termina de acomodarme el quincho carré, suena el portero. Bajo. Salgo a la calle en tacos, vestido, peluca y spolverino. Subo al taxi.

—¿A dónde te llevo, primor?

En el camino a lo de Trinidad paramos a comprar forros en un quiosco de Cabildo. Bajo. El quiosco tiene mesitas afuera. La gente está como loca. Todos me miran. Me sacan fotos.

Toco el timbre en lo de Trinidad. Me abre. No puede creer lo que ve.

—Hola—me dice entre risitas nerviosas y rubor de vergüenza—. Entremos antes de que te vean los vecinos.

Entramos. La beso. Se ríe.

—Me da un poco de impresión.

La beso de nuevo. 

—¿Tenés tetas?

—Me las puso Silvia.

—No me gustás así.

La beso y la aprieto contra la pared. Le levanto el camisón. Le meto un dedo en la concha. Está mojada. La beso.

—Sacate la peluca.

—No.

Le meto más dedo. Le hago una paja. Gime. Se moja mucho Trinidad. Siempre. Le aprieto las tetitas. Son chiquitas y blancas con un pezón rosado hermoso. Se las chupo. Gime. Le saco la bombacha. Se saca el camisón. La tiro en la cama. La sigo pajeando. Acaba. Queda con los ojos cerrados, respirando por la boca, mirando el techo. Me subo un poco el vestido. Mi pija paradísima se asoma entre las lentejuelas y el spolverino. Me la agarro. Con las uñas pintadas, mi mano parece de otra persona.

Se la meto sin forro. Intenta zafarse. Se la meto más. Gime.

Con tacos, peluca y tetas, con un vestido, oliendo a perfume de Silvia Süller, me cojo a Trinidad. Se me cae la peluca. Acaba de nuevo. Estoy listo para eyacular. Me la aguanto. Vuelve a acabar. Afuera zapatos.

Seguimos. Paramos. Me saca el corpiño. Me chupa los pezones. Me saca la bombacha. Seguimos. Vuelve a acabar. Ya no tengo ropa. Solo el maquillaje delata que hace unos minutos fui una mujer. Cuarto orgasmo. Si me hubiera puesto un forro, ya habría acabado. Quinto orgasmo. Y mientras ella se sacude los últimos espasmos, saco la pija y le acabo en la panza. Largo una tonelada de semen. Me tiro sobre ella. La abrazo. La beso. Nos revolcamos en la mezcla de sudor y semen. Así nos quedamos, un rato, abrazados.

—Te quiero—le digo.

—Te quiero—me responde.

Siete de la mañana. La hora en que Trinidad se va a la guardia. Desayunamos.

—Silvia—me dice mientras muerde una tostada—. No podés leer tus poemas como si fueras Juan Sklar. Tenés que ser Silvia Süller.

La triste y honesta noche del 1 de Octubre de 2014. Primera y única parte.

Living de Silvia. Llevo casi dos meses entrevistándola y escribiendo sus memorias en primera persona. Tengo más de 50 horas de charlas. Estoy cansado. Estamos cansados. Hoy cubrimos los últimos temas que nos quedaban. Este es nuestro último encuentro. Ya son las cuatro de la mañana. Cenamos, tomamos café. Necesito que esto termine de una vez. Hablamos de bueyes perdidos. Aunque el grabador sigue prendido, esto ya no es una entrevista. No hay rumbo ni temática definida. Entonces, de la nada, Silvia se larga.

—Yo no sé para qué nací. Anoche estaba hablando con Dios y le dije: ¿para qué me hiciste nacer? 

—¿Y qué te respondió?

—Nada. Le volví a preguntar. ¿Para sufrir? Año tras año. Toda una vida de sufrimiento. Para eso no me hubiera hecho nacer. Si mi mamá no me quería. Ella no me quiso tener. ¿Para qué vine al mundo? Mi familia está disuelta. A mis hijos nos los veo hace años. No tengo amigos. No tengo pareja. Me censuran en la televisión. La gente piensa que soy la gran cosa. Pero para mí misma, cuando me miro en el espejo, me siento la nada misma.

—Eso les pasa a todos los artistas.

—Entonces me pongo a pensar, ¿cómo toda esta gente puede pensar que soy la gran cosa? O quizás soy esa gran cosa, arriba del escenario. Porque no puedo decir que tengo una vida linda. Mi vida es más triste que alegre. Todo sufrimiento. Todo quilombo. Todo pesares. Todas cosas malas que me hacen. Que te saco esto, que te dejo en la calle, que me voy con otro, que te quiero matar. Cosas que a la gente no le pasan. No sé por qué todo me pasa a mí. Qué sé yo. Mi papá está viviendo con los días contados. No hay nada quehacer. Está mal del corazón. Lástima que en este país no se puede, si no, yo iría y le donaría mi corazón. Que siga viviendo un poco más él. A mí no me interesa vivir. No le tengo miedo a la muerte.

—¿Por qué, Silvia?

—No sé. Porque no tengo nada. No tengo padres, no tengo hermanos, no tengo hijos. No tengo amigos, no tengo amigas, no tengo pareja. En la televisión me cierran las puertas. ¿Qué puedo hacer? Todo el día en el silencio del departamento mirando el techo. Día tras día.

—¿Te puedo decir lo que pienso?

—Sí.

—Tuviste una vida muy intensa. Eso ya pasó. Ahora tenés otra vida y otras posibilidades, que no son las posibilidades del pasado. Tenés que empezar a construir otra cosa.

—¿Qué?

—Es lo mismo que me dice mi mamá. “Yo tengo 56 años, ya no soy una pendeja”. “Bueno, mamá, la vida que viviste en los 90 y en los 2000 ya terminó. Ahora tenés que hacer otra cosa con lo que tenés.”. Ella también toma pastillas para dormir y también le dan ataques de pánico. Yo le digo, “mamá, ¿por qué no te buscás un trabajo, algo que te guste”. “Yo ya estoy vieja, ¿quién me va a dar trabajo a mí?”

—Yo digo lo mismo. A mí me gustaría hacer algo, pero no sé qué hacer.

—El otro día te ofrecí venir a leer poemas conmigo y me dijiste que no. Y me contestaste con desprecio, como si fueras la diva de los años 90.

—Yo sé cómo es ese ambiente. No me gusta. ¿Sabés qué me encantaría? Recorrer el mundo.

—Y andate. ¿Qué vas a hacer con la plata del libro?

—A veces lo veo a Iván de Pineda viajando y pienso, ¿por qué no puedo hacer eso? ¿Sabés lo que son esos lugares? Ahí la gente no me conoce. Me trataría como a una mujer, no como a Silvia Süller.

—Con los 100.000 pesos del libro podés viajar un año por todo el mundo.

—Me encantaría. Pero me da un poco de cagazo. Todo el mundo me dice que no tenga miedo. Tengo conocidas que viajan con cinco chirolas. Dicen que no hace falta ser millonaria para viajar.

—Se puede viajar con muy poco.

—¿Y cómo se hace?

—Te las arreglás, Silvia. No sos tonta. Lo único caro son los pasajes.

—Mi hermano Guido trabaja en Aerolíneas. Me los consigue gratis.

—Entonces andate de viaje.

—¿Y la visa? ¿No se necesita visa?

—Para algunos países sí, para otros no.

—¿Y cómo hago? Yo no tengo internet, no tengo computadora.

—Si realmente querés viajar, yo te ayudo. Vos me decís a qué país querés ir y yo te ayudo con la visa.

—¿Sabés qué me gustaría? Un marido rico, buenmozo, que me lleve él de viaje.

—Silvia, eso es lo que venís buscando toda la vida.

—¿Y por qué no lo puedo tener?

—Podés tener otras cosas.

Se hace silencio en el departamento. Es tarde. Ya no queda nada de qué hablar.

—Silvia, ¿te puedo pedir un favor?

—Decime.

—El libro está casi terminado. La semana que viene la editorial te va a mandar una copia. Es un libro subido de tono.

—¿Porno?

—No sé si porno, pero tiene muchas escenas de sexo. Es lo que pidió la editorial y es lo que me gusta escribir a mí. Ojo, no es lo único que hay. También está la Silvia luminosa, la estrella del teatro de revista.

—Eso me gusta.

—Y la Silvia oscura, la Silvia triste, la Silvia abandonada y sin rumbo. Cuando lo leas, necesito que te acuerdes de la conversación que tuvimos hoy. ¿Me lo prometés?

—Te lo prometo, Juanchito.

Trinidad y yo sentados en La Puerto Rico de la calle Alsina. Sobre la mesa un par de pocillos de café.

—Me hice un Evatest.

La miro sin decir nada.

—Ya me debería haber venido.

—Pero estamos usando forro.

—La noche de Silvia, no.

—Acabé afuera.

—Casi acabaste adentro 5 veces. Algo te pudo haber salido.

—Son bajas las probabilidades.

—Dio negativo.

Abre la mochila y me da el Evatest. Tiene dos rayitas.

—Trinidad, dos rayitas es positivo.

Trinidad es una psicóloga brillante, pero para ciertas cosas prácticas no es muy ducha.

—No puede ser.

Lo agarra. Lo mira. Es. Se para de golpe. Va al baño. Me deja solo. A los cinco minutos, vuelve.

—¿Qué pasó?

—Fui a ver si me había venido. Hoy sentí que me estaba por venir.

—¿Y?

—No vi nada.

—¿Estás bien?

—Me quiero ir.

Trinidad se mira las manos. Le tiemblan. Me acerco para abrazarla.

—No me toqués.

Siento el rechazo en el esternón. Quiero ayudarla y también quiero romperle la cabeza contra el vidrio de La Puerto Rico de la calle Alsina.

—Vení—le digo.

No me da bola.

—Vení—repito y la agarro de la muñeca fuerte.

—¿Qué hacés?

—Vení.

Me la llevo hacia el fondo de La Puerto Rico. A la rastra la meto en el baño de hombres. Nos encierro en un cubículo.

—Sacate el pantalón.

Me mira. No entiende.

—Sacate el pantalón.

Obedece.

Se saca una pierna. Le corro la bombacha.

—¿Qué hacés?

—El Evatest del Futuro.

Le meto un dedo en concha y escarbo profundo. Saco un dedo manchado. Me lo chupo.

—Te vino.

—Pero el Evatest tiene dos rayitas.

Saca la caja. Me da el Evatest. Tiene dos rayitas. Leo el prospecto. “No prestar atención a los resultados una vez transcurridos cinco minutos. Los indicadores se ven alterados por el paso del tiempo”.

Falsa alarma. Salimos del baño. Trinidad recupera la compostura. Nos sentamos. Sigue temblando.

—Ya está. Ya pasó.

Intenta tomar agua. Le cuesta sostener el vaso. 

—No sé por qué el pánico—digo—. Es un hijo. No la muerte.

Me mira.

—Yo lo pensé cuando me dejaste solo. Tenemos más de treinta. Mal de plata no estamos. No sé, yo no buscaría un hijo ahora, pero si estuvieras embarazada, me pondría contento.

Me mira. No responde.

—¿Vos no?

—No quiero hablar de esto.

—¿Cuál es el problema? ¿No querés tener hijos?

—Sí.

—¿Entonces?

—…

—No querés tener hijos conmigo.

—¿Podemos hablarlo en otro momento?

—¿Por qué no querés tener hijos conmigo?

—Ahora no.

—Ahora sí.

—No insistas.

—Decí lo que pensás. Total, no estás embarazada.

—Está bien. No quiero tener un hijo con vos.

—¿Por qué?

—Cortala.

—¿Por qué?

—No veo una vida con vos.

—¿Y con quién sí la ves?

—No sé. Con alguien menos bardero.

Silencio.

—No te hagas el ofendido. Vos sos el que la va de artista promiscuo, bisexual y perverso que se trasviste y escribe todo lo que hace.

—Bien que te calienta.

—¿Vos querés tener una familia con todas las minas que te calientan?

—…

—Perdón, Juan. No sos la idea que tengo para el padre de mis hijos.

—Eh, qué carucha. ¿Qué pasó?

Silvia y yo nos juntamos una vez más. Me llamó, me dijo que le habían quedado temas pendientes. Vine. Todavía no dijo nada sustancial.

—Nada, Silvia.

—Dale, a mí me podés contar.

—Me peleé con Trinidad.

—¿Descubrió que sos balín?

—Dijo que no ve una vida conmigo.

—…

—Que le gustaría estar con alguien menos bardero.

A Silvia se le escapa una risita. La miro.

—Perdón que me ría. Pero mirá lo que venís a decir en la casa de Silvia Süller. ¡Obvio que te van a dejar por bardero! ¿Qué esperabas? Así es. Así somos. Acostumbrate.

Camino de mi casa al Teatro Margarita Xirgu, en Chacabuco y Estados Unidos. En la mochila tengo un vestido, zapatos de taco, bombacha, corpiño, relleno, peluca y maquillaje. Todo me lo prestó Silvia Süller. Voy a leer en el Slam Argentino de Poesía Oral que se organiza dentro del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires. Es la fecha de poesía oral más importante del año. En el Margarita Xirgu entran 400 personas. Voy a leer un poema sobre Silvia.

Desde nuestra charla en La Puerto Rico que no hablo con Trinidad.

Llego. Me encuentro con Casi Perfecta y Polvoretes. Son dos amigas actrices que van a leer el poema conmigo. Somos un equipo. Nos llamamos “Süllermanía Total”. Mi vestido es de animal print. Las chicas se consiguieron un conjunto de calza y top que combina con mi vestuario.

Estoy triste por mi pelea con Trinidad, pero la energía de Silvia es más fuerte. El teatro está a reventar. Todo el ambiente de la poesía oral vino a este Slam. Nos anunciamos en la puerta.

Empieza el Slam. Vemos un par de equipos y nos vamos a los baños a cambiarnos. La transformación comienza. Me saco todo y me pongo una tanga colaless. Corpiño. Relleno. El vestido. Los tacos. Las chicas me pintan. Ya casi soy ella. Lo siento. En mi cuerpo está Soldán, Canal 9, el teatro de revista, Rial, los años de prostíbulos. Ser Silvia es electrizante. Pero no soy ella, no soy una estrella, hasta que no me pongo la peluca. Silvia tiene razón. Las divas son rubias.

En el intermedio, un momento especial. De la nada irrumpe en la sala el poeta Osvaldo Vigna y lo hace gritando “¡Soy el pez! ¡Soy el pez! ¡Soy el pez! El que por la boca muere. Pero también, el que nace contra la corriente.” Es una Süller-señal. Se lo digo a las chicas. Se emocionan.

Nos anuncian. “Süllermanía Total” sube al escenario. Empiezo:

“Mi nombre es Juan Sklar y soy una puta. Soy una puta, porque aunque no lo necesito, me vendo. Soy escritor y tengo un taller. Vivo de la docencia. Pero cuando Editorial Galaxia me llamó para escribir la autobiografía de Silvia Süller, dije que sí. Sin negociar”.

Termino con la introducción y leemos, en verso, un fragmento del libro en el cual se narra la primera vez de Silvia y Silvio. Es un polvo increíble, perfecto, la unión de las almas a través del sexo. Todo leído a coro. Cuando terminamos me saco la peluca y confieso:

“Esto que acabo de leer, nunca sucedió”.

Me saco el relleno del corpiño.

“Este polvo me sucedió a mí”.

Me saco el vestido animal print. Quedo en bombacha, corpiño y tacos altos.

“Este polvo lo tuve con mi ex novia. Es el recuerdo más lindo que tengo del amor, el sexo y la intimidad. Y por dos mangos se lo vendí a editorial Galaxia”.

Fin. El teatro revienta en aplausos. Saludamos. Soy Silvia. Somos Silvia. El texto explotó. El poder de la performance que faltaba se lo dio el espíritu de Silvia del Carmen Süller. Trinidad tenía razón.

Bajamos del escenario. Festejamos. Estamos contentos. Camino hacia los baños y ahí está Trinidad.

—Hola.

—Hola.

—¿Lo viste?

—Todo.

—¿Y?

Trinidad se acerca y me da un beso. Largo. Con lengua. Me toca el culo y las tetas con relleno.

—Me encantó.

Nos besamos de nuevo.

—Tenías razón—le digo—faltaba Silvia.

Vamos a mi casa y cogemos como animales. Tirados en la cama, sudados, mirando el techo, Trinidad me da la mano.

—Juan, estuve pensando. 

Me quedo en silencio. A Trinidad le cuestan las declaraciones.

—Yo te quiero.

—Yo también.

—Así como sos.

—…

—Perverso, travestido y bisexual.

—¿Te gusta o te calienta?

—Me gustás vos. Por esas cosas y por las otras cosas también.

—¿Qué otras cosas?

—Lo que sos. Lo que no escribís. Lo que solo yo veo.

—¿Qué es lo que ves?

—No sé. Si vos no podés ponerlo en palabras, yo tampoco.

Me llama Goyo. Atiendo.

—Silvia leyó el libro.

—¿Y?

—No le gustó.

—¿Hay que reescribir mucho?

—Todo.

Corto. Llamo a Silvia. Atiende.

—Hola, Silvia.

—Hola, Juan.

—Me dijo Goyo que leíste el libro.

—Sí.

—¿Y?

—Es un asco. Está lleno de pornografía. Es asqueroso, inmoral, decadente y desagradable. Y me hace quedar como una puta.

—…

—¿Y qué es toda esa mierda llorona de que estoy sola, estoy triste y no sé por qué vivo? Quiero que lo saquen. A la gente no le gusta verme mal. Yo conozco a mi público. Cuando me ven llorar cambian de canal.

—La gente está cansada de la Silvia personaje, quieren a la Silvia real.

—Qué sabés vos, imbécil. Lo único que sabés escribir es de gente cogiendo. Y yo no hablo así. Yo no digo: “Me metió la pija”. Digo “estuvo adentro mío”. Y falta todo el capítulo sobre Federico Hoppe. 

—No te enojes, Silvia.

—No me enojo. Siempre supe que ibas a escribir una mierda como esta. Sos un poetucho inmundo. Yo necesito un periodista de espectáculos. Alguien que aprecie y valore mi vida artística. Se lo dije a Goyo y se lo dije a la editorial. Para vos yo soy un monstruo de circo. Pedí que te echaran, y no me dieron bola. Ahora va a haber que hacerlo todo de nuevo. Porque yo sin libro no me voy a quedar.

—Mirá, se armó quilombo en la editorial. Hay que reescribir el libro entero y vamos a contratar otro ghostwriter.

—Está bien, Goyo. No hay drama.

—Después pasame tus datos así te hacemos el cheque.

—Dale, un abrazo.

—Un abrazo.

Trinidad y yo en el living de mi casa. Le acabo de dar una copia de “Por la boca”, mi crónica, para que la lea y me diga que piensa. Tomamos té con jengibre y anís.

—Me gusta. Es como un accidente de tránsito. Horrible, pero no podés dejar de mirar.

Sonrío.

—¿Lo puedo publicar?

—No me tenés que pedir permiso.

—No lo publicaría si te molestara.

—Yo no me llamo Trinidad –dice Trinidad—. Ni soy psicóloga conductista. Vos escribí lo que quieras, porque yo no pienso hacerme cargo.

—Perfecto.

Nos quedamos en silencio sorbiendo nuestros tés.

—Una cosa necesito saber. ¿Lo de Princesa Peronista es real? ¿O lo inventaste?

Silencio.

—Decime la verdad.

Silencio.

—No te podés enojar. No sos mi novia.

—Sos un imbécil.

—No sos mi novia.

—Claro que soy tu novia.

—¿Y por qué no lo decís?

—¿Y por qué no te guardás la pija en el culo?

Nos quedamos callados. Trinidad se pone a llorar. Me putea. Nos besamos. Me sigue puteando. 

—Te doy todos los gustos, te sigo en todas tus perversiones, hasta te dejo escribirlas, ¿tenés que ir y cogerte a otra mina?

—No sos mi novia.

—¿Querés que sea tu novia? Dale, soy tu novia. ¿Cuánto vas a durar antes de cogerte a otra tarada?

—¿Sos mi novia?

—Soy tu novia.

—A partir de hoy, juntos todo, separados nada.

Trinidad lo piensa. Me da un beso.

—Está bien.

Me da otro beso. Más largo. Con lengua. Son los besos de cuando me vuelve a querer.

—Pará. ¿Qué es “todo”?

Me acerco al oído. Se lo digo. Nadie nos ve, pero igual le susurro.

—Juan, tenés la mente podrida.

—Juntos todo, separados nada.

Trinidad sonríe, se acerca y me da otro beso.

Martes, 3 de la tarde. Trinidad y yo estamos por ir a tomar un café a Artemisa, el bar vegetariano a una cuadra de su casa. Junto mis cosas en una mochila.

—Trinidad, ¿viste el grabador?

—No.

Me cae la ficha.

—Me lo dejé en lo de Silvia.

La llamo. Le pregunto si lo tiene, me dice que sí. Le pregunto si lo puedo ir a buscar, me dice que no. Que vaya esta noche, a las 12, después de Showmatch.

Esa noche, a las 12 me anuncio en portería. Subo, toco timbre. Cuando me abre, está vestida con un camisón de satén plateado, un spolverino y anteojos oscuros.

—Adelante—dice.

Entro. Sobre la mesa del living hay dos tacitas y una cafetera llena. Me da el grabador.

—¿Te sirvo un cafecito?

—No tengo mucho tiempo, Silvia.

—Uno, dale.

Sonrío y me siento en la mesa.

—¿Cómo estás, Juanchito?

—Bien, Silvia. ¿Vos?

—Bien.

—Pensé que estabas enojada conmigo.

Se ríe en voz alta con esa risa que es casi un grito.

—Si me lastimás, no perdono. Pero si es una pavada, se me pasa en un minuto.

—¿Cómo va el libro nuevo?

—Avanza.

—¿Hoppe?

—A full. En cualquier momento deja a la novia y se muda conmigo. ¿Cómo está Trinidad?

—Bien. Ahora en enero nos vamos a Salta una semanas y en febrero nos vamos un mes a Indonesia.

—¡Ay qué lindo! Me encantaría ir.

—Y andá.

—Muy lejos. Primero quiero ir a Miami. Me encanta Miami.

—Y andá.

—Bueno, dame tiempo. El otro día que hablaste de viajar me quedé pensando. Me parece que te voy a hacer caso.

—Vas a ver que te hace bien.

Silvia sonríe y yo también. Los dos tomamos nuestro cafecito.

—Escuchame una cosa— dice— ¿Vos estuviste escribiendo sobre nosotros?

Le doy otro sorbo a mi cafecito.

—Dale, poetucho. No te hagas el boludo.

—Sí, algunas cosas, anotaciones sobre las visitas y…

—¡Ja! ¡Lo sabía! Lo sabía. Soy un personaje irresistible.

—Bastante. ¿Cómo sabías?

—Porque soy muy intuitiva.

Me quedo callado.

—Y porque sos como yo. Te gusta el quilombo.

Sonrío.

—Y porque un día cuando fuiste a cagar en el medio de la entrevista te espié el cuaderno. ¡Ja! Sos un gil.

Los dos nos reímos en voz alta. Terminamos el cafecito hablando de cualquier cosa.

—¿Querés otro?

No contesto.

—No, mejor andá que seguro tu novia te está esperando.

Silvia me acompaña hasta la puerta. Nos damos un abrazo. Después me agarra la cara y me da un beso con mucho ruido.

—Chau, Juanchito. Cuidate.

Pasan las semanas y después los meses. A mediados de 2015, un año después de mis encuentros con ella, se publica Yo, la mejor de todas: la autobiografía de Silvia Süller. La editorial no me llamó para la presentación, ni me mandaron un ejemplar. Fui hasta una sucursal de Librería Santa Fe y compré uno. Tiene algo de lo que escribí yo, otras cosas que agregaron después. No hay nada demasiado oscuro, ni sexual. Fue un fracaso de ventas. La tirada de 6.000 ejemplares pasó rápidamente a mesa de saldos.

—Se fue—me dice Trinidad.

—¿Quién?

—Silvia. Se fue del país.

Estamos en marzo de 2016. Ya pasaron dos años desde que escribí la biografía. Hace mucho que no hablo con nadie de Silvia, pero pienso en ella. A veces le escribo un mensaje de Whatsapp que después borro. No sé de qué podríamos hablar. Prendo mi computadora y busco la noticia. Algunos medios cuentan que Silvia vendió todas sus pertenencias y se fue a Miami. Otros suben una foto de ella, arreglada pero sin maquillaje, en el pasillo del avión. En los mismos medios, Silvio Soldán da notas festejando la partida de su exmujer. Dice que se siente aliviado. Busco en Twitter la cuenta de Silvia.Desde ahí se despide de sus seguidores.

Me voy del país. Estoy feliz y un poco melancólica, pero sé que va a ser un cambio positivo en mi vida. Sentimientos encontrados. Alegría, angustia. El no saber. Dios es mi guía. Voy a cumplir mis sueños.

Pienso en Silvia, sentada sin maquillaje en un asiento de clase turista, un poco nerviosa antes del despegue, agarrándose fuerte del apoyabrazos en el momento en que el avión deja la tierra, incómoda pero de buen humor, ansiosa por llegar a destino. Quizás es la primera vez en años en que sonríe sin que nadie la esté mirando.

—Ey, ¿por qué estás sonriendo?—dice Trinidad y me devuelve a la realidad.

No llego a responderle que ella ya me está diciendo otra cosa:

—Voy a cocinar. ¿Por qué no ponés música?

Asiento. Abro el Spotitfy y pongo Inolvidable, cantada por Luis Miguel. Subo el volumen y voy a la cocina. Cuando entro Trinidad levanta la mirada.

—Te pusiste mimoso.

Camino hacia ella. La agarro y empezamos a bailar. En un momento instrumental se acerca a mi oreja y, aunque nadie nos pueda escuchar, me susurra.

—¿En serio? —pregunto.

—En serio.

—Trini, tenés la mente podrida —digo.

—Juntos todos, separados nada.

Le doy un beso y seguimos bailando.