La casa de las mujeres cocodrilo

¿Es un cuento? ¿Es una fotonovela porno? ¿Es una serie de dibujos animados? No señor: es lo que ocurre cuando le das libertad a Mikel Urmeneta para que haga lo que quiera en ocho páginas.

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Se sentía que estábamos en pleno cambio. En el final de un ciclo. Una nueva era arañaba la atmósfera.
Los razonamientos lógicos se estaban convirtiendo en postulados surrealistas y planteamientos que hacía poco tiempo eran considerados absurdos ahora empezaban a tener plena vigencia.
Antes de que las nuevas fórmulas de vida se consolidaran —convirtiéndose en más de lo mismo— me deshice de todo mi dinero, regalé la fábrica a mis empleados, me despedí de mis familiares y me fui con mis amigos Res, Taur y Ante a un lugar cuya existencia muy pocos conocían.
El Señor Mono me estaba esperando:
—¿Estás seguro que quieres follar con las mujeres cocodrilo?
—Absolutamente.
—¿Y tus amigos?
—No, ellos solo vienen a comer atún.
—Mañana a las seis deberás saltar desnudo desde la terraza a la piscina, no te puedo contar nada más.
—De acuerdo.

Eran las seis en punto. Me sentía joven y, sobre todo, ligero. Eran muchos años soportando un sistema en el que no creía y viviendo una realidad que no compartía.
Ahora era tiempo para mi tiempo.
No lo pensé dos veces: me desnudé y salté. En pleno vuelo, un bicho que surgió de la nada me mordió la mano. Caí al agua, hundiéndome en el fondo de la piscina. La mano me dolía y sangraba de un dedo. Estaba asustado viendo cómo, en la superficie, me esperaban esas agresivas alimañas.
Como suele pasar, en un segundo lo blanco se había tornado a negro. Pensé que quizás me había equivocado.

—Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él —y señaló al titiritero— jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?

La Muerte dio un paso atrás.

El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:

—Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.

Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.

Mi susto fue mayor cuando me di cuenta de que respiraba con total normalidad bajo el agua. En ese momento apareció el Señor Mono.
—Tienes que dejarte morder el pito por uno de esos pequeños reptiles.
—¡Y una mierda!
—¿Te has deshecho de los ahorros de toda tu vida, has regalado tu empresa, abandonado a tu familia y dejado tu ciudad para venir hasta aquí y no hacer lo que venías a hacer?
El Señor Mono tenía toda la razón: había decidido dar un gran cambio y no podía hacer lo que tantas veces había querido hacer: arriesgar. Y arriesgar tiene sus consecuencias, aunque siempre mucho menores que no hacerlo. Os lo aseguro.
¿Qué era un mordisco en la polla si, tal vez, tras él se escondía la felicidad?

Subí a la superficie muy convencido y agarré con mi mano herida el primer cocodrilo que vi. Esta vez no me atacó. Apenas se movió. Lo sumergí y lo puse a la altura de mi polla; cerré los ojos. ¡Zas! El hijo de puta cazó con sus mandíbulas mi capullo. Sentí un dolor terrible. Taur intentó asustar al reptil, que no solo no soltaba su presa sino que la mordía con mayor violencia. Cuando creía que estaba a punto de desmayarme, el dolor desapareció y sentí un tremendo placer. El agua se agitó bruscamente. No veía nada, era como si un gran ventilador hubiera caído a la piscina.

No me lo podía creer. El pequeño cocodrilo había adquirido un tamaño enorme y se había transformado en mujer; en mujer con cabeza de cocodrilo. Un precioso cuerpo de mujer con una impresionante cabeza de reptil. Aquel animal era bellísimo.
Contemplaba aquella increíble mutación mientras seguía respirando con absoluta naturalidad bajo el agua. Dentro de mi perplejidad, me sentía fascinado y atraído por aquel extraordinario ser.
Sin darme cuenta tenía a la mujer cocodrilo frente a mí, de pie, en el fondo de la piscina.
Me abrazó con fuerza, introdujo mi pito en su vagina y metió mi cabeza entre sus terribles mandíbulas, apretándola firmemente. Empezó a girar violentamente bajo el agua, girando yo a su ritmo como un insecto en el centro de un tornado, en el polvo más excitante, salvaje y extenuante que jamás alguien hubiera imaginado.
Mientras me corría vi lo que dicen que ves justo antes de morir. Mi vida en imágenes pasando a toda velocidad.

Res, Taur y Ante bajaban todas las noches a comprar atún al pueblo. Era todo lo que necesitaban para ser felices. Yo me tumbaba en el borde de la piscina y contemplaba aquellas chiquitas y preciosas cocodrilas. Imaginaba lo que me esperaba al día siguiente. Me sentía intrigado, curioso, atraído, diferente, feliz…
¿Era mi recompensa por creer en mí, por huir de lo que había y de lo que venía?
Pensé lo idiotas y lo convencionales que éramos. Conformistas de mierda. Pensé en el falso nuevo ciclo que golpeaba la puerta de los ingenuos. Pensé que el sistema estaba en la cabeza de cada uno y que no se podía compartir. Pensé que no iba a morir, y menos aún en vida.

Cada día era una fiesta. Las preciosas y poderosas mujeres cocodrilo eran la caña. Yo no hablaba con ellas porque ellas no hablaban. Follábamos y luego ellas salían del agua, se ponían al sol, me miraban y yo sabía todo de ellas y ellas sabían más de mí que yo mismo. Con ellas sí se podía compartir porque se nutrían de mi pensamiento sin jugar con él, sin discutir con él, sin hacer revoluciones con él; y seguían tomando el sol mientras se alimentaban.
A media tarde se levantaban. Inmensas y preciosas, se alejaban hacia la playa para volver al anochecer convertidas de nuevo en inquietantes y diminutos reptiles.

Llevamos más de dieciocho meses en la casa de las mujeres cocodrilo. No sabemos qué pasa en el mundo, ni nos importa. Yo estoy escribiendo un libro sobre la inmortalidad, y Res, Taur y Ante se pasan el día comiendo atún. Quieren montar un restaurante, de modo que, por turnos semanales, uno cocine para los otros dos. No se por qué no follan. Es más, no sé de qué sexo son. Qué más da.
Me he hecho muy amigo del Señor Mono, al que he confesado que descubrí este lugar porque me lo inventé. Él no está del todo de acuerdo y me habla de mecánica cuántica para convencerme de que estoy equivocado.
Hace un día precioso. Me voy a dar un baño.