«Tres ranas rojas», una novela de Melania Stucchi

Querida familia:
Estamos aquí reunidos por un motivo especial. Nos llena de alegría que nos acompañen en el día de hoy. Hace exactamente cincuenta años, este hombre, Alberto Bicchieri, y yo nos casábamos en la iglesia Jesús Buen Pastor. Muchas cosas pasamos juntos. Buenas y malas, tristes y alegres. Juntos supimos sortear los obstáculos que la vida nos fue poniendo. El primero, el más duro, la muerte de nuestro primer hijo, nuestro sol. Para una madre, lo peor que puede pasar en la vida. Pero no los quiero poner tristes. Los años me enseñaron a entender que las cosas pasan para que aprendamos algo. Después de la tragedia, llegaron las hijas y la felicidad. Astrud, ¿qué decir de Astrud? Cuando era chica nos preguntó por qué a ella y a las hermanas les habíamos puesto esos nombres raros. Y su padre le explicó que habíamos elegido nombres especiales porque queríamos que ellas fueran distintas, originales, únicas. Rebelde autora de teatro. Cada vez que le digo que no entiendo algo de sus obras, me dice enojada: «Mamá, no lo escribí para que vos lo entendieras». Nadie puede negar que es una mujer de actitud.

Después llegó Loreta, madre ejemplar, autora de una de las mejores telenovelas que se han visto en televisión: Gloria en las alturas, su último éxito. A pesar de su carrera, nunca descuidó su casa, ni a su marido, ni a sus hijos. Esposa perfecta. Saben que no exagero si digo que Loreta es un ejemplo de mujer.

Y, por último, Oksana. Reciente madre de Violeta, la bebé más hermosa del mundo, profesional de éxito, creadora de grandes publicidades. Ella fue la que inventó ese jingle que todos conocen, pero que no puedo nombrar. A ella no le gusta que yo esté orgullosa. Me mira con esa sonrisa radiante que tiene: «Mamá, yo trabajo haciendo publicidad, es una forma de ganar plata como cualquier otra, no es un arte».