Sobremesas de Revista Orsai N11 T1

Aunque Orsai no es una revista muy deportiva, en la edición número 11 hay bastante sobre fútbol, una entrevista al gran Alejando Dolina y un cuento clásico de Julio Cortázar con dibujo y todo.

Los apodos

—¿A vos también te gustan las catástrofes?

—Por supuesto. Me llamaban Gordo Catastra.

—Cierto. Fue uno de tus apodos juveniles. Lo confesaste públicamente hace poco…

—Se lo conté a una lectora en la Orsai N5. También le aclaraba que de chico me decían La Bola Boluda y Qué Hombre Imbécil, entre otros.

—También te decíamos Conchita.

—¡Eso no es verdad! Lo decís para humillarme en la sobremesa. Todo el mundo sabe que Conchita era el apodo del odontólogo Barreda. 

—En Argentina puede ser; pero en España y Latinoamérica no creo que alguien lo sepa. 

—Ahora se sabrá, porque hay un libro maravilloso sobre él, del gran Rodolfo Palacios, que va a expandir el mito. ¿Me lo mandás? Acá ya estuve averiguando y no se consigue. Tengo muchas ganas de leerlo.

—Cómo te gustan las catástrofes…

—Pero lo de Barreda no fue una catástrofe: cuando Conchita cagó a escopetazos a sus hijas, a su esposa y a su suegra era muy consciente. 

—Ya sé, Bola Boluda. Lo raro es que para muchos se haya convertido en un ídolo. 

—Claro. Yo lo adoro.

—Mentira.

—Vos también lo adorás, lo que pasa es que tu educación cristiana no te deja asumirlo.

—Para mí Conchita es un asesino. Y punto.

—Querido Christian Gustavo, lamento que en este tema estemos en bandos opuestos. El mundo se divide entre los que consideran a Conchita un asesino y entre quienes, como yo, lo consideramos un justiciero.

—Los que dividen el mundo entre una cosa y la otra me tienen las pelotas infladas. Siempre hay un boludo que te suelta «el mundo se divide entre los que lloraron con la escena del piano de Casablanca y los que no». ¿Por qué no me chupan todos un huevo?

—Con menos ira que la tuya, Conchita empezó su derrotero. Ojo. Lo que me parece muy triste para él, pero muy fructífero para su biografía, es que al querido doctor Barreda le haya quedado Conchita como apodo. No es alias de asesino múltiple. Es tierno, es humillante.

—Si vamos a eso, un huracán furioso tampoco puede llamarse Sandy. Para mí Sandy es el nombre de un postrecito de vainilla. ¿Te acordás?

—¡Cómo olvidarlo! Para mí Sandy es el personaje de Olivia Newton-John en Grease. Pero coincido: no es nombre que meta miedo. ¿Quién le pondrá nombres tan boludos a los huracanes?

—Los meteorólogos, para poder diferenciarlos entre sí. Mirá, acá encontré una página que dice que «nombrar a los huracanes permite una mejor identificación entre los servicios meteorológicos y los usuarios que reciben la información».

—Qué feo lo que me acabás de leer.

—No te quejes: venís de leer una crónica de Iglesias Illa. ¡Qué bien que escribe ese muchacho! 

—¿Será porque vive en Brooklyn? Yo creo que si viviera en Buenos Aires, en un departamento de Almagro, escribiría para el orto. ¿Por qué será que hay tantos artistas viviendo en Brooklyn? 

—Ni idea. ¿Paul Auster también vive ahí, no? 

—Sí. Y Lou Reed y Harvey Keitel…

—Lo decís por las películas Smoke y Blue in the face, pero en realidad me estás mintiendo.

—No, de verdad, son todos vecinos de Iglesias Illa. Y ya que estamos: ¡qué buenas pelis esas dos! ¡Un canto al humo del tabaco!

—Jorge, eso no suena bien.

—Hay que volver a verlas. Y si es posible las dos el mismo día y en continuado. Voy aprovechar el próximo huracán.

—¿Qué comprarías en el súper si tuvieras que pasar días encerrado en tu casa, sin poder salir?

—Yo nunca salgo de casa.

—Bueno, ¿qué le dirías a Cristina que te trajera del supermercado ante la amenaza de un huracán en Sant Celoni?

—Lo mismo de siempre. Cosas dulces, cosas saladas y cosas esponjosas. Pero jamás babaganoush, que es una crema de berenjenas, muy repugnante. No entiendo que un tipo inteligente como Iglesias Illa pueda comer berenjenas.

—Pibe raro. ¿Viste su relación con el portero? 

—Me hace acordar a la relación que tenía Seinfeld con Newman. El otro día, procastinando, me enteré que el actor que hacía de Newman es el mismo que le puso voz al gordito que secuestra a Woody en Toy Story dos. 

—¿El gordito malo que se disfrazaba de pollo?

—Ese mismo. Después de Barreda, uno de los villanos más simpáticos de la historia.

Los erpianos

—¿En qué momento el Oso se convirtió en el topo? ¿Cuándo cambió de especie? 

—Yo estuve buscando algunos datos sobre Jesús Ranier. Y me enteré, por ejemplo, que antes de infiltrarse en el ERP el Oso militaba en las «Fuerzas Armadas Peronistas», hasta que lo detuvo la policía. Lo apretaron, lo amenazaron con matar a su familia, el Oso se quebró y a partir de ahí empezó a trabajar para los servicios de Inteligencia. Lo cuenta Gustavo Plis-Sterenberg en un libro sobre los erpianos, Monte Chingolo.

—Me perdí. ¿Quiénes son «los erpianos»? Suenan a alienígenas de Star Trek. Los vulcanos, los andorianos, los erpianos…

—Los que militaban en el ERP, gordito pánfilo. El Oso, después de Monte Chingolo, fue juzgado por un tribunal revolucionario y lo condenaron a muerte. Le dieron a elegir cómo quería morir, si con una inyección letal o con un disparo. 

—¿Qué eligió?

—Balazo. Lo más rápido, supongo. Lo mataron y después dejaron su cuerpo tirado en el barrio de Flores, con un cartel que decía que era un traidor y que había entregado a sus compañeros. Tenía veintinueve años.

—Yo pensaba que era más grande.

—¿Viste? A mí me pasó lo mismo. Me pasa también con los jugadores de fútbol y con los participantes de Feliz domingo. Sigo pensando que son más grandes que yo.

—Es una gran historia la del Oso. Y además está contada por una leyenda del periodismo policial. ¿Sabe Patán Ragendorfer que el año pasado hablamos de él en una sobremesa de la N8?

—No le pregunté, pero seguro que sí. Fue la noche del recital de los Redondos en La Plata, ¿no? Una noche que pasó de todo.

—Y de la que yo no me acuerdo nada.

—¿Vos leíste la crónica que hizo Patán para la Cerdos & Peces sobre la necroscopia de los restos del cantante Rodrigo?

—Maravillosa. Si me acuerdo bien, la exhumación se había hecho para extraer muestras de ADN. Había un juicio de paternidad en el medio…

—Claro. Te voy a refrescar cómo termina esa crónica, que la tengo acá mismo.

—Dale.

—Cuenta Ragendorfer: «El trabajo de los forenses se prolongó durante más de una hora. El resto de los presentes intercambiaba opiniones y observaba desde una distancia prudencial cómo iban cortando partes del cuerpo (un pedazo de fémur, huesos de los dos brazos y seis piezas dentales), que fueron siendo colocadas y catalogadas en frascos de vidrio. Finalmente se vio cómo volvían a acomodar las extremidades dentro del ataúd. Al ver eso, la abuela del presunto hijo del ídolo, musitó: “El nene tiene las manitas como las del padre”. Y rompió en llanto». 

—¿Está hablando de Rodrigo Bueno, no? El ídolo cuartetero, el que canta La mano de Dios…

—¿Increíble, no? 

—Hay que tener huevos para escribir algo así. 

—Después de escribir libros como La Bonaerense y La secta del gatillo está claro que a Patán le sobran huevos. Es una leyenda.

—Fogwill decía que su apellido, en austríaco, se traducía así: ragen significa «aldeano»; y dorfer, «que se eleva». Pero también, según Fogwill, Ragendorfer podía traducirse como «el vengador del pueblo». Se lo cuenta el mismísimo Patán a Saccomano en un reportaje buenísimo.

—«El vengador del pueblo», me gusta eso.

—Este año tendríamos que hacer más crónicas policiales, una por número.

—Totalmente. Y tendríamos que llamar al autor de «Conchita» para que escriba una. Y a Claudia Piñeiro. Anotálo.

—¿Viste que hablamos de topos e infiltrados y en ningún momento hablamos de Homeland?

—Qué raro, ¿estaremos madurando? Una cosa loca que me enteré el otro día es que la actriz que hace de la rubia bipolar en Homeland, y la que hace de Jessica Brody, son amigas desde chiquitas. Fueron juntas a la escuela.

—¿Como nosotros? No te lo puedo creer… 

—¿A vos cuál te gusta más? ¿La rubia que revolea los ojos o la morocha con labios de pato?

—Ninguna de las dos. A mí y a Diego Papic nos gusta Dana, la hija de los Brody. 

—También te gustaba Claire Fisher, Gordo Catastra… Dana es menor de edad. Estas declaraciones te pueden dejar six feet under.

—¿Sabés qué quiere decir Casciari en italiano? «Un gordito que se eleva». Así que no te preocupes por mí. Me desentierro solo.

El ping pong

—Me acuerdo cuando me hiciste escuchar la defensa que Dolina hace del Diego después del famoso «que la chupen».

—¿Te acordás? Fue a raíz del mensaje de un oyente que lo sacó de las casillas.

—No era un oyente, era una vieja…

—Es verdad, era una vieja que le decía «usted ayudó a alimentar al monstruo que tan bien nos hace quedar con la prensa extranjera».

—Dolina se calentó.

—No se calentó, ¿no te acordás? Le respondió tranquilo y se tomó su tiempo. «Yo decidí bancar a Maradona justamente por personas como usted», así empezó. Esa respuesta está online, entera, y no tiene desperdicio.

—Después de leer tu cuento lo primero que hice fue volver a ver el gol a los ingleses. No me canso de verlo. Qué increíble. ¿Te acordás que Sanfilippo dijo que había sido gol en contra?

—Sanfilippo es una vieja que opina de fútbol.

—Dijo que era la pierna de Butcher la que había empujado la pelota a la red, y no Diego. 

—¿Le habrán puesto alguna vez esa toma del gol frontal en la que se ve claramente que no?  ¡Qué bueno que está ver el gol entero solamente desde ese ángulo! El otro día lo encontré en Taringa. Está completo. Y además en cámara lenta, para que no queden dudas. 

—A un jugador inglés, creo que a Beardsley, también le había quedado esa duda después del partido. Y dicen que en el vestuario lo encaró a Butcher y le preguntó si el gol lo había hecho él. El carnicero, pobre, le dijo «creo que no».

—¡Qué jugador Butcher! Al lado de él, los huevos de Giunta son dos fetos de codorniz.

—¿Cuándo se le rompe la cabeza? ¿Jugando unas eliminatorias decisivas para Inglaterra? Sale de la cancha, le dan siete puntos de sutura, le ponen una venda y sigue jugando. No solo eso: sigue cabeceando todas las pelotas que entran al área y el corte se le abre y termina el partido chorreando sangre, como si lo hubieran degollado.

—Un gladiador…

—Fue el jugador que quedó peor parado después de la jugada del Diego, porque es el único al que Maradona gambetea dos veces. Me da pena lo que le pasó al carnicero, no se lo merecía.

—¡Cipayo!

—¿Para vos es mejor Messi o Maradona?

—No caigas en el error pelotudo de compararlos. Son dos santos de un mismo credo.

—No los estoy comparando, te estoy empezando a hacer un ping-pong de preguntas y respuestas.

—Ah, me hubieras avisado antes. Bueno, entonces seguí.

—Ahora te digo una palabra y vos me decís qué se te viene a la cabeza, ¿sí?

—Ok.

—Vamos con la primera: Maradona.

— Efedrina.

—¿No tenés otra?

—Doña Tota.

—¿Más futbolístico?

—Messi.

—Messi no sirve, porque es la segunda palabra del ping-pong.

—Lo lamento. Para ese ítem se me agotaron las palabras.

—Ok. Va la segunda: ¿Messi?

—Totín.

—¿Totín?

—Sí, mi perro.

—Listo. No juego más.

—¡La última, por favor! No seas malo, preguntame la última…

—Está bien: ¿Dios?

—Cristiano.

—¿Vos estás seguro de que Dios es Cristiano? ¿No te vas a arrepentir de esto que estás diciendo?

—Tenés razón, Christian Gustavo: Dios somos todos y también todas las cosas. Te doy mi palabra de panteísta.

—¿Por qué no nombrás nunca a Maradona en el cuento, gordito canchero?

—Es un homenaje que le hago a Cortázar. ¿Te acordás del cuento del boxeador que cae a la lona y queda knock out? Está en el libro Último round. Cortázar jamás nombra al boxeador y uno no se da cuenta. Ese cuento es un pase de magia, como el del Negro Enrique. Además te doy un dato. Sí nombro a Maradona en el cuento.

—No, no lo nombrás. Me fijé muy bien.

—Fijáte mejor. Está nombrado, y en mayúsculas. Lo que pasa es que sos miope.

Juventud senil

—Me quedé pensando en el eufemismo del que habla José Pérez: en lugar de crisis, «desaceleración transitoria ahora más intensa». ¿Cuánto habrán tardado los asesores de Zapatero para llegar a este enunciado?

—Es una frase que tuvo dos momentos diferentes. Primero fue solo «desaceleración transitoria». Y cuando el gobierno no pudo sostener más la mentira le acopló «ahora más intensa».

—La palabra «ahora» es clave, ¿no? Porque aunque la crisis se profundizara la frase no perdía vigencia.

—Y además seguía siendo «transitoria». Zapatero hizo muchos esfuerzos para no pronunciar la palabra crisis: «ahora vamos a entrar en un periodo de crecimiento negativo»; «tenemos alguna dificultad que nos viene de afuera»… Y llegó a decir que lo que estaba pasando en España no era una crisis económica sino una «desaceleración acelerada». ¿No hubiera sido más fácil decir «crisis» de entrada? 

—Depende. No es lo mismo que yo te diga que vos sos un «muchachito de hueso ancho que consume material adulto en internet» a que te diga «gordo pajero». 

—Me ofende mucho más lo primero que lo segundo. Prefiero la frase directa.

—Hablando de frases directas, cuando Pérez dice que «Cataluña aporta más dinero al Estado del que obtiene de él» está resumiendo todo lo que hay que entender del asunto catalán, ¿o no?

—Como cuando el Chicho dice «Argentina son los dientes de Jairo»…

—Eso no tiene nada que ver.

— ¿Cómo que no? Lo dice porque los dientes de Jairo sintetizan nuestro ser nacional. Pensá un poco: son dientes de sonrisa europea en la cara de un morocho argentino.

—Un morocho argentino que además habla un perfecto francés con la boquita fruncida. 

—¡Claro! ¿Entendés ahora? Los dientes de Jairo son el eufemismo de lo que nosotros siempre quisimos ser y nunca pudimos. Esos dientes, querido amigo, simbolizan el cruce ideológico entre Victoria Ocampo y Eva Perón.

—En ese caso también podríamos decir que la Argentina son los dientes de Carlitos Tévez…

—También, pero ahí la metáfora se va un poco a la mierda…

—¿Por qué creés vos que las mujeres catalanas tienen la voz tan grave? ¿Nunca te diste cuenta de eso, vos que todavía vivís ahí?

—La verdad que no. De lo que sí me di cuenta es que los peluqueros vascos y los catalanes hacen cortes de pelo típicos de cada región. Tranquilamente podés reconocer de cuál comunidad autónoma es la chica del tren solamente con mirarle fijo el flequillo.

—Cuando vivía en Catalunya mi peluquero, el Francesc, me cortaba el pelo como Gerard Piqué. Como yo le tengo miedo a los peluqueros nunca me animé a decirle cómo lo quería de verdad. También me sacaba los pelos largos de las cejas con una pinza de depilar muy dolorosa y sin pedirme permiso. Yo creo que, en el fondo, lo suyo era un acto de xenofobia.

—Los catalanes no son xenófobos. Todo lo contrario. Los que sí son un poco xenófobos con nosotros son los mexicanos.

—¿Y cómo querés que sean? ¿Viste el presidente que tienen? No puedo creer que Peña Nieto, de chico, jugara a que era el dueño del mundo, y que su secretaria fuera una muñeca de la Mujer Biónica. Todavía no sé bien si es un desquiciado mental o un genio.

—Yo lo tengo clarísimo: para mí es un genio. 

—¿Vos sabés en realidad qué pasó entre Gómez Bolaño y Carlos Villagrán? ¿No vendrá de ahí todo este quilombo de los estudiantes en México? ¿No serán, en el fondo, chicos decepcionados por la pelea entre Quico y el Chavo?

—Lo dudo. Una vez Elda Cantú, la editora de Etiqueta Negra, me explicó que los mexicanos no lo quieren mucho a Chespirito. Porque trabajó en Televisa, pero sobre todo porque está muy identificado con la derecha. 

—¿Me estás diciendo que Chespirito no es un icono para la juventud mexicana?

—No. Allá los progres no lo quieren. Y los mexicanos no pueden entender que en el resto de Latinoamérica nos guste El Chavo o El Chapulín.

—¿Ni siquiera les gusta a los estudiantes de la Ibero, que es una universidad de chicos ricos?

—Todo lo contrario. ¿No viste lo que cuenta Almazán? Y te digo más: antes del conflicto estudiantil los pibes de la Ibero supuestamente eran los frívolos, los pijos de México… 

—Se dice los conchetos… Te agallegaste mucho, querido amigo robusto.

—Eso, los conchetos. Pero se le plantaron a Peña Nieto y al PRI como si fueran soldados de Pancho Villa, y además despertaron a todos los estudiantes mexicanos. Fenómeno interesante.

—Pero ahora están dormidos, dice Almazán.

—Pero también dice «nada importante nace que no se tome su tiempo». Esa podría ser una buena frase para sintetizar su crónica, ya que estamos en tren de sintetizar.

—¿Viste alguna vez la cara de Elba Esther Gordillo? 

—No. 

—Es la mujer que, según Almazán, tiene más enemigos que dinero… Buscála y fijáte. Puede ser también una forma de sintetizar el estado actual de la política mexicana.

—Ahí voy —le digo a Chiri, y la busco en Google—. Acá la tengo. ¡Ave María purísima! Es una mezcla entre Manzanero y Latoya Jackson. ¿Quién vendría a ser esta mujer?

—La «lideresa de los maestros» mexicanos.

—O sea que es una educadora…

—Supongo. Le dicen «la Maestra».

—Qué miedo que me dio.

—Hace tiempo que Rodrigo Solís, el autor de «Bicho» en la Orsai N4, me viene diciendo que en México están pasando muchas cosas y que había que contarlo. En un mail que me mandó después de las elecciones me decía que por segundo sexenio consecutivo había ocurrido un fraude electoral en el país. Y que Peña Nieto, «un tipo con aspecto de galán de telenovela», me decía, era en realidad un experimento impuesto por Televisa. Todo bastante macabro.

—Hay una canción que cantan los estudiantes mexicanos que dice algo así: «No más, no más, mentira ya no más, el arte va pa’lante, la tele va pa’trás». Un día la escuché y se me quedó pegada en la cabeza. Me duró como una semana.

—Qué feo cuando te pasa eso. A mí una de las que se me pega automáticamente es «A don Ata», pero te pido por favor que no me la cantes. Me tortura. Se me impregna en la cabeza y no me la puedo sacar, como cuando te muerde un zombi en The walking dead.

—¿Vos sabías que el «Vamos Vamos Argentina» tiene una segunda parte que no la conoce nadie? 

—¡Como la Marcha Peronista! Me encanta cuando en los actos peronistas llega la segunda parte de la marchita y todos los peronistas mueven la boca tratando de embocar la letra. Siempre que veo en la tele un acto peronista, me quedo hasta que llegue ese momento…

—Tenés costumbres raras, Christian Gustavo.

—Pero gracias a esas costumbres descubro cosas. Por ejemplo que uno de los que se sabe enterita la segunda parte de la marcha es Antonio Cafiero. Y te digo más: casi apostaría a que es el único peronista que se la sabe entera.

—No apuestes boludeces…

—Lo maravilloso de todo esto es que la marcha peronista también tiene un origen oscuro. No se sabe bien quién la compuso. Algunos dicen que fue Rodolfo Sciamarella, un famoso autor de la época. Otros dicen que es de los hermanos Francisco y Blas Lomuto, y otros del pianista Norberto Ramos. También dicen que la música fue sacada de la marcha de un club de barrio. Y hay más teorías que ahora no recuerdo.

—Nuestros mitos suelen ser oscuros.

—Como todos los mitos.

—Es muy bueno cuando Borges dice que, gracias a la tradición oral, los argentinos no nos identificamos con los militares sino con el gaucho y el compadrito; la exaltación de los militares estuvo siempre al servicio de una causa, en cambio la otra tradición es pura. En ese párrafo de Borges que cita Seselovsky, creo yo, está todo lo que tenemos que saber sobre nosotros.

—Menos una cosa: ¿por qué peleamos nosotros contra nosotros?

—Supongo, querido Christian Gustavo, que nos peleamos porque un «nosotros» está creciendo y otro «nosotros» se está poniendo viejo.

—¿Y nosotros de qué lado estamos?

—Como toda la vida: en la adolescencia senil.

La reina roja

—La patología de abominar del lugar donde se vive la sufrimos un poco todos, ¿no Jorge?

—A mí no me pasa. Yo puedo vivir tranquilamente en cualquier parte.

—¿En Afganistán también?

—Obviamente no, me refiero a que estoy muy bien acá, en Sant Celoni y en la cultura occidental, pero también a que podría estar muy bien viviendo en una quinta en las afueras de Mercedes, en un pueblito uruguayo o en el distrito de Paramonga.

—¿Dónde queda Paramonga?

—No importa, pelotudo. ¿Por qué te quedás en la insignificancia? Lo que te quiero decir es que me da lo mismo, siempre y cuando no vaya a lugares donde me pueda explotar una bomba en la cara.

—Eso te puede pasar en cualquier lado. ¿No te acordás que a Donnie Darko se le cayó una turbina de avión arriba de la cama? Y él vivía en un tranquilo suburbio del primer mundo…

—Pero a él lo salvó un conejo apocalíptico…

—Esto que hablamos me hace acordar a un poema de Lawrence Durrel que tradujo Levrero.

—¿Qué dice?

—Dice que no hay tierra nueva, ni mar nuevo, porque por más que te escapes al lugar que sea tu ciudad te va a seguir siempre. Acá lo tengo. «…Los mismos suburbios mentales van de la juventud a la vejez, y en la misma casa acabarás lleno de canas… La ciudad es una jaula. No hay otro lugar, siempre el mismo puerto terreno, y no hay barco que te arranque de ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes que al arruinar tu vida entera en este sitio la has malogrado en cualquier parte del mundo?».

—¿Será por eso que, como dice Lewis Carroll, para quedarse en el mismo lugar hay que correr muy rápido? 

—Puede ser. ¿Sabías que de ahí surge la famosa hipótesis de la Reina Roja. Es una hipótesis evolutiva que dice (un ejemplo) que la velocidad de los conejos y de los zorros se tiene que haber desarrollado al mismo tiempo en las dos especies. Es decir, corriendo muy rápido en el mismo lugar. De lo contrario una de las dos ya no existiría…La teoría sirve también para explicar lo que sufre el Coyote con el Correcaminos. 

—¿También servirá para explicar la relación entre el hombre y la mujer?

—Habría que preguntárselo a Dolina. ¿Viste que lee revistas de neurociencia? ¿Y que leyendo esas revistas encuentra respuestas interesantísimas sobre la belleza femenina? 

—No, querido amigo miope, el que lee revistas de neurociencia es Garcés. Confundiste la preguntas con la respuesta. Eso prueba que con vos nuestra especie está corriendo un peligro enorme.

—En todo caso lo que quiero decir es que la explicación de Dolina es muy buena: «Nos gustan las mujeres jóvenes porque son las que tienen mejores probabilidades de engendrar». A Symns no sé, pero a nosotros dos la teoría nos justifica.

—Christian Gustavo, debo recordarte que estas charlas se publican y que luego las leen nuestras esposas.

—Cambiemos de tema abruptamente entonces. Hablemos de termodinámica. ¿Sabés algo de eso? Porque a mí la palabra termodinámica me remite a tecnología de punta uruguaya.

—Eso fue gracioso, no me río fuerte porque es tarde. 

—¿Pero sabés qué es termodinámica?

—Dolina suele hablar del tema en su programa de radio. Y, hasta donde sé, es un principio científico que tiene que ver con el carácter irreversible del tiempo. El tiempo fluye solo hacia adelante, por lo tanto no tenemos la menor posibilidad de construir una máquina del tiempo que funcione. Y entonces tampoco podemos evitar lo inevitable. 

—O sea que Michael Fox miente.

—Spielberg miente. 

—¿Vos creés, como Dolina, que un escritor como Somerset Maugham hoy ya no haga falta?

—No tengo dudas. Yo creo, aunque a esta altura ya lo venimos repitiendo mucho, que los Somerset Maugham de la actualidad están escribiendo series de televisión. Ya no esperamos una novela de Graham Greene, pero sí una nueva serie de Vince Gilligan, o de Steven Moffat, o de David Simon. 

—Como otros esperan una película de Spielberg… Entonces, si en cada época hay una profesión que concentra el prestigio, ¿será esta la época de los guionistas de televisión? Porque Dolina duda de que ese podio siga existiendo.

—Puede ser. A lo mejor la época de los guionistas ya pasó y todavía no nos enteramos. Pero si ese podio existe de verdad nosotros ya perdimos el tren, querido amigo. 

—Termodinámica pura.

Los infografistas no mienten

—Edwidge dice en un reportaje que Haití conserva todavía una tradición oral muy fuerte. Y que desde chica ella quiso ser escritora por las historias que le contaban las mujeres de su familia. Tiene un libro que se llama «¿Cric? ¡Crac!» justamente por eso.

—¿Por qué, Christian Gustavo?

—Porque esas palabras, en Haití, vendrían a ser algo así como nuestro «Había un vez» o el «Once upon a time» de los ingleses. Pero no exactamente…

—Sería como decir «¡se acabó la joda! Ahora vamos a escuchar una historia».

—Claro. En el mismo reportaje también cuenta que las abuelas haitianas se sientan con su pipa y los chicos se acomodan a su alrededor. Entonces ellas preguntan (con acento créole, por supuesto) si ya están listos para escuchar una historia. Pero no lo preguntan así. Dicen, simplemente, «¿Cric?». Y los chicos, a coro, responden «¡Crac!». Y a partir de ahí no vuela una mosca.

—¡Qué hermosura! Hablando de tradición oral, ¿sabías que en Haití la radio sigue siendo el medio de comunicación más importante? De hecho Pascal Dorien, el personaje del cuento, sueña con hacer un programa de radio y no uno de tele. 

—Quiere hacer una especie de «Policías en acción»…

—Es verdad, porque se imagina un programa para despertar cierto «voyeurismo enfermo» en la audiencia.

—Hablando de eso, hace un rato vi al presidente de Haití en Youtube cantando Suavemente, bésame. 

—¿Es cantante? 

—Y músico, querido amigo miope. Verlo te da un poco de miedo. Igual no es François Duvalier…  

—¡El famoso Papa Doc! Ese estaba loco en serio.

—Aparentemente Duvalier empezó bien su presidencia, hasta que le dio un ataque cardíaco y estuvo varias horas inconsciente. El tema fue cuando despertó…

—¿El dinosaurio todavía seguía allí?

—Peor: mandó a que encarcelaran al presidente interino, y como no lo encontraron por ninguna parte pensó que se había convertido en un perro negro, y entonces mandó matar a todos los perros negros de Haití. Hasta que finalmente lo encontró. 

—¿Lo mató?

—Claro. Y guardó su cabeza para usarla en ceremonias Vudú. 

—Parece una historia de terror.

—Pero es real. 

—¿Para vos qué vendría a ser Casa tomada? ¿Un cuento fantástico o una historia de terror?

—Sin un poco de miedo no hay cuento fantástico. Y en Casa tomada está esa presencia sobrenatural que no se sabe bien qué es.

—¡El peronismo!

—Bueno, pero también pueden ser los fantasmas de la culpa incestuosa. ¿Viste que hay varias teorías sobre el cuento? 

—Sí, pero la única certeza es que Casa tomada surgió de una pesadilla de Cortázar, en el verano de 1946.

—Y además de una pesadilla muy nítida, en la que él iba cerrando puertas y retrocediendo para escaparse de los ruidos que iban tomando la casa. 

—Si a Cortázar le gustaba tanto analizar sus propios sueños, ¿no te llama la atención que no le haya encontrado ninguna explicación a este?

—Por eso llamamos al mejor y más riguroso infografista de la Argentina y nos pusimos a trabajar nosotros. Para sacar a luz la verdad. ¿Te dije lo que me contó tu tocayo Hernán Cañellas mientras trataba de bajar a tierra el plano de la casa?

—Creo que no. 

—Me contó que de chico lo llevaban de visita a lo de unos tíos abuelos que vivían en Lanús, Alfredo y La Negra. Era una casa con pasillos y recovecos y una biblioteca muy grande, porque al tío Alfredo le gustaba leer. Cañellas siempre pensó que eran marido y mujer, pero de grande se enteró que eran hermanos.

—¿En serio? ¿Nunca nadie se lo dijo?

—Y él nunca preguntó. Y me dijo también que la casa de Alfredo y La Negra ya no existe, la demolieron.  Pero que él se la sigue acordando perfecta, y que era igual a la casa tomada del cuento.

—Si lo ponemos así nadie nos va a creer. Parece que fuera a propósito.

—Pero es la pura verdad. Los infografistas nunca mienten. Y Cañellas, el mejor de todos, mucho menos.

Páginas ampliables