Sobremesas de Revista Orsai N16 T1

En esta última revista, después de dieciséis números de insistencia conseguimos publicar un texto de Claudia Piñeiro, Horacio Altuna se lució con «Hot» y, estámos tan contentos, que les confesamos cuántas páginas ocupan todas las sobremesas.

Otra vez cara a cara

—Ya me había acostumbrado a hacer estas sobremesas por Skype —me dice Chiri—, y verte ahora acá en persona me da un poco de asco. ¿Están más viejo, no?

—Te parece que estoy más viejo porque ahora uso anteojos. Pero estoy igual que siempre.

—Entonces estás más sucio. Algo distinto tenés.

—Eso sí puede ser. Me baño bastante menos desde que hacemos Orsai. Me di cuenta de que es al pedo bañarse tanto para dirigir una revista literaria.

—O capaz que es solamente la falta de costumbre. Me había acostumbrado a hablar con vos por Skype, eras una cabeza sin cuerpo. 

—Sin axilas, sin calores corporales…

—¿Nunca habíamos hecho un cierre con vos en Argentina, en estos últimos años, no?

—No. Es verdad: todos ustedes acá, y yo solito allá. Pero la foto de portada nos necesitaba a los dos juntos. No hubiera tenido sentido que Marcos López le sacara una foto a la pantalla del Skype.

—Estar acá charlando me hace acordar a las primeras épocas, finales de 2010, cuando recién empezábamos con la revista y vivíamos todos en Sant Celoni. Fueron solamente tres años, pero sí creo que estamos más viejos. ¿O más sabios?

—Más sabios seguro que no, Christian Gustavo. Pero qué loco es todo: empezamos haciendo una revista en un patio, y la terminamos en un patio. Mi casa y tu casa. Hablando boludeces a la intemperie hasta que se nos hace de día.

—¿Qué sentís?

—¿Qué siento de qué?

—De este final de Orsai.

—Más o menos lo que cuento en el editorial largo del principio. ¿Lo leíste?

—No, me aburre leerte.

—¿Desde hace cuánto?

—Desde 1983. Con la llegada de la democracia empezaste a escribir distinto. ¿Qué ponés en el editorial?

—Que tengo muchas ganas de hacer otra cosa, de hacer Bonsai, de cambiar de aire. Pero también digo que estoy contento de que hayamos hecho esto durante tres años. ¿Vos qué sentís?

—Lo mismo —me dice—. ¿Te acordás cuando hicimos el decálogo de una revista imposible? Decíamos que íbamos a durar hasta que se cansen los lectores o hasta que nos cansemos nosotros. «Lo que pase primero», pusimos. Nos cansamos primero nosotros, ¿no Jorgito?

—Yo creo que sí —le digo—. Estuve en dos o tres países en estos meses, en Colombia, en Costa Rica, en México, y los lectores estaban tristes. Y yo no podía coincidir en esa tristeza… 

—Claro. Estabas eufórico por dentro, por Bonsai.

—Sí. Y lo peor es que no lo podía decir todavía. Y también hubo muchos mails de colegas, de escritores y de ilustradores con esa sensación, como si Orsai se hubiera acabado por razones tristes. Y nada que ver. De hecho, quedaron muchas cartas de lectores afuera en esta edición, cartas lindas, muy sentidas, de lectores llorosos por el final del ciclo.

—¿Y por qué no las pusiste a todas, esas cartas?

—Hubieran sido demasiadas páginas, puse algunas. Siempre tuvimos solamente cuatro páginas para cartas. Si las ponía a todas no nos hubiera quedado lugar para los textos.

—Sos un insensible —me dice.

—No. Al revés. Estoy muy sensible con esta época. En el buen sentido, tengo muchas ganas de volver a escribir, de reencontrame con mi lector desde un lugar más propio. No estoy sintiendo el final de Orsai, estoy sintiendo el principio de Bonsai. Lo huelo y me gusta.

—Pero Bonsai no tendrá sobremesas.

—No públicas. Seguiremos charlando como antes, en privado. A veces por Skype, a veces como ahora en el patio de tu casa.

—Desde 2014, cuando tengamos sobremesas presenciales —me dice Chiri, con tacto—, ¿te vas a volver a bañar?

—Sí, creo que para hacer una revista como Bonsai hay que bañarse más seguido. Es una intuición que tengo.

—Ojalá sea así Jorgito. No sabés cómo te lo agradecería.

Física y química

—¿Cómo te imaginas la cara de Pedro, el ladrón de la crónica del Rodo? —me pregunta Chiri.

—Mientras leía el texto para mí Pedro tenía la cara Alexander Monday —le digo—, el personaje de Ladrón sin destino.

—De Robert Wagner, querrás decir: el esposo de Natalie Wood.

—Exacto, ese mismo —le digo—. Me encantaba Natalie Wood, ¿se murió joven, no?

—Sí, creo que más o menos a nuestra edad. ¿Vos sabías que hay toda una trama policial detrás de su muerte? Una cosa muy misteriosa…

—No tenía la menor idea, ¿qué pasó?

—Natalie murió ahogada —le digo—. Iba en un yate con su marido y se cayó al agua. En el barco creo que también iba Christopher Walken.

—Siempre me dio un poco de miedo ese señor. Tiene una cara muy rara, no me digas que no…

—A mí me encanta —le digo—. No me lo olvido más en la película El cazador, de Michael Cimino.

—¡Enorme peli!

—Pero sobre todo cada vez que me cruzo con el video de Weapon of Choice no puedo dejar de verlo. Me hipnotiza ese video…

—Sí, es verdad —me dice Chiri—. Es increíble cómo baila. Mejor que Fred Astaire.

—Volviendo al tema del yate y Natalie Wood, ¿vos decís que estos dos la tiraron?

—Todavía no se sabe —le digo—. Esto pasó a principio de los ochenta, y hace poco la causa se volvió a abrir porque apareció un testimonio nuevo: el del tipo que manejaba el barco.

—De todos modos, por más pruebas nuevas que aparezcan, dudo que alguna vez alguien meta preso a Alexander Monday: era muy escurridizo. 

—Qué bueno que hayamos podido cerrar los policiales del tercer año con otra historia de Rodo —me dice Chiri—. Me encantó su crónica sobre el caso de las gemelas, y esta me parece brillante.

—Es un maestro el Rodo… —le digo—. ¿Y sabés qué? Cada vez me gusta más el género policial. Ahora, por ejemplo, estoy viendo en la tele muchas series policiales suecas y danesas… Un descubrimiento reciente que me tiene muy contento.

—¿Sí? ¿Qué hay? Dame alguna pista sobre series nuevas porque estoy un poco perdido.

—Tenés de todo—le digo—: Forbrydelsen, el germen de The Killer, por ejemplo; las verdaderas Wallanders también están muy bien… Pero si querés empezar con una que va a volarte la cabeza descargá Bron/Broen. Un lujo mitad sueco, mitad danés.

—¿Cuál es? ¿La del puente?

—Esa misma.

—Empecé a ver The bridge, la versión americana, pero no me gustó.

—¡Porque es una mierda! —le digo—. Tenés que ver la original.

—¿El planteo es el mismo?

—Idéntico, pero sin las pelotudeces de la industria norteamericana: una noche aparece un cadáver justo en la mitad de un puente que une Dinamarca y Suecia. Y la cuestión esa esa: hay medio cuerpo en cada país.

—Un mensaje muy extraño… ¿Se sabe de quién? Porque yo la dejé de ver en el segundo capítulo…

—Se va sabiendo, pero no te quiero dar ningún espoiler. Tenés que verla

—Dame una pista más, no seas puto.

—Cada uno de los países manda un detective. Por un lado una sueca rubia de personalidad impresionante: tiene algo parecido al síndrome de Asperger, es decir, obsesiva, limitada, de sociabilidad escasa…

—Como Sheldon Cooper, de The big bang theory.

—Exacto. Y el otro es un danés caótico, un tipo sanguíneo y calentón… ¿Sabés qué descubrí con esa serie?

—Qué.

—Que para los suecos, Dinamarca es el tercer mundo.

—Eso es mentira.

—No, es la pura verdad —le digo—. La historia es alucinante, pero la química entre estos dos personajes es de las mejores de la historia de la televisión. 

—¿Tienen más química que nosotros dos? 

—Nosotros no tenemos química. Tenemos física.

—No seas salamero.

Chicas lindas, años tontos

—A mí las dos chicas actuales que más me gustan en el mundo son Camila Vallejo y Lena Dunham —le digo a Chiri.

—No tiene nada que ver una cosa con la otra…

—Para mí sí, son dos señoritas muy inteligentes que están haciendo una revolución.

—Pero una es fea y la otra es linda.

—Las dos son lindas.

—Lena, no.

—Si la mirás bien es lindísima. Pero tenés que mirarla fijo mucho tiempo. Además es muy inteligente y creativa. Te pongo un ejemplo: Lena creó una aplicación ficiticia en su serie «Girls», y la idea resultó tan útil que se terminó vendiendo en la vida real.

—¿Cómo es?

—El invento se llama Forbid, y te lo bajás en tu teléfono. Es una aplicación que impide que hagas ciertas llamadas que no querés hacer: a una exnovia, por ejemplo. O a cualquiera que tenés la necesidad de llamar, o de mensajear, y sabés que no es correcto. 

—¿Cómo hace?

—Simplísimo, vos indicás el número al que no querés contactar, y si caés en la tentación de hacerlo la aplicación te cobra diez dólares. No sabés cómo está funcionando eso en el mundo de la gente joven.

—Es un compromiso con vos mismo…

—Claro —le digo—. Y si lo rompés, pagás un precio. Es una idea brillante, realizada con un código mínimo, simple. En un punto yo creo que eso también puede ser arte.

—Estás demasiado enamorado de esa chica, Jorge.

—Y de Camila también. Camila Vallejo es el personaje más interesante que dio Chile desde Roberto Bolaño —le digo.

—Es una simplificación muy pajera. Lo decís solamente porque te calientan sus tetitas encabritadas y sus ojos como faroles. Y además no sabés un carajo de Chile como para decir semejante cosa.

—Sí que sé —le digo—. Sé que la selección chilena terminó tercera en las Eliminatorias para el Mundial de Brasil. Y que el mayor logro futbolístico en su historia fue salir tercero en el Mundial ‘62.

—El Mundial que hicieron ellos, así cualquiera —me dice.

—Claro, nosotros, en cambio, salimos campeones en el ’78 de manera tan natural que la gente de cristales Swarovski nos dio un premio a la transparencia….

—No seas sarcástico, nadie sabe si hubo tongo —me dice Chiri—. Y si lo hubo, lo compensamos con lo que nos hizo la FIFA en el Mundial de Estados Unidos. ¿Vos creés que vamos a salir campeones en Brasil?

—Yo creo que no, que ganan los dueños de casa.

—¡No digas eso, hijo de puta!

—Shhhh… Vos dejáme —le digo—. Prefiero tener las mínimas expectativas, para que no me agarre ese ataque de llanto que me agarró cuando Alemania nos hizo cuatro. 

—Es verdad, yo tampoco quiero sufrir más.

 —¿Quién suponés que va a cantar la canción mundialista del año que viene? ¿Chico Buarque, Caetano Veloso o João Gilberto?

—No hace falta apostar. Ya eligieron a Ricky Martin.

—Eso no es cierto —le digo con los ojos llenos de sorpresa.

—Es verdad: ya está decidido. 

—¿De verdad me lo decís? ¿Cómo puede pasar eso, estamos todos locos? Con razón los brasileños están tan enojados con el Mundial. Ojalá que rompan todo.

—El otro día me acordaba de una cosa que escribiste hace un tiempo; decías que los años en que no hay mundial son años tontos. 

—Años tontos y largos. Es más, yo creo que por eso hicimos Orsai. La revista, quiero decir. Para divertirnos en los años tontos donde no hay Mundial. La empezamos en 2011 y la terminamos en 2013. 

—¿Vos decís que en 2015 volvemos?

—No. Pero firmemos la siguiente promesa: «La revista Orsai jamás saldrá en años donde haya Mundial de Fútbol». ¿Firmás?

—Firmo.

—Listo. Me encanta cuando las cosas tienen reglamentos coherentes. El futuro así es mucho más ordenado.

Civilización y barbarie 2.0

—¿Ya leíste el último libro de Iglesias Illa? —me pregunta Chiri.

—¿American Sarmiento? No todavía. Estoy esperando que me llegue.

—¿Ya lo pediste?

—No —le digo—, pero calculo que cuando mi tocayo lea esta sobremesa se va a copar y me va a mandar un ejemplar a casa.

—No me parece bien esto que estás haciendo.

—No me importa: tengo muchas ganas de leerlo, me encanta la idea de Hernán haciendo el mismo viaje que Sarmiento hizo por Estados Unidos. ¿En qué año, te acordás?

—Sarmiento viaja a mediados del siglo diecinueve y se queda dos meses. Parece que llega y se fascina con lo que ve, y a partir de ahí cambia su modelo de civilización: ya no le importa tanto Francia sino los Estados Unidos… 

—¡Qué pelado hermoso!

—Yo estuve con Iglesias Illa comiendo un asado en mi casa de Luján cuando estaba en pleno proceso de escritura, y cuando le faltaba poco para terminar el libro —me cuenta Chiri—. Me encantó lo que me dijo del libro: que había seguido los pasos de Sarmiento por Estados Unidos, pueblo por pueblo y ciudad por ciudad… Y escribe una cosa muy rara y alucinante, una mezcla de ensayo y crónica de viajes y crónica autobiográfica. Está muy bueno.

—Qué raro que es todo, querido Christian Gustavo: pensá que Iglesias Illa empezó escribiendo con nosotros una historia de fútbol de verdad en la Orsai N1, San Martín de Brooklyn: once contra once, cancha y olor a pasto, y terminó emulando un rol bastante absurdo de DT virtual.

—Me parece que la tecnología y el periodismo free lance lo único que hacen es quemarle la cabeza a la gente de bien. 

—Vamos a terminar siendo chupados todos por avatares, como ya planteó tan sabiamente la precuela de Galáctica. 

—Caprica.

—Hablando de avatares, acordate muy bien de este nombre, porque dentro de algunos años ya no lo vas a poder olvidar nunca más: Dmitry Itskov.

—Dmitry Itskov —repite Chiri.

—Y acordate también que la primera vez que lo escuchaste fue de mi boca, como casi todos los grandes descubrimientos que luego conociste en tu vida.

—¿Quién es Dmitry, gordito salamín? ¿Un agente de Caos?

—Es un ruso multimillonario, ¿viste que ahora hay muchos rusos multimillonarios?

—Sí, claro. Compran equipos de fútbol europeos.

—Bueno, este es uno muy loco con una ambición todavía más demencial: contrató a los mejores científicos del mundo para encontrar la fórmula de la inmortalidad.

—¿Cómo?

—Escuchá: el proyecto que desarrolla Dmitry se llama «Avatar». La idea del muchacho es diseñar un prototipo de robot que sea capaz de albergar un cerebro humano; el suyo, para empezar. Y después, cuando el invento funcione, Dmitry lo habilitará para el resto de la humanidad.

—Para los que puedan pagarlo, me imagino.

—Por supuesto: yo entre ellos.

—¿Cómo va a hacer el ruso?

—Lo tiene todo planeado. La misión tiene cuatro fases y se va a desarrollar de acá a treinta años, hasta el 2045. Dmitry calcula llegar vivo a esa fecha…

—Esperemos que antes no lo pise un camión…

—Concentráte en lo que digo, no hagas chistes. La primera fase pretende desarrollar un robot humanoide que se va a poder manejar mentalmente. El paso siguiente, la fase B, consiste en trasplantar un cerebro humano a un Avatar. Y en las etapas finales se pretende lograr que la mente humana, y toda nuestra personalidad, tal cual somos, esté integrada al avatar sin la necesidad de un cuerpo.

—¿Pero vamos a ser nosotros? ¿Seremos conscientes tras la muerte?

—El ruso dice que sí… Y lo más loco es que a partir de acá ya no vamos a necesitar ni siquiera un robot, porque vamos a poder vivir hasta el fin de los tiempos, si queremos, en forma de holograma.

—Suena muy espantoso.

—A mí me encanta. Imagináte que la humanidad contara con este invento desde hace cien años y que pudiéramos tener, por ejemplo, un avatar de Sarmiento mirando la Argentina de hoy.

—¿Qué creés que pensaría?

—Supongo que no vería las cosas muy diferentes a como las dejó.

Sobre los finales

—Así como muchos putos dicen que son mujeres encerrados en el cuerpo de un hombre —le digo a Chiri—, yo creo que Pedro Mairal es un hombre de campo encerrado en el cuerpo de un porteño.

—Es la pura verdad: Pedrín es un tipo de la llanura, un entrerriano perdido en la gran ciudad. No sé qué hace ese muchacho sensible rodeado de edificios tan altos…

—Este año sacó dos grandes libros: El gran surubí, con nosotros, y El equilibro con Garrincha Club, una excelente editorial. Una producción impecable: son pocos los que se pueden dar esos lujos.

—Yo coincido plenamente con lo que dice Santiago Llach en el prólogo de El equilibrio —me dice Chiri.

—¿Qué dice?

—Te leo: «Pedro Mairal es para mí un escritor ejemplar. Su virtud más notable es digna de envidia: se las arregla para producir felicidad en el lector». ¿La puta verdad, no?

—¡Claro! Es totalmente así: leer a Pedro siempre te pone bien. Es una rara virtud la de nuestro amigo. ¡Qué lindo pendejo!

—¿Por qué le decís pendejo, Jorge?

—Cariñosamente le digo, él sabe que lo quiero mucho.

—Otro lujo de este número final es publicar a Claudia Piñeiro y a Selva Almada. Las dos entraron casi sobre el tiempo de descuento.

—Cierto. Dos escritoras que no quería perderme.

—¿Te quedaste con ganas de publicar a alguien en estos tres años de revista?

—A varios… A Julio Villanueva Chang, por ejemplo.

—¡Cómo nos bicicletió ese muchacho! Pero también nos dimos el lujo de conocer a otros escritores increíbles, como el caso de Ángeles Alemandi, la chica que se carteó todo este año con Josefina. ¿Te gustó ese epistolario, no?

—Muchísimo. Es uno de los textos que más me gusta de todas las Orsai.

—¿Tanto?

—Tanto. Tiene un nivel de verdad, de intensidad… Te sentís un voyeur leyéndolo, es un viaje alucinante. Y tiene un final literario, fuertísimo.

—A propósito, ¿coincidís con los grandes finales del cine que nombra Pedro?

—Totalmente, sobre todo con el de Cinema Paradiso, me parece maravilloso.

—Hablando de finales, ¿te gustó el de Breaking Bad?

—¡Ah! ¡Maravilloso! No te pierdas la carta que le manda Anthony Hopkins a Walter White, después de hacer una maratón con las cinco temporadas.

—¿Dónde está esa carta?

—Buscála en Google, Chiri. No te puedo dar todo servido.

—Otra de las cosas que terminaron este año fue la trilogía de Richard Linklater: Antes del amanecer, Antes del atardecer, Antes del anochecer…

—La trilogía más pobre de la historia, como él dice. 

—Es cierto —me dice—, sobre todo si la comparás con El señor de los anillos. Pero dudo que la última haya sido el final de la historia. Para mí dentro de nueve años hacen otra.

—Puede ser, Linklater no lo afirma, pero tampoco lo niega.

—¿Te gustó la última?

—Un poco menos que las dos primeras, pero yo creo que hay que dejarla madurar y darle tiempo. Son unas de las películas que mejor nos pintan a nosotros como generación… 

—¿A vos te gustó?

—Me gustó ver a July Delpy en tetas, era hora. Pero me quedo con la dos, y con ese final maravilloso de Céline bailando con Just in Time de Nina Simone…

—Y diciendo «baby, you’re gonna miss that plane».

—Maravillosa peli.

—Y ya que estamos hablando de finales, ¿te gustó el final de Dexter?

—Para nada, Christian Gustavo. No me lo creí mucho. Hay un montón de cosas que no cierran en ese final, problemas de guion sobre todo. Y en la escena final, además, cuando están en Buenos Aires, hay algo que no puede ser.

—¿Qué cosa? ¿El obelisco tan cerca de la calle Leandro Alem?

—No, algo peor. En la escena final está la rubia envenenadora y el hijo de Dexter tomando algo en un bar porteño. En el bar hay un pizarrón con los precios de las comidas. Y si mirás bien, el plato de canelones cuesta veinte pesos. ¡Es imposible, con la inflación que hay!

—Cuánta razón, gordito.

Final del juego

—Saqué la cuenta de cuántas sobremesas hicimos desde que empezamos Orsai —me dice Chiri abriendo un excel.

—Apuráte a decirme porque está por llover. ¿Cuántas fueron?

—Desde la primera, en la página cuatro del primer número de Orsai, hasta esta que es la última, fueron ciento dieciséis sobremesas. Vos y yo hablando boludeces entre crónica y crónica. Y todas ilustradas por el gran Paco Ermengol.

—¿Solamente dejamos de hacerlas en la edición número tres?

—Tampoco las hicimos en la edición número cinco. Porque pensábamos que aburrían a los lectores.

—Y se quejaron.

—Como guanacos —me dice.

—Qué suerte que se quejaron, porque a mí siempre me divirtieron mucho estas charlas fuera de juego.

—Y está muy bien terminar de hacerlas después de «Hot». Porque nunca habíamos hecho una sobremesa por detrás de la novela gráfica de Horacio.

—Durante todo este año —le digo a Chiri— Jimmy Chance fue como uno más de la familia. Una historia hermosa, que en realidad es una saga que tendrá dos partes más. Me encantó ser el primer lector de esa historia, gracias a que Altuna siempre entregó los originales tarde…

—La leyenda dice que es su costumbre.

—¿Entregar a última hora? ¡Sí! En la revista Humor, en Fierro, en todas partes se ganó esa fama. Pero gracias a eso yo leía cada episodio en tinta, todavía sin color… Ser el primer lector de una obra suya me causó orgullo cada vez. Fueron seis veces de orgullo.

—Qué lujo haber tenido una novela gráfica de Horacio todo este año —me dice Chiri—. Mirá si de chicos, cuando leíamos «Las puertitas del señor López», o incluso «El loco Chávez» en el diario, hubiéramos sabido que muchos años después trabajaríamos con él.

—Yo lo veo todavía más increíble, pero desde otro lugar —le confieso—. A Horacio lo conocimos cuando empezábamos con Orsai, y con el tiempo nos fuimos haciendo amigos. De hecho, cuando ustedes se volvieron a Argentina Horacio los extrañó mucho, cada vez que viajo a Buenos Aires él manda saludos y los recuerda con intensidad. Pero yo me quedé en Barcelona…

—…y lo ves mucho más seguido.

—Claro. Nos juntamos siempre que podemos. Y en un punto, en mi cabeza, Horacio empezó a cumplir una función paternal para mí. Pero no lo digo en un sentido metafórico, ni artístico. Para nada. Lo digo literalmente: pude volver a hablar de Racing, o del Barça, o de la vida, como hablaba con mi papá cuando estaba vivo. 

—Qué loco —me dice Chiri—, y qué bueno.

—Más que bueno: es un regalo, un regalo inesperado además. Una yapa que trasciende la aventura de Orsai. Haber conocido a Horacio en este tramo de nuestra vida fue importante. Es un tipo muy sabio, pero sobre todo muy generoso y cotidiano.

—Yo lo extraño un montón, María también. A él y a Anita, a los dos —me dice—. Muchas veces nos gustaría teletransportarnos para estar en una sobremesa con ellos. Orsai también fue eso para nosotros: haber conocido gente increíble, ¿no? Paco y Matías, Josefina, Pedro, Fabián, Poly, Karina, Gonzalo…

—Gente increíble. Apasionados.

—Esa podría ser una buena moraleja —me dice Chiri—. Por lo menos para cerrar la última sobremesa pública de esta época. Moraleja: cuando trabajás con gente apasionada deja de ser un trabajo.

—Sí. Y lo mismo funciona como advertencia si lo decís al revés.

—¿Cómo sería?

—Cuando jugás con gente sin pasión, nunca es un juego.

—Me gusta. Es una buena ecuación. ¿Te parece que cerremos con esto y nos vayamos a hacer Bonsai?

—No veo la hora, querido amigo. Pero antes dejáme que me ponga sentimental, aunque sea en el tiempo de descuento.

—¿Vas a llorar?

—No. Te agradezco estos años de charla.

—¿Estos tres?

—No. Los treinta y cinco. La estoy pasando muy bien.

—Los que vienen serán mejores —me dice, y empieza a llover.

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