Sobremesas de Revista Orsai N8 T2

La revista número ocho fue la más vendida en la historia de Orsai. Además de los textos brillantes de Mayra Arena, Daniel Mella y Paloma Fabrykant, está la famosa crónica «La valija de Lionel» que emocionó al mismísimo Messi.

Datos que indican vejez

HERNÁN: Te conozco de chiquito, Christian Gustavo. Y cuando ponés los párpados así después de leer algo, es porque te gustó mucho.

CHIRI: ¡Qué buena que es esta chica! Estoy completamente alucinado. No sé ni pronunciar su apellido, pero me encanta.

H: Paloma Fabrykant. No es tan difícil de pronunciar. Primero decís Fabbri, como el exdefensor de Racing, y después Kant, como el filósofo.

C: ¿Y de dónde la sacaron a Paloma?

H: De Ana María Shua.

C: ¿De su taller literario?

H: De su vientre: es la hija.

C: ¡No te lo puedo creer!

H: Si hubieras trabajado más tiempo en este número de la revista, te habrías enterado.

C: Sabés muy bien que estuve absolutamente tomado por el rodaje de Canelones. Y resulta que ahora, después de meses de trabajo con la miniserie, me doy una vuelta por la redacción y tengo que solucionar un montón de cagadas que te mandaste.

H: ¿Sí, verdad? Entre ellas la gran cagada de haber descubierto a una escritora genial que en un futuro muy inmediato se va a convertir en una estrella internacional y se la van a llevar Planeta o Penguin, como siempre pasa con la gente que descubrimos.

C: Leí que fue productora de Policías en acción.

H: Sí. Me encantaba ver Policías en acción, y si hubiera sabido que en la producción estaba esta chica, detrás de las cámaras, coordinando todo, me habría gustado mucho más el programa.

C: Y, por lo que leo, también estuvo en otros trabajos de producción complicada.

H: Por eso sabe de lo que habla en esta crónica. Y si te interesa saber más, te cuento que Paloma fue educada por una madre escritora y un padre fotógrafo que, obviamente, la prepararon para que siguiera el camino de los intelectuales.

C: ¿Y lo siguió?

H: ¡Ni en pedo! De chica descubrió que, además de expresarse con el cerebro, quería hacerlo con todo el cuerpo y se convirtió en una profesional de las artes marciales mixtas.

C: Me estás jodiendo…

H: Buscála en Google y vas a ver. Hay fotos de ella subida a un ring y peleando cuerpo a cuerpo contra otras mujeres musculosas.

C: ¿A ver? ¡Es verdad! Entonces tenemos a una escritora que, si no le pagás las crónicas a tiempo, te agarra y te caga a palos. ¿Sabés cuánto me gustaría que pasara eso?

H: Siempre pagamos a tiempo en la revista.

C: Pero estamos cada vez más viejos y nos empezamos a olvidar de las cosas.

H: Eso es cierto, boludo. ¿Viste que me gusta recopilar datos que indican que estamos viejos? Tengo uno nuevo.

C: ¿No se te para?

H: Eso también, pero es por el cambio climático.

C: Ah.

H: El dato que confirma nuestra vejez es el siguiente: por primera vez, mi querido amigo, somos más viejos que el técnico que sacó campeón del mundo a la selección argentina.

C: ¡Es verdad! Scaloni nació en 1978. Mientras que Menotti y Bilardo podrían ser nuestros padres. Pasamos ese túnel, qué cagada.

H: No caigamos en la depresión. Hacer esta revista nos mantiene jóvenes.

C: No, esperá…

H: ¿Más ejemplos de vejez?

C: Me temo que sí, querido amigo. Paloma Fabrykant es hija de Ana María Shua… Creo que es la primera vez que publicamos a la descendencia de un autor o autora que ya había publicado con nosotros.

H: ¡La concha del mono, vamos a morir!

Abuelas muertas en la cabeza

CHIRI: ¡Qué cuento impresionante! Es tan hermoso cuando las palabras caen perfectas en la historia… ¿De dónde salió esta chica?

HERNÁN: De Colombia.

C: No seas pelotudo, Jorge. Quiero decir cómo llegamos a ella.

H: ¡Ah! La trajo Caro Martínez, nuestra flamante editora, que se la pasa buscando nuevas voces.

C: Como Byron.

H: A Byron le llegan las voces, no las busca.

C: A su abuela muerta sí la busca.

H: Cuando leí esa parte, se me vino a la cabeza la única abuela muerta que me daba miedo.

C: La abuela del Flaco Troncoso, ¿no? La que se suicidó.

H: Sí. Se llamaba Raimunda. En los años noventa, después de su muerte, iba a su casa a tomar merca y siempre me la imaginaba saliendo de la pieza con un balazo en la cabeza, preguntando si nos quedaba una rayita. Me daba miedo.

C: No era miedo, era culpa. Te atormentaba estar todo el día drogado sin hacer nada de tu vida, y entonces le ponías imagen a la culpa. Y era la cara de Raimunda.

H: Qué humillante… A los escritores de verdad la culpa se les presenta con nombres griegos: Electra, Circe, Ariadna. ¿Por qué la mía tiene que llamarse Raimunda?

C: Me da un poco de miedo esa parte del cuento que dice que, para sacarse las voces de los muertos de encima, Byron empieza a repetir en voz alta lo que ellos le dicen. Y solo entonces los muertos se calman, se ordenan y esperan su turno para hablar.

H: Como en la película de Whoopi Goldberg.

C: Tal cual. Y mientras leía el cuento de Laura, en un momento pensé en Cometierra.

H: Claro, porque «arrancamuertos» y «cometierra» son palabras compuestas. Podrías haber pensado también en «tomacorriente», en «guardabarros» y en «correveidile».

C: No sos gracioso. Pensé en Cometierra, la novela de Dolores Reyes.

H: Ah, no la leí, pero todo el mundo dice que es buenísima. ¿De qué se trata?

C: Una nena es capaz de conectar con personas muertas comiendo un puñado de la tierra que la víctima pisó por última vez. Y, como pasa en el cuento de Laura, el rumor corre y empieza a llegar un montón de gente en busca de ayuda.

H: Me gustan las historias en las que podés seguir la construcción de un santo o de un clarividente, como el tape Waldo en La ocasión, de Saer.

C: Lo novedoso en la historia de Byron es que la clarividencia le llega en medio del servicio militar, el peor lugar del mundo para tener visiones.

H: Qué espanto la colimba, por suerte la esquivamos. Vos sacaste el número 208, me acuerdo tu cara de alivio. Y yo me escondí unos años del cagazo para no tener que ir.

C: ¿Serías distinto, hoy, si hubieras hecho el servicio militar?

H: Me habría muerto en un calabozo. El sargento me habría bautizado «soldado Gordo» el primer día y me habrían culiado entre varios, y ahora estaría muerto.

C: Yo habría honrado tu memoria, querido amigo. Le habría contado al mundo quién eras.

H: Gracias, Christian. Por suerte no la hicimos y estamos vivos… ¿Sabés qué acabo de decidir en este momento?

C: Me imagino, y me da miedo.

H: Si me muero yo primero que vos…

C: Lo sabía.

H: … voy a meterme en tu cabeza y voy a cantar canciones de Nino Bravo hasta que se te salgan los ojos para afuera.

C: En cambio, si me muero yo primero, voy a ser tu daimón.

H: ¿Mi qué?

C: Da vuelta la página y lo entenderás.

La depresión y la belleza

HERNÁN: Me encanta la idea de los artistas dejados: los que no se bañan, los que no se levantan de la cama y atienden a la prensa en camiseta. Como Levrero, Felisberto, Vinícius…

CHIRI: Todo eso es depresión…

H: No siempre. En el caso particular de Levrero, lo que pasó fue que lo dejó de visitar el daimón, y el pobre quedó vacío.

C: Insisto con que eso se llama depresión, aunque le pongamos palabras graciosas.

H: ¿No te llama la atención que, aunque ya no lo visitaba más el daimón, Mella dice que mientras Levrero hablaba él igual lo escuchaba clavado en la silla, hipnotizado por la cadencia de su voz?

C: Es verdad, quería que Levrero le siguiera ha- blando para siempre. El daimón no estaba, pero su discurso seguía siendo hipnótico.

H: Hay un reportaje largo en YouTube, dividido en dos partes, que le hizo un alumno de su taller, creo, en el que Levrero, con esa cadencia tan particular en su voz, habla sobre sus técnicas narrativas. C: ¿Está bueno?

H: Es maravilloso.

C: Lo voy a buscar.

H: Pero lo que te quiero decir es que a mí me sumó mucho conocer de antemano la voz de Levrero, su tono, la forma de hablar, para meterme todavía más en el relato de Daniel. Fue como si estuviera ahí con ellos, viendo a Levrero de entrecasa.

C: Te pasa lo mismo con los cuatro Beatles cuando ves Get Back, de Peter Jackson. Y de yapa te enterás de que no fue Yoko Ono el verdadero motivo de la separación de la banda.

H: Terrible la parte en la que Yoko se pone a cantar. Me hizo sufrir mucho, porque es como un perro que quedó atrapado en un alambrado de púas toda la noche.

C: Hablando de orientales, vuelvo a nuestro amigo Daniel Mella. ¿Vamos a ocultarles a los lectores de la revista que el texto de Mella es un fragmento de Visiones para Emma, su última novela, que publicó nuestra editorial hace unos meses?

H: ¡No, al contrario! Es tan lindo el fragmento que van a ir todos los lectores desesperados a comprar el libro. De hecho voy a incluir un mensaje publicitario encubierto en la revista que diga que Visiones para Emma es un viaje personal en el que Daniel Mella nos pasea, con maestría, por su educación mormona, los años en Nueva York y sus perturbadores comienzos literarios, que incluyen un encuentro crucial con Mario Levrero.

C: A propósito, hay un libro muy bueno sobre Levrero, de Mauro Libertella, que se llama Un hombre entre paréntesis.

H: ¡Ah, qué bronca me dan los buenos títulos de libros! Odio que no se me hayan ocurrido a mí. Como el último de Pedro, ¿viste cómo se llama?

C: Esta historia ya no está disponible.

H: Es excelente. Y Un hombre entre paréntesis es un gran título para pintar el retrato de un fóbico que se pasó la vida acostado, leyendo, como de espaldas a la vida ordinaria. ¿Será ese el precio que pagó para escribir como los dioses?

C: Él dice que no eligió ser escritor, sino que se convirtió en uno por complejas razones socio-político-económico-psíquicas.

H: ¿Dónde dice eso?

C: En La novela luminosa. Te leo, escuchá: «En este preciso instante, más que estar escribiendo quisiera estar ideando un juego para computadoras, filmando una película o sembrando mi semilla en una serie de vientres femeninos, puestos en hilera uno junto a otro hasta donde alcance la vista. Mi relación con la literatura es lo que puedo, apenas, permitirme. Soy perezoso y cobarde, además de pobre; debo, pues, resignarme a escribir».

H: ¡Cuánta razón! Ahora entiendo todo… Dice Mella que, cuando conoció a Levrero, vio a un hombre muy feo. Y eso que me leíste confirma una gran teoría que siempre me rondó la cabeza, y de la que algunas veces hablamos.

C: Para qué escriben los lindos, ¿no?

H: ¡Claro! Escribir debería ser solo para los que no somos hegemónicos. Si yo fuera lindo, por ejemplo, ni en pedo estaría acá charlando con vos sobre libros. 

Las voces de los pobres

CHIRI: ¿Vos sabías que Mayra Arena se hizo famosa por conocer de cerca la problemática de los más desamparados?

HERNÁN: Yo la conocí un día en la radio y me cayó muy bien. Es una genia, pero no me pareció muy pobre.

C: Creo que ya no es pobre. Pero hace unos años dio una charla TED que se llamó «¿Qué tienen los pobres en la cabeza?».

H: ¡Y qué bien lee sus cuentos! ¿Estás escuchando la playlist de la página dos?

C: No sé por qué me lo decís como si hubiese sido una idea tuya ponerle sonido a la revista Orsai.

H: Claro que fue una idea mía, vos estabas en el rodaje de Canelones. Lo dijiste vos mismo. 

C: ¿Me estás hablando en serio? La idea de que Orsai tenga sonido se me ocurrió a mí antes de la pandemia, e incluso trabajé un montón en crear relatos de muchísimos autores que después apa- recieron en la revista en papel, y hasta en libros de la editorial. Sofi Badia, Caro Martínez, Willy van Broock, ¡hasta Mayra Arena apareció primero en la Orsai digital que en papel!

H: Es verdad. Yo no sabía que Mayra Arena escribía ficción.

C: Bueno, ese dato fue gracias a mi idea de publicar voces. Pero volviendo a Mayra: nadie explicó ni contó la pobreza en Argentina como ella. Supo qué resorte tocar para dinamitar prejuicios, sobre todo los de la clase media.

H: Y particularmente los míos, porque cuando le pedí un texto di por sentado que iba a ir por ese lado y me terminó dando un mazazo en la cabeza.

C: El último de los cuentos, «Los hechos», es tremendo. Ese final. Es perturbador, pero al mismo tiempo te desgarra.

H: Tiene que ver con lo que venimos hablando. Ese relato puntual es una forma extrema de abordar los prejuicios. 

C: ¿Y el del hijo incestuoso? ¡Mamita!

H: Precisamente: mamita. 

C: Qué clima más raro que tiene. Un sopor, una atmósfera tan extraña, mezcla de «Casa tomada» y Rosaura a la diez.

H: Eso sí que no tiene gollete.

C: ¿Cómo que no? ¿Y el incesto de los dos hermanos en «Casa tomada»?

H: Cortázar no menciona nunca el tema.

C: Pero está claro que los dos hermanos garchan entre ellos. Y, por otro lado, si le tuvieras que poner una cara al personaje del hijo, en el cuento de Mayra, obvio que es Juan Verdaguer.

H: ¡Ah! Vos estás hablando de la adaptación de la novela que hizo Mario Soffici para el cine.

C: ¡Claro! Que, de hecho, la volví a ver hace poco y me pareció genial. Hay una copia muy mala en YouTube, pero la peli es tan buena que se disfruta igual. ¿Y sabes qué pensé? ¿Cómo es posible que nadie haya hecho una adaptación nueva de Rosaura a la diez? Es un policial perfecto, con personajes buenísimos, y casi toda la acción pasa en un solo lugar.

H: Como Knives Out (Entre navajas y secretos).

C: Es una buena referencia. Pero pará, no avivemos giles, que la podríamos hacer nosotros.

H: Volviendo a Mayra, yo me sentí muy identificado con el cuento del camionero, porque no puedo cagar en ningún baño que no sea el mío.

C: ¡Qué tema cuando te cagás y no hay baño cerca! Estás obligado a actuar rápido. El cerebro casi no interviene, sos naturaleza en estado puro.

H: A mí lo que me llama la atención es cómo funciona el cerebro cuando te estás cagando. Corrés al inodoro, y a medida que te vas acercando el sorete de algún modo lo sabe y empuja por liberarse. Es como si el inodoro y el culo humano estuvieran conectados.

C: «Culo bluetooth». Idea mía.

H: No, es idea mía. Te la acabo de contar.

C: La idea es del que le pone título.

H: Nunca nos vamos a poner de acuerdo.

El univero desordenado

HERNÁN: Odio mucho cuando Julieta me manda a comprar algo de cosmética a un free shop y me da un papelito con la marca, y yo me quedo mirando los estantes horas y horas sin entender. Me siento inútil.

CHIRI: Es que sos inútil. Además de viejo. Pero el personaje de Guillermo Martínez no solo es inútil, también es culposo. Se siente en falta con la novia porque no dejó que el gato de ella fuera a vivir a su casa. Por eso está desesperado por cumplir con el pedido del esmalte de uñas.

H: No creo que sea tan simple.

C: Claro que no, porque por debajo de este cuento, como en todo lo que escribe Guillermo Martínez, hay un montón de capas. Pero no son para vos, sino para los que podemos bucear un poco más profundo.

H: Te encanta hacerte el intelectual delante de la gente, pero yo sé que no entendés un carajo de este cuento. Te conozco de chiquito.

C: ¿Y vos sí entendés? A ver, explicáme.

H: Está clarísimo que todo lo que sucede es un plan de la novia para asesinar al narrador. Ella sabe que él no va a encontrar el esmalte que le pidió, porque no es un producto fácil de conseguir, salvo en un lugar inhóspito y peligroso… Entonces le trabaja la culpa sabiendo que él «moriría por llevarle el esmalte». ¿Te suena la frase? Y de hecho fue lo que pasó.

C: Vos te das cuenta de que eso no tiene pies ni cabeza, ¿no? Estás viejo en serio.

H: Lo decís por envidia. Viejo estás vos.

C: Yo estoy muy bien, y por eso veo que hay un montón de pistas. Por ejemplo, la obsesión del personaje por encontrar la trama oculta en el nombre de los esmaltes. Él cree que hay una matriz detrás de esos nombres y está convencido de que la puede descifrar.

H: Pasa lo mismo con el tema que elige para em- pezar la conferencia. Los distintos criterios para ordenar una biblioteca. 

C: Y de ahí salta a la clasificación delirante de los animales que citaba Borges en «El idioma analítico de John Wilkins».

H: Qué hermosura eso de Borges… ¿Cómo eran las categorías, te las acordás de memoria o el tejido neuronal ya está haciendo estragos?

C: «Pertenecientes al Emperador», «embalsamados», «perros sueltos», «que acaban de romper el jarrón», hasta ahí me acuerdo de memoria. Son todas geniales.

H: Igual no entiendo qué carajo tienen que ver los métodos de clasificación con el sentido del cuento.

C: Escuchá esto que dice el narrador: Si un conjunto es vasto y variopinto, como el universo, no debe esperarse que exista una clasificación exhaustiva de sus elementos por clases. Aunque en el otro extremo (te lo cito rápido) está el teorema de Ramsey: si el conjunto es lo bastante grande, el desorden absoluto también es imposible.

H: Y ahora dejáme citar a mí: El universo, que no es totalmente clasificable, tampoco es totalmente desordenable.

C: Guau. ¿Todo eso lo dijimos nosotros de memoria? Entonces no estamos tan hechos mierda.

H: ¡Boludo, nunca me sentí tan inteligente en mi vida! Pero igual sigo sin entender un carajo.

C: Yo, menos… Pero a lo mejor vos tenés razón. Capaz que la novia lo mandó matar al protagonista. Y eso me remite a…

H: Estás poniendo cara de inteligente, me encanta. ¿A qué te remite?

C: … a que en la crónica que sigue también hay un extranjero, quizás un poco culposo, al que mandan a hacer algo que no entiende, y al que tampoco le va muy bien.

H: Estás forzando la transición, como en las viejas épocas, Christian. Creo que no perdimos la magia. Todavía la vejez no nos acorraló.

C: Gracias, Hernán. 

Un ruiseñor enjaulado

HERNÁN: Yo siempre creí que Plácido Domingo era un verdugo de esta secta, pero no: por lo visto era una pobre víctima.

CHIRI: Un ruiseñor de barba enjaulado. Pobre…

H: Ojo, que en España tiene temas de abuso sexual. No te creas que es siempre víctima.

C: Mucha gente cree que la Comunidad Orsai es una secta, y me cuesta explicarles que no.

H: Tenés que decirles que en realidad somos un sistema de estafas culturales muy bien aceitado, pero que en ningún caso rezamos en ronda ni nos culiamos a nadie.

C: Perfecto. Y que tampoco hacemos yoga.

H: ¡Dios no lo permita! Por suerte, los gordos no podemos hacer yoga.

C: Ah, no sabía.

H: Claro. No existe ningún gordo que haga yoga, del mismo modo que no existe ningún chino que esté de vacaciones.

C: ¿Vos estás seguro de que podés decir eso en un medio gráfico? Mirá que las reglas de la cancelación están muy laxas.

H: Como jefe de la secta Orsai, puedo decir lo que se me antoje. Y también puedo hacer sorteos y dar premios. ¿Viste que cada lector de esta edición tiene un número único en la contratapa?

C: Leí algo en tu editorial. ¿Cómo es?

H: Lo explico bien en la página doscientos diez. Te podés ganar algo increíble que te puede cambiar la vida.

C: En el orden jerárquico de Orsai, vos serías «formal siete», como Percowicz.

H: Claro. El jefe. Y todos ustedes están en diferentes puestos debajo. Puestos menores.

C: Quiero creer que Nacho Merlo forma parte de los «humanos comunes», el último orejón del tarro, como corresponde.

H: ¡Ah, no! Me olvidé de avisarte porque estuviste todo este tiempo dirigiendo la miniserie. A Nacho Merlo lo ascendí. Ahora es un «apóstol».

C: ¡No me jodas! ¡Apóstol es Gabo Grosvald! ¡No los podés poner a los dos a la misma altura!

H: Es que un poco me encariñé con Nacho. A veces se deja la barba larga y parece Platero.

C: ¿Pequeño, peludo y suave?

H: Sí. Tan blando por fuera que se diría todo de algodón.

C: Bueno, está bien, hacé como quieras. Ahora sí, por las dudas, te advierto que al que lo estoy viendo escalar peligrosamente es a Jere Ponzi.

H: Ya lo sé, de hecho tengo la teoría de que en cualquier momento ese chico se abre de Orsai y pone su propia secta.

C: Para mí ya lo está haciendo. Y por lo que me contaron, la está abriendo con Carlos Maslatón y con este muchacho Dillom.

H: ¿El que canta?

C: Bueno, «cantar» es un verbo muy amplio.

H: Maslatón, Dillom… Es toda gente entrevistada por Julio Leiva en Caja Negra.

C: A vos también te entrevistó Julio Leiva.

H: Sí, pero conmigo se equivocó y se dio cuenta tarde, cuando le conté la forma en la que me corto las uñas de las patas… En ese segundo el programa dejó de ser cool para siempre.

C: Me acuerdo.

H: ¿Y vos, Christian? ¿Quién serías en el orden jerárquico de la secta?

C: Ni idea.

H: ¿Te acordás del documental Wild Wild Country, sobre Osho?

C: ¡Qué buen documental, por el amor de Dios! Es maravilloso, sobre todo el personaje de Sheela, su secretaria.

H: Bueno. Eso mismo: vos serías Sheela.

C: Antes de ser tu secretaria, prefiero cortame la poronga.

H: Sí. Es un requisito para ocupar el puesto.

México, Polinia, etcétera

HERNÁN: El mexicano del cuento vive en Cracovia y es la primera vez que publica en la revista. ¿A que no sabés de dónde lo saqué?

CHIRI: No lo sacaste de ninguna parte. No estaba en una caja. Es un escritor, se llama Alejandro Merino y ganó el concurso Orsai de anécdotas.

H: Me gusta más decir que lo saqué de algún lado, pero si querés ser correcto, adelante.

C: Me molesta que hables de las personas como si fueran objetos inanimados.

H: Si me seguís molestando, te voy a guardar en un cajón. ¿Entonces ya sabías de los concursos?

C: Soy tu socio en esta aventura, ¿cómo no voy a saber?

H: Es que… los últimos meses estuviste tan enfrascado con las películas (cerrando La uruguaya, recibiendo premios, rodando Canelones, haciendo nuevos amigos, almorzando con Diego Peretti) que a veces pienso que no te interesa más el resto de… Nada. Olvidáte.

C: ¿Estás llorando?

H: No.

C: A ver, vení. Miráme a los ojos y escucháme… A pesar del crecimiento de Orsai Audiovisuales (el flamante departamento que dirijo), yo sigo atento a tus boludeces: la editorial, los concursos, la comunidad, los eventos… No me importa que sean proyectos menos rentables ni increíblemente menos exitosos que el mío, Hernán. ¿Qué vas a hacer este año? Contáme.

H: Más concursos. Empezamos con certámenes de cuento, de novela, de cine, de teatro…

C: Qué lindo, y qué sano que te estés divirtiendo con eso… ¿Necesitás platita para los premios?

H: No me gusta el tono condescendiente de tu voz, y tampoco me gusta que te pongas la solapa del saco para arriba, ni que te dejes el pelo como David Lynch. Quiero a mi amigo de antes.

C: ¡Te estaba haciendo un personaje, gordito estrafalario! Me decías que el autor del cuento es mexicano pero que vive en Polonia. ¿Y eso qué quiere decir? Que a los dos países les ganamos en primera ronda.

H: Me da miedo quedar en loop con el Mundial. Que todo nos remita a eso. A mí me cuesta mucho no pensar en Qatar, pero creo que ya es hora de dejar el tema.

C: Tenés razón. Sigamos con México y las casas extrañas… El otro día terminé de ver Better Call Saul y es impresionante lo que estoy extrañando a Jimmy. H: Y a Kim… Hablemos de Kim Wexler, por favor.

C: Te enamoraste un poco, ¿no?

H: Ya no me enamoro más de personas que no existen. Pero a ella la extraño.

C: Te entiendo, porque son los personajes, mucho más que las tramas, lo que de verdad importa en las historias.

H: ¿No es siempre así?

C: En un momento de mi vida yo pensaba que no. Pero ahora estoy completamente convencido de que el personaje es todo, más allá del contexto en el que se mueva.

H: Hablando de contexto, ahora viene una historieta del dibujante belga Jeroen Janssen que transcurre en una aldea abandonada en los Pirineos, con personajes sin arco dramático y en la que no pasa nada.

C: Suena a un Seinfeld de montaña. ¿Y por qué la publicamos si no pasa nada?

H: Porque lo que importa en la historieta es otra cosa. Acá no es cine ni literatura. En el dibujo imperan la calma, el silencio, la belleza, la tranquilidad… ¿Chiri? ¿Te dormiste?

C: No, no. Una historieta belga. Marruecos le ganó dos a cero a Bélgica, y los echaron en primera ronda.

H: No podés salir del Mundial, ¿no? C: No. Creo que tengo que pedir ayuda.

De pedos y ecología

CHIRI: Esta es la segunda historieta que publicamos de Jeroen Janssen. ¿Le debés algo?

HERNÁN: Es el dibujante belga que un día vino a mi casa de Barcelona a retratarme y yo me tiré un pedo. ¿Te acordás?

C: Claro. El del cuento «Un belga en casa».

H: Y ya no puedo decirle que no. ¿Vos sabés lo que es sentir un pedo mío por primera vez?

C: Por supuesto. Catorce de agosto de 1980, no me olvido más: una experiencia muy fuerte.

H: Por eso tengo una deuda eterna con él.

C: Por suerte el material es hermoso. Y el texto, escrito por su hijo Pablo, también. Me conmueve la sencillez con la que dice cosas tan esenciales.

H: No te estarás volviendo hippie, ¿no? C: De un tiempo a estar parte, me importa la ecología y tengo ganas de publicar cosas sobre el tema en la revista.

H: No me jodas, Christian. No sos vos el que habla. Es tu señora, María Margarita, que te llena la cabeza. Tu esposa es paulatina y persistente como la tortura china de la gota en la sien.

C: Estoy de acuerdo, pero ella me abrió los ojos. Te voy a decir algo muy importante, Hernán.

H: Cuando decís «Hernán», viene una pelotudez.

C: Se está yendo todo a la mierda. ¡Todo! Y nosotros estamos hablando de cualquier cosa.

H: Nosotros hablamos de cualquier cosa desde los nueve años, y siempre se está yendo todo a la mierda.

C: Me refiero a la humanidad, boludo. ¿Sabés a qué me hace acordar? A Game of Thrones. El hombre conspirando contra el hombre, sin ser capaz de ver que al norte del Muro, fuera de los Siete Reinos, acecha la verdadera amenaza: los Caminantes Blancos.

H: Con lo poco que me venía interesando tu discurso, y ahora me dejó de interesar por completo, porque no vi Game of Thrones… Escucháme bien lo que te voy a decir, Christian: una vez, en estas mismas sobremesas, vos y yo juramos que en esta revista nunca en la reputísima vida íbamos a hablar de ecología.

C: Me arrepiento de haberlo dicho. Ese tema es el único que nos tendría que estar preocupando ahora mismo. Estamos muy cerca del colapso.

H: Te voy a responder citando la teoría de la bolsa de plástico de George Carlin.

C: Ya hablamos de eso, y estoy seguro de que lo hicimos acá mismo, cuando éramos idiotas y soberbios. No me la vuelvas a contar.

H: El planeta pasó por muchas cosas peores que «nosotros los humanos». Hubo terremotos, volcanes, placas tectónicas en movimiento, la deriva de los continentes, las erupciones solares, las tormentas magnéticas, la reversión de los polos magnéticos, cientos de miles de años de bombardeo de asteroides y meteoritos, inundaciones a nivel mundial, maremotos, incendios por todo el mundo, erosión, rayos cósmicos, varias edades de hielo…

C: ¿Y?

H: ¡Y nosotros pensamos que unas bolsas de plástico y unas latas de aluminio van a destruir el planeta! ¡La soberbia del ser humano es hermosa! ¿Sabés qué pasa? ¡Que el planeta seguro necesita plástico para alguna cosa del futuro, gil! Por eso creó a unos bichos bípedos capaces de generar plástico. No somos tan importantes.

C: Por pelotudos como George Carlin y como vos estamos como estamos.

H: En De animales a dioses, Yuval Noah Harari demuestra que el hombre es un depredador imparable desde tiempos inmemoriales. Dice que los colonizadores de Australia, por ejemplo, transformaron el ecosistema australiano hasta dejarlo irreconocible. ¿Entendés? Hace milenos que el homo sapiens viene haciendo pelota todo, y la Tierra sigue girando lo más campante.

C: Vos podés decir lo que quieras, pero mi señora tiene razón. H: Ya no te reconozco, amigo mío.

Cada día muere mejor

HERNÁN: Cuando le pedí a Divinsky su panteón, lo hice con la seguridad de que uno de sus elegidos iba a ser Fontanarrosa… ¡Y no lo puso!

CHIRI: ¿Y no le dijiste nada?

H: ¡No se les puede estar digitando los muertos queridos a las personas! «A ver, sacáme a Alfonsín y poné a Fangio». «Achicá dos anécdotas de Vinícius así podés meter a Carlitos Gardel». No, que haga lo que quiera: es Divinsky…

C: De todas maneras, huelo a que esta es la última vez que hacemos esta sección.

H: ¿Por?

C: Porque las secciones tienen un tiempo de caducidad, y me parece que los panteones acaban de llegar a su fin. Salzano, Symns y Divinsky… Un trío que admiramos desde chicos.

H: Daniel es el editor que más quiero en el mundo, y una grandísima persona. Y me encanta el panteón que armó. Cada uno de los personajes tiene una buena anécdota adentro.

C: Hay algo que me pareció excelente: incluye a uno que no le cae bien.

H: ¿Viste! Pone: «Y para que este panteón no se parezca al cielo, donde todos los presentes son buenas personas, voy a incluir en él a Jorge Álvarez, editor».

C: ¡Ja! H: Me paré y aplaudí en esa parte. Creo que la corrección política, por un lado, y cierta decadencia, por el otro, han provocado que ya no se pueda insultar con clase.

C: Como esas batallas dialécticas entre Wilde, Shaw, Chesterton… ¿Te acordás de esos debates que leíamos cuando éramos chicos, que aparecían en la revista Crisis?

H: ¡Qué hermoso! Ahora esa dialéctica combativa del arte pasó a J Balvin contra Residente, o Shakira haciéndole una canción a Piqué.

C: Ojo, Jorgito: se te pone la voz de tu papá cuando estaba en contra de Serú Girán. 

H: Sí, es verdad. Es mi vejez incipiente la que habla. ¿Nunca te pusiste a pensar en quiénes estarían en tu panteón personal, si te lo pidieran?

C: Tendría que pensarlo un poco.

H: Decí uno, al menos.

C: No se me ocurre ahora.

H: ¡Estaría yo, boludo! ¡Soy tu amigo del alma!

C: Ah, sí, obvio. Vos.

H: No sé por qué, noto cierto aire irónico.

C: Te voy a confesar algo que nunca te dije: cuando estuviste a punto de morir infartado en Montevideo, dentro de la enorme tristeza, había algo en mi interior que me incomodaba mucho.

H: ¿Qué?

C: Pensaba: «Uy, ahora me van a llamar de todos lados para pedirme semblanzas sobre el Gordo».

H: ¿Y eso no te motivaba?

C: ¡No sabés la paja que me da tener que hablar de vos! Porque además los periodistas te obligan a ser sensible, tenés que contar anécdotas que te pasaron con el muerto. Es un garrón… Ojalá que me muera yo primero, boludo, porque me agobia pensar que un día voy a tener que pasar por eso.

H: Mirá qué loco. A mí me pasa al revés: me encantaría que te murieras, porque de hecho ya tengo la estructura de lo que voy a decir. A veces retoco algunos párrafos en el documento de Drive.

C: ¿Ya tenés escrito el texto sobre mi muerte?

H: La estructura, nomás… Porque viste cómo es la desaparición física: en general te morís a la madrugada… Y ponele que yo tenga radio ese mismo día a las nueve. Andy me pregunta: ¿tenés algo sobre la muerte de Chiri? No me puedo quedar mudo. ¿Qué clase de escritor sería?

C: Eso es verdad. ¿Te sirve si me muero un viernes, tipo seis tarde?

H: Sería ideal, pero no quisiera ponerte en un compromiso.

Supermercado de cuentos

HERNÁN: Las cuatro historias fueron enviadas a los concursos Orsai de narrativa. ¿No es increíble que podamos tener contenidos de tanta calidad en un concurso?

CHIRI: Me gustaron mucho, de verdad. Yo no daba dos pesos cuando me contaste de hacer concursos.

H: Si querés presentarte, podés hacerlo. Tenés que entrar a concursos.orsai.org y postular tu historia. Son permanentes, siempre hay.

C: Pero… ¿No hay problema si yo participo siendo fundador de la revista Orsai, y además siendo nosotros amigos desde la infancia?

H: ¿Problemas? ¿De qué tipo?

C: Nepotismo, incompatibilidad, fraude, gente linchándonos en las redes…

H: ¡Ah, claro! Eso pasaría si ganás. Pero hay que ser bueno para ganar estos concursos, Christian, así que podés participar sin drama.

C: Eso es verdad. ¿Estos cuatro cuentos son los que ganaron?

H: No, los ganadores fueron… Dejáme que te leo porque no me acuerdo de memoria. Gustavo Trimaglio en guion de cine; Wilson Carreño en crónica; Daniel Cúparo en obra de teatro; Carlos La Casa en novela; Lucas Bravo en cuento; Camilo Ramos Paiva en guion de cortometraje; Cristian Taddeo en obra de microteatro y Federico Paratcha en nouvelle.

C: ¡Faaa! ¿Y qué se ganaron?

H: Un montón de plata.

C: ¿Y estos cuatro cuentos que publicamos ni siquiera son ganadores?

H: No, son los que elegimos nosotros.

C: «El vivero», del que se apellida Scasserra, es tremendo. Se me revolvió un poco el estómago mientras me iba acercando al final. Es como una reescritura de Edipo rey, sin oráculo.

H: ¿Y «Sharon», de una chica que se llama Cecilia Gómez Rosati? Cuando lo terminé de leer me dieron muchísimas ganas de que siguiera. Hay un universo maravilloso en esa historia.

C: Tiene un aire entre Antichrista de Amelie Nothomb y La amiga estupenda de Ferrante, pero en un barrio de Argentina.

H: Me encantó la imagen de Sharon cuando camina hasta la narradora del cuento en pleno partido de fútbol. Como si cruzara una avenida repleta de autos con el semáforo en verde sin que se le mueva un pelo, y sin que nada la toque. ¡Qué buena imagen para describir a un personaje sin usar un solo adjetivo!

C: Como la tensión entre los dos padres en «Distancia», ¿cómo se llama el autor?

H: Matías Vigano.

C: Cuando se quedan solos en la cocina, con la tele prendida en un partido de fútbol. Una tensión que no se nombra pero que, sin embargo, la podés sentir.

H: Y el cuento de Laureano Debat, «Los últimos de San Julián», me generó un poco de angustia.

C: Es duro, sí…

H: Si vos y yo alguna vez nos llegamos a pelear, prométeme que nunca me vas a atravesar el cuerpo con una motosierra.

C: Jamás. Nunca me subí a una moto y no sé usar una sierra… Así que imagináte todo junto. Soy muy perezoso. Te mandaría un sicario. Oíme. ¿Te parece poner la crónica de Messi al final de la revista, cuando la mayoría de la gente compró este número por eso?

H: ¡Claro! Es lo mismo que hacen los supermercados: te ponen lo que venís a buscar en la otra punta para que tengas que caminar y compres todo lo que no viniste a buscar.

C: Dicho así, suena feo. No somos viles supermercadistas.

H: En el fondo lo somos, pero de productos nobles. ¿No fue genial llegar hasta acá leyendo una revista hermosa?

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