Sobremesas de Revista Orsai N9 T2

A veces ocurren milagros: nos cayó del cielo una entrevista inédita que dos adolescentes le hicieron a Borges en los 70. Además, cuatro cuentos de terror de la gran Agustina Bazterrica y un policial de Susan Glaspell, entre otras perlas.

La realidad maquillada

HERNÁN: No quiero que vayamos a la guerra con Brasil y que nuestro presidente sea José María Listorti.

CHIRI: No va a pasar, quedáte tranquilo.

H: ¿Vos decís? Hay un montón de cosas que hoy normalizamos pero que hace treinta años parecían una locura.

C: ¿Por ejemplo?

H: El capítulo de Los Simpsons donde se vaticinó que Donald Trump sería presidente. Eso no fue pensado como una verdad, sino como un futuro irónico. Y mirá después lo que pasó.

C: Todo futuro es muy diferente de cualquier presagio. En 1980 pensábamos que hoy iríamos en autos voladores, pero ni en pedo hubiéramos vaticinado TikTok: una tele personal con programas de veinte segundos que funciona según se les antoje a tus deseos más primarios.

H: Dicho así parece malo, y sin embargo TikTok es bueno. C: ¡Es malísimo!

H: No puede ser malo, solamente hay culos.

C: ¿Ves? Estamos viviendo en medio de cambios que ni siquiera podemos notar. Yo no sé si los chicos, nuestros hijos, los asimilan bien. Pero a mí me trauman un poco.

H: A mí me dejó bastante traumado la crónica de Seselovsky… Es muy raro lo que está pasando con esa guerra… Los giros del destino pueden ser increíbles.

C: Es tan loca la historia de Zelensky que parece irreal. Es como si Ucrania viviera su propia ucronía. A lo mejor el destino de los países está ligado a su nombre.

H: Me gusta tu teoría.

C: No es una teoría. Es un juego de palabras. Ucrania, ucronía… No hay ningún otro país con el que se pueda hacer ese chiste.

H: «Qué sería de Siria sin queserías».

C: Eso es más un trabalenguas.

H: ¿Cómo se dice «suegra» en ruso?

C: Eso es un chiste de cómo se dice algo en otro idioma, pero no es un juego de palabras sobre países.

H: ¿Estás enojado conmigo?

C: ¡No!

H: ¿Entonces qué te pasa?

C: Estoy cada vez más convencido de que vivimos en una mátrix.

H: ¿La capital de Expaña?

C: Ese estuvo bueno.

H: Gracias.

C: ¿Pero podemos volver a la crónica de Seselovsky? Zelensky es, por ejemplo, una anomalía de la realidad.

H: Admito que la historia de un tipo común que inesperadamente se convierte en presidente de Ucrania —como en la ficción de Netflix que protagonizó el propio Zelensky antes de la guerra— es un hecho bastante extraño en sí mismo. Además, debe de ser complicadísimo dirigir una guerra y, al mismo tiempo, tener que estar maquillado.

C: Gran crónica la del Checho, pero qué loco que ese chico siga vivo.

H: Mirá que lo intentamos matar de todas las formas posibles, y él siempre se las ingenia para sobrevivir.

C: Desde la Orsai número uno que lo mandamos a lugares peligrosos, y él siempre va.

H: Mansito. C: ¿No es hora de que saquemos un libro con las crónicas de Seselovsky en Orsai? Lo mandamos a que lo deporten, a perseguir a los ranqueles, a que vaya a buscar a su mamá biológica…

H: Está bueno lo del libro. Se podría llamar «Andá para allá y volvé con algo».

C: Parece el nombre de un libro con instrucciones para amaestrar un perro.

H: ¿Y no hay algo de sabueso en un buen periodista de investigación?

C: Cuánta razón, querido amigo.

Suspensión de incredulidad

HERNÁN: ¡Ay, qué angustia! Me dieron un poco de miedo estos cuentos, y mirá que yo no soy de asustarme.

CHIRI: No soy Christian, soy un fantasma del subte…

H: Bueno, por lo menos no sos el conejo.

C: Soy el conejo fantasma.

H: «Conejo fantasma» le puso Pata Villanueva al marido cuando la abandonó.

C: Buen chiste, pero solo para un nicho.

H: Nunca me gustó el terror, sobre todo en las películas. Todo el tiempo sé que son actores y que el monstruo es un pobre enano disfrazado.

C: Sin embargo, ALF te hacía reír.

H: ¡Obvio!

C: Entonces lo que te pasa es que, con el terror, no hacés el pacto inicial de suspensión de incredulidad del que habla Coleridge. Y con el humor sí lo hacés.

H: Qué inteligente que sos, a pesar de todos tus problemas.

C: ¿Entonces no te gustaron los cuentos?

H: ¡Me encantaron! Y eso demuestra que, cuando está bien escrito, cualquier género es bueno. C: ¿Pero te dio miedo alguno?

H: No, me dieron ganas de escribir. A los escritores, cuando las cosas nos gustan, no nos provocan ni miedo, ni risa, ni llanto, sino ganas de escribir.

C: No estoy de acuerdo, pero ya tenés una edad a la que es mejor darte la razón.

H: Gracias. ¿Y a vos, qué fue lo último que te dio miedo en serio?

C: Cuando entré recién al baño y te estabas limpiando. No entendí bien la posición.

H: ¿Y en el terreno artístico?

C: ¡Ah! Cadáver exquisito, la novela de Agustina, es maravillosa.

H: ¿Qué Agustina?

C: Bazterrica, pelotudo. La chica de los cuentos de los que estamos hablando.

H: No le digas por el nombre como si fuera tu amiga. ¿Está buena la novela, vos decís?

C: No lo digo solo yo. La novela ganó el Premio Clarín y el Ladies of Horror Fiction.

H: ¿Resumen? C: Cadáver exquisito cuenta la historia de un mundo en el que se sacrifican humanos porque un virus afectó la carne animal, que ya no se puede comer, y la gente que no se vuelve vegana se convierte al canibalismo.

H: ¡Ah, qué trama increíble! Pero es más distopía que terror, ¿no?

C: Ambas cosas, te diría. Porque esta transición al canibalismo está institucionalizada y pasa a ser normal.

H: ¿Es decir que hay humanos que son criados para consumo?

C: Claro. Y lo loco es que, leyendo esta novela, podés sentir lo que siente una vaca en el matadero en primera persona, y no te dan más ganas de comer carne en tu vida.

H: Hasta que llega el domingo, sentís el olor que sale de una parrilla y te olvidás…

C: Cada vez menos, ojo. A mí las distopías y el terror últimamente me provocan pesadillas.

H: Las pesadillas no tienen que ver con lo que veas, sino con tus propias experiencias. Volviendo a Coleridge: él dice que en los sueños las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos.

C: Yo pensé que eso lo decía Borges.

H: Lo dice Borges, pero citando a Coleridge.

C: ¡Ah! Estás nombrando a Borges de manera solapada porque estamos a punto de entrar a la entrevista que le hicieron los adolescentes…

H: Exacto.

C: A veces creo que sos un buen director de revista literaria, pero sigo sin entender cómo te limpiás cuando vas al baño. Qué posición rara.

Vergonzosos y timoratos

CHIRI: ¿De dónde salió esta maravilla?

HERNÁN: De un casete que me llegó a través de uno de los protagonistas de la historia… Apenas escuché el audio, no podía creer lo que teníamos entre manos.

C: ¿Pero los dueños del casete te dieron la grabación por propia voluntad o los embaucaste?

H: Un poco y un poco, pero creo que al final no me van a hacer juicio. Mauricio y Mariano son muy buena gente.

C: Me sigue pareciendo maravilloso que Borges recibiera a todos los que le tocaban timbre en su departamento de la calle Maipú…

H: Maipú 994, 6o B.

C: No pensaba en la inseguridad, o no había en esa época.

H: Creo que le chupaba un huevo la inseguridad. Pero tampoco termino de entender si era muy generoso o muy ingenuo, al invitar a cualquiera a su casa.

C: Y además, que se tomara el tiempo para quedarse charlando, sin importar quién fuese el interlocutor: Carrizo, dos pibes cualesquiera, Bioy, el papá pesado de uno de los pibes… A Borges le daba lo mismo, él charlaba.

H: Tendríamos que haber ido, Christian. Teníamos entre catorce y quince años cuando murió Borges. Estuvimos a tiempo de conocerlo y de visitarlo… y, como dos pelotudos, nunca lo hicimos.

C: Peor que eso. ¿Vos te das cuenta de que nosotros, a los quince años, nos hacíamos reportajes el uno al otro, Hernán? Tendríamos que haber salido más a la calle.

H: Aunque hubiéramos llegado a la puerta de la casa de Borges, ni en pedo tocábamos timbre. Éramos muy pajueranos en ese tiempo. Vergonzosos, timoratos…

C: Es verdad.

H: Incluso vos todavía lo sos un poco. Te cuesta hablar con los grandes escritores, nos tenés un respeto que te inmoviliza.

C: Vení, inmovilizáme esta.

H: ¡Mirá! Se te fue el respeto, qué suerte.

C: Igual pienso que, si hubiéramos ido a visitar a Borges, algo habría salido mal: vos y yo, a los quince años, en un departamento con un ciego y un gato… era para quilombo.

H: Me encanta una historia que se cuenta de Borges. Varios escritores jóvenes lo van a ver a su departamento para hablar con él, pero uno de ellos es muy narcisista y no puede dejar de hablar de sí mismo. En un momento se da el siguiente diálogo: «A mí me han interesado temas que usted supo tocar en sus libros. Por ejemplo, los espejos y los sueños. Es más, estoy escribiendo un cuento en el cual mi madre, que murió hace diez años, me saluda en un sueño desde un espejo». Borges lo mira, ya harto del pibe, y le dice: «¿Su madre murió hace diez años? ¿Y lo saluda desde adentro de un espejo…? Qué atenta su madre».

C: Qué viejo más hermoso. ¿Viste que la comida que más le gustaba era el arroz?

H: Arroz con manteca y queso.

C: Para mí que lo hacía para no tener que perder tiempo pensando en cosas triviales.

H: Y por comer tanto arroz se terminó casando con una china que nos encanutó durante muchos años su obra.

C: Kodama no era china, nació en Buenos Aires.

H: Pero era hija de un japonés, es lo mismo.

C: No es lo mismo. ¿Te acordás que la vimos poco antes de que partiera de esta vida, en un hotel de Recoleta?

H: Sí. Estaba cada vez más parecida a Yoko Ono. ¡Qué manera de hacerle juicios pelotudos a todo el mundo, esa mujer!

C: ¿Te hizo feliz su muerte?

H: ¡No, boludo! Jamás me haría feliz ninguna muerte.

C: Dale, estamos solos. Confesá.

H: Me dio un poco de alivio, pero por la liberación de la obra. ¿Eso es pecado, padre?

C: No… ¿Sabés qué sería pecado? Que no leas el cuento que viene. Ya vas a ver por qué.

El delito y el pecado

HERNÁN: ¡Qué buena escritora que es Eugenia Almeida! No la había leído nunca, pero ya me compré todos sus libros.

CHIRI: ¿Son muchos?

H: En Mercado Libre hay tres.

C: De este cuento, «Penitencia», ¿qué fue lo que te gustó más? H: Desde que hacemos la Orsai sonora, me gusta mucho cuando un cuento tiene potencial para muchas voces. Y lo primero que me llamó la atención es la ausencia de la voz del cura, como si estuviera en un frasco, o en el Cono del Silencio, y la diversidad de parlamentos del pueblo… ¿Escuchaste el cuento por los actores y las actrices? Es espectacular.

C: ¡Claro! Y es cierto: el cuento tiene voces como para hacer mermelada… Me encantan los relatos corales. Este en particular me hizo acordar a Háblenme de Funes, de Humberto Costantini.

H: ¡Mirá! Me había olvidado de lo mucho que me gustaba esa novela. Tienen la misma técnica: distintas voces que van construyendo un relato, como en un documental.

C: Cuando era chico me tentaba poner un grabador y escuchar las confesiones que le hacían al cura las viejas de Mercedes, pero estaba prohibido.

H: Claro, era pecado.

C: Pecado y delito al mismo tiempo. Es como roja directa. Hay cosas que son pecado solo para la Iglesia, para el Estado no.

H: ¿Por ejemplo?

C: Ponerle los cuernos a la pareja.

H: Es verdad.

C: Y hay cosas que son pecado para el Estado, pero para la Iglesia todo bien.

H: ¿Tocarle las bolitas a un nene?

C: Por ejemplo.

H: Entiendo. Me hubiera encantado ser cura para conocer todos tus secretos de confesión, pero no te habría tocado las bolitas ni en pedo. 

C: Yo jamás habría ido a confesarme con vos.

H: ¿No creés en Dios?

C: No creo en vos con sotana. Aunque me parece que te quedaría muy bien.

H: Yo creo que sería del tipo cura franciscano gordo. Me veo más con el típico traje marrón, suelto de sisa, que con el batón negro que usaba el padre Mario en Mercedes. Me parece más alegre.

C: Los curas le dieron mucho a la literatura.

H: Lo dudo.

C: San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, por ejemplo.

H: ¡Ay, boludo! ¡Cómo me estás destrabando lecturas! Qué novelita maravillosa. Me acuerdo hasta de la tapa, creo que leímos los dos la misma edición.

C: Era un cura que pierde la fe pero que es capaz de fingir, incluso de llegar a ser visto como un santo, con tal de que sus feligreses sigan creyendo en Dios.

H: Nos encantaba esa novela, la teníamos toda subrayada. Era un chanta, Manuel.

C: O no… Porque para él era mejor vivir creyendo en Dios que vivir sin creer en nada. En el fondo era bueno. Me parece que teníamos esa discusión ya desde chicos, en la escuela.

H: Acabo de recordar cómo leíamos en la secundaria. Llevábamos libros que no tenían nada que ver con las clases y nos íbamos al fondo, no les dábamos pelota a las materias. Costantini, Unamuno, Cortázar, Borges o lo que fuera, nos pasábamos los libros, los subrayábamos…

C: Éramos realmente zombies.

H: Idiotas absolutos. Yo ni me bañaba. C: ¡Yo tampoco! ¿Para qué?

H: Hay algo de esa simbiosis nuestra en las historias de Mariela y Rama. Prestales atención a esos dos personajes de Bruzzone.

C: ¡Viene bien la revista hasta ahora, eh! H: Sí, se nota que cada vez hacemos menos.

Antropomórfico

HERNÁN: ¿Cuántos porros se habrá fumado este autor Bruzzone antes de escribir esto?

CHIRI: Yo no creo que tenga nada que ver con la droga.

H: ¡Cómo que no! Es una maravilla cómo se metieron estos personajes en mi cabeza, con las ideas y los diálogos… Es la primera vez que me drogo leyendo algo.

C: Repito: no tienen nada que ver con la droga. Parece un delirio, pero para mí estos textos tienen un orden secreto, dicen mucho más de lo que aparentan decir.

H: Bueno… Están bien, son raros y desconcertantes, pero… ¿orden secreto? Tampoco exageres, Christian.

C: En serio lo digo. Mientras leía pensaba en Caza de conejos, de Mario Levrero, que es un librito maravilloso. ¿Lo leíste?

H: No. C: Bueno, es complicado hablar de literatura con alguien que no lee.

H: Más complicado es hablar de droga con alguien que no se droga.

C: Más complicado es dirigir una revista con un gordo pelotudo.

H: Más complicado es mantener una amistad de toda la vida con un canoso.

C: ¿Y eso qué tiene que ver?

H: Yo quería un cómplice, no un abuelo.

C: ¿Podemos volver?

H: Yo nunca me fui, estoy centrado.

C: Te decía que pensaba en Caza de conejos porque los de Levrero son textos bastante surrealistas.

H: Entonces me das la razón.

C: ¡Pará! Dejáme terminar una frase. Según Levrero, cierto surrealismo puede ser una alegoría que describe, paso a paso, el penoso procedimiento para la obtención de la piedra filosofal, entre muchas otras cosas. Y acá, en estos relatos, veo que hay algo parecido.

H: Bueno, a mí no me da la cabeza para pensar tantas cosas, querido amigo. Solamente me atrevo a decir que me encanta que nuestra revista englobe voces diversas y textos lúdicos y personales que salen de lugares muy auténticos. Eso ya me maravilla.

C: Me estás diciendo que no te gustaron estas historias, pero usando palabras raras.

H: ¡No, boludo! Me vas a hacer quedar mal con Bruzzone… Sí que me gustaron. Te acabo de decir que salí de los cuentos medio drogado. Y eso es un elogio, acá y en cualquier parte.

C: OK, pero se te puso la cara de un color raro.

H: Es más, a Rama y a Mariela, mientras leía, todo el tiempo las veía con cabezas de animales, especialmente de zorros, como la película de Wes Anderson.

C: ¿Cuál? ¿Fantastic Mr. Fox?

H: Sí.

C: Nada que ver, Rama y Mariela son re antropomórficas, como nosotros.

H: Antropomórfico serás vos, hijo de puta.

C: No es un insulto, boludo.

H: No sé, después lo gugleo. Pero a veces, entre tus palabras raras, metés una injuria. Toda la gente que estudió en Puan hace eso.

C: Hace un montón que tenía ganas de invitarlo a Félix a escribir en Orsai.

H: Creo que ya lo habías nombrado en alguna sobremesa. Me acuerdo que te escuché decir que te hacía acordar a Edgar Allan Poe.

C: Por su técnica literaria.

H: Ah, mirá. Yo pensé que lo decías por el formato de sus pelos y su bigote y su tez blanquecina.

C: No creo que le guste lo que estás diciendo.

H: Y a mí no me gusta que le digas «Félix», si no es tu amigo.

C: ¿Vos estás celoso de que yo tenga otros amigos escritores?

H: ¡No es tu amigo, Christian! ¡YO soy tu único amigo!

Los animales parlantes

CHIRI: ¿Quién hace la voz del caballo en la versión sonora de este cuento? Me suena muchísimo. ¿Es alguien que conozco?

HERNÁN: El gran Peto Menahem.

C: ¡Claro! Con razón me sonaba. ¿Tiene voz de caballo en serio o la compuso para la grabación?

H: No, Christian. Tiene voz de caballo. Él, de hecho, no lo sabía y se lo tuvimos que decir.

C: ¿Le cayó bien?

H: Fue un bajón. Ni él ni la familia tenían idea. Al principio hay que asimilarlo a eso… ¿Vos cuándo te enteraste de que tenías voz de castor?

C: A los diecisiete. Pero no es de castor, sino de cualquier roedor semiacuático. ¿Y vos?

H: De sapo.

C: ¡Ya sé que te sale voz de sapo cuando estás a punto de llorar! Te pregunto cuándo te enteraste.

H: A los doce. Mi vieja me llevó al médico y ahí saltó.

C: ¿El sapo?

H: Mi vieja.

C: Claro, porque ella es canguro, ¿no?

H: Sí, pero por opción. C: ¿Me avisás si ya podemos salir de esta conversación absurda?

H: Sí, por favor. Me estaba asfixiando. Volvamos al cuento.

C: Volvamos. Mientras leía el cuento, pensaba que este caballo, Tincazo, no se parece en nada a BoJack Horseman.

H: No puedo creer que sea el único caballo hablador que te viene a la memoria.

C: No hay ninguno más.

H: ¡Cómo que no! ¡Míster Ed!

C: Ni idea, yo soy millennial.

H: No sos millennial, Christian. Tenés artritis.

C: Te digo más: sobre animales parlantes en la literatura, el que se me viene a la memoria es el perro de Paul Auster en la novela Tombuctú.

H: Es esa novela contada por un perro, ¿verdad?

C: Exacto, y te digo más: yo creo que, si los perros hablaran de verdad, hablarían como ese perro.

H: Ni idea. Justo ahí dejé de leer a Paul Auster, como dejé de escuchar a Spinetta con el disco Peluson of Milk. No me explico por qué.

C: Totín Junior, tu nuevo perro salchicha, también habla. O por lo menos eso es lo que me dijo Pipa el otro día que fui a tu casa.

H: Pipa está convencida de que un día Totín Junior le va a hablar, y eso es porque todas las noches yo le cuento historias en las que el Totín original, mi perro de la infancia, interactuaba conmigo cuando yo tenía la misma edad que ella.

C: Eso te pasaba porque vos no tenías amigos hasta que me conociste.

H: Sí tenía amigos. Pino era mi verdadero amigo hasta que apareciste vos. Y, extrañamente, la semana siguiente, Pino desapareció.

C: ¿Y ahora por qué me mirás con cara de detective de compañía de seguros?

H: Siempre me pareció muy extraño que Pino y vos nunca hubieran estado juntos.

C: Yo apuesto plata a que era un amigo imaginario. Por eso le contás a tu hija que hablabas con tu perro. De lo solo que estabas hasta que aparecí.

H: ¿Te imaginás si de verdad nuestros perros hablaran? C: Sería tremendo, porque conocen todos nuestros secretos. Milo y Paca, mis perros, son los únicos seres en habitar este mundo que saben de verdad quién soy.

H: ¿Más que yo? C: Muchísimo más que vos.

H: Primero Bruzzone, ahora tus perros… ¿En qué puesto de tus amistades estoy entonces?

C: Top ten.

H: Croac.

C: Dale, boludo, era un chiste.

H: Croac, croac.

Gringos que reaccionan

HERNÁN: ¿Está mal que me gusten los textos de escritores extranjeros que hablan de nosotros?

CHIRI: Es una enfermedad nacional que viene de lejos, nos pasa a todos.

H: Chauvinismo al palo.

C: Por esa razón hay tantos youtubers españoles reaccionando a cosas argentinas. Un montón de gallegos se están haciendo la casa gracias a este problemita de ego que tenemos.

H: A mí me encantan los textos que Naipaul escribió sobre nosotros para The New York Review of Books.

C: ¡Pero esos textos hablan mal de los argentinos!

H: Ya sé.

C: Naipaul dice que somos una cultura dominada por la corrupción política, que tenemos una mentalidad demasiado psicoanalizada, una retórica incapaz de resolver problemas reales…

H: Que somos machistas…

C: Que seguimos ciegamente a líderes carismáticos, que somos un país latinoamericano que se la da de europeo…

H: Bueno, eso es lo único que pasó de moda. De todo el resto tiene razón, el hijo de puta.

C: A medida que envejecés, te vas volviendo más reaccionario.

H: ¡Aaah, Christian! No hay nada más maravilloso que coquetear con ser de derecha en la vejez. Y no sabés lo lindo que es decir cosas gorilas conviviendo con una socióloga.

C: Pobre Julieta… Cuando ella te conoció, antes de tu infarto, ¿pensaba que eras de izquierda?

H: Pensaba que mi barba desaliñada era por el Che Guevara, y era por Naipaul.

C: A propósito: escuchá lo que escribió Naipaul cuando visitó a Borges para entrevistarlo: «La bandera argentina, azul y blanca, que cuelga sobre la calle de México desde el balcón del despacho de Borges en la Biblioteca Nacional aparece sucia de polvo y humos. Y echemos un vistazo a este edificio, quizá el mejor de la zona, que fue utilizado como hospital y cárcel en tiempos del dictador gángster Rosas, hace más de ciento veinte años. Todavía hay belleza en la pared coronada por púas, las altas verjas de hierro, las enormes puertas de madera. Pero, en el interior, las paredes están desconchadas; las ventanas que dan al patio central tienen los cristales rotos; adentrándose, pasando de patio en patio, vemos ropa tendida en un corredor, los peldaños están rotos y una escalera metálica de caracol aparece bloqueada por trastos inservibles. Esta es una oficina del gobierno: nos habla de una administración agarrotada, de una ciudad que se muere, de un país que no ha funcionado realmente».

H: ¡Qué poeta hermoso!

C: Es sabido que el tipo era un jodido, maltrataba a sus mujeres, insultaba a sus amigos, bardeaba a países enteros.

H: ¡Como Dios manda!

C: No había nada que lo dejara más satisfecho y pipón que ser un tirabombas.

H: Nada que ver con Guillermito Hudson.

C: Totalmente. Allá lejos y hace tiempo es un libro sereno, se nota que está escrito en una vejez placentera. Las cosas mínimas que describe de su infancia en Argentina, el palomar que estaba al lado de la casa paterna, un vuelo de patos silvestres, la muerte del perro de la familia, un ombú. Me genera mucha paz mental esa historia.

H: ¿Hudson habrá sido best seller en Argentina por la misma razón que proliferan los youtubers españoles que reaccionan a nuestras boludeces?

C: Es probable.

H: Tenés que escuchar la versión sonora del texto de Stekelman. Pusimos a un inglés.

C: ¡Lo escuché! Se le caen todas las erres, como a Hudson y a Naipaul. Es muy divertido.

H: Venimos de un cuento traducido y ahora nos vamos a otro cuento traducido. Nos estamos dando todos los lujos.

C: Estamos alardeando en la revista, ¿no?

H: Disfrute, querido amigo, ya estamos en edad de hacer lo que se nos antoja.

Cada vez que sople el viento

HERNÁN: ¡Cuánto lobby hiciste para meter a este autor en la revista!

CHIRI: ¿No te gustó?

H: ¡Me encantó! Pero odio cuando se te ocurren a vos las cosas buenas. ¿Cómo llegaste a Offutt?

C: La última vez que vi a Daniel Mella acá, en Buenos Aires, tenía un libro bajo el brazo que le había regalado una alumna. Era Mi padre, el pornógrafo, de Chris Offutt.

H: Un título polémico.

C: Por eso me llamó la atención y le pregunté qué carajo era. Me contó que se trataba de un escritor al que estaba leyendo mucho, y que en el libro contaba una historia autobiográfica.

H: ¿Cuál?

C: Parece que el padre de Offutt —con el que Chris siempre estuvo en pie de guerra— un día se muere y toda la herencia que le deja al hijo es su viejo escritorio, un rifle y unas cuatrocientas novelas pornográficas, mecanografiadas por su madre.

H: Rarísimo todo.

C: El tipo era considerado el rey de la pornografía del siglo XX, aunque también escribió ciencia ficción y muchos otros géneros.

H: Un animal.

C: La cosa es que, una vez muerto su padre, Chris vuelve a la casa paterna, se encierra a ordenar la oficina y, mientras charla con su madre, se va encontrando de otra manera con su propio padre, al que no había llegado a conocer del todo.

H: Me hace acordar a La invención de la soledad, de Paul Auster, que trata sobre lo mismo. Me encantan esas historias. Lástima que la literatura del yo abunda tanto que se me volvió difícil distinguir entre lo que vale y lo que no vale la pena leer.

C: Bueno, acá tenés uno que vale la pena. Yo lo encontré en internet, porque está difícil en librerías. Y después de leerlo, le entré al resto de su obra, que es genial.

H: Me encanta la simpleza y la forma directa en la que escribe. Frases cortas, claras, limpias, sintéticas. Es austero y magnífico.

C: También fue guionista. Escribió guiones para Weeds, True Blood y Treme.

H: ¡Las vi todas!

C: Lo hizo para pagar la universidad de sus hijos, y después huyó de ese mundo, despavorido. Le gustó la parte de poder escribir en cualquier lugar, pero no encajaba en Los Ángeles. No quiso volver a saber nada con ese mundo.

H: Vos sos guionista, deberías saberlo.

C: Pero no es lo mismo ser guionista acá, en Argentina, que allá. Mirá, te voy a leer algo que dice sobre eso: «Es un ambiente adictivo, y encima te entregan una cantidad obscena de dinero. Algunos autores quieren más y más dinero de Hollywood, pero yo solo quería el suficiente para ocuparme de mi familia. No necesito lujos. Conduzco una furgoneta, y las únicas cosas que compro son herramientas. Quizás por eso Hollywood no me atrapó. Es fácil verse atrapado si te fascina tener un Jaguar o una mansión en las colinas. Pero yo solo necesito reemplazar mi vieja sierra mecánica y comprarme otro par de botas. Esas son mis necesidades básicas».

H: ¡Ah, boludo, es Huckleberry Finn en el monólogo final de Las aventuras de Tom Sawyer!

C: Te conozco tanto que sé que lo querés decir de memoria y con acento español.

H: ¿Puedo?

C: Es nuestra revista, adelante.

H: «Mira, Tom, no quiero saber nada con ese dinero… Todo me parece servido en bandeja y me resulta la mar de fastidioso no tener que preocuparme por nada. Además debo usar esos estúpidos zapatos e ir a la iglesia los domingos, y la viuda no me deja silbar ni fumar mi pipa en paz, y para maldecir a gusto tengo que esconderme en el establo… Hagamos una cosa, Tom: quédate tú con la pasta, y me prestas unos duros cada vez que sople el viento. Porque no vale nada, Tom, lo que no nos cueste un poco conseguir».

C: ¿Estás llorando?

H: Croac.

Palitos de la selva

CHIRI: ¿Se conocerán en todas partes los Palitos de la Selva? Quizás los lectores de otros países no sepan que se trata de una golosina.

HERNÁN: ¿Por eso trajiste tantos?

C: No, siempre tengo. Es una de mis golosinas preferidas.

H: Existiendo tantas genialidades en los kioscos de Buenos Aires, como el Cabsha, las Vauquitas o los Mogul Cerebritos, no entiendo por qué te gustan tanto esos cosos.

C: Porque el Palito de la Selva ofrece sensaciones azucaradas irrepetibles mediante un delicado equilibrio de aromas añejos, muy expresivo y afrutado en paladar, con trinos vivos en boca y gran estructura. Excelente compañero de pescado al horno y mariscos.

H: Estás leyendo una etiqueta de vino, Christian. ¡Te descubrí! Odio que te hagas el experto en golosinas delante de mí.

C: Es que soy experto en golosinas. Acordate que, durante los noventa, trabajé en un maxikiosco de Santa Fe y Cerrito, donde cursé el posgrado en cosas dulces.

H: No sigas.

C: Mi único problema con los Palitos de la Selva es que, con el paso de los años, la marca amplió el espectro de las representaciones del envoltorio a otros animales de la naturaleza cuyo hábitat no es precisamente la selva, y no le cambió el nombre a la golosina.

H: Un problema gravísimo, me imagino.

C: Es decir que hoy existen varias especies que ya no son exclusivamente de la selva, sino de todos los ecosistemas.

H: Necesito cambiar de tema urgente.

C: Te dispersás mucho.

H: ¡No! Te recuerdo que hacemos una revista de literatura, no de golosinas. Por ejemplo: ¿de dónde salió Manuel Cantón, el autor de «Cebras»?

C: De nuestra cantera, precisamente. Es el mismo que escribió para la Orsai digital «El básquet no es un deporte democrático».

H: Me encantó aquel cuento, y este que le publicamos ahora en la revista directamente me destroza el corazón, me hace mucho daño.

C: Es una hermosura. ¿Y viste lo bien que lo interpreta él mismo en la versión sonora?

H: Cada vez me gusta más la versión sonora de esta revista… Y volviendo al cuento, no conocía el último poema de Pizarnik, que encontraron sobre la mesa después de su muerte.

C: «En el centro puntual de la maraña / Dios, la Araña».

H: Tremendo.

C: Pero no es de Pizarnik, es de Borges.

H: ¡No digas boludeces, Christian! Entiendo que tengamos una revista con la portada de Borges, pero no tenés que meterlo en todos lados. Esos versos no suenan al ciego.

C: Escuchá y aprendé. Durante años, muchos lectores fervientes de Pizarnik citaron con entusiasmo esa frase póstuma, que en realidad no es puramente de ella, sino una modificación de los versos finales de un soneto de Borges que dice así: «En el centro puntual de la maraña / hay otro prisionero, Dios, la Araña». ¿Te suena a Borges ahora?

H: Ahora sí es de Borges. No te lo puedo creer. ¿Cómo se llama el soneto?

C: «Jonathan Edwards (1703-1758)», y está en el libro El otro, el mismo. Como Martina, el personaje del cuento de Cantón, Pizarnik también deja un mensaje póstumo. Reescribe a Borges.

H: Espectacular.

C: Y te voy a dar un dato más loco todavía: pizarnik, en ruso, significa «copista». ¿Una disolución de la vida en la literatura? ¿Una escritora que termina siendo literatura, en su cuerpo, en su vida, sin que importe el autor ni tampoco quién escribió qué cosa?

H: Qué alivio que no seas únicamente el boludo de los Palitos de la Selva.

C: Yo sé que, en el fondo, te alegra mucho tenerme de amigo.

 

Aprovechemos la racha

CHIRI: ¿Me podrías explicar por qué publicamos un texto largo de una autora estadounidense de 1917?

HERNÁN: Porque el número pasado vendimos treinta mil ejemplares de una revista de literatura y ahora todo nos chupa un huevo.

C: Tenés razón, pasáme el caviar.

H: Y no solamente eso: también lo mandamos a Seselovsky a la guerra en el avión privado de Enrique Piñeyro, y le financiamos una aventura a Gabriela Wiener —que va a salir en el próximo número—, y le metimos inteligencia artificial a la voz de Borges… No estamos reparando en gastos.

C: Somos como los nuevos ricos de las revistas de literatura.

H: Tremendo oxímoron.

C: Aprovechemos la racha, que se va pronto y volvemos a ser unos muertos de hambre.

H: Ah, y les pagamos dos veces a los autores, cosa que fue muy bien recibida.

C: De hecho, Guillermo Martínez, Divinsky y algunos otros lo dijeron públicamente en las redes.

H: Y dos lectores se ganaron viajes a donde se les antojó, para dos personas, en un hotel cinco estrellas. Uno eligió México, y el otro, Japón.

C: ¿En este número también va a haber sorteo?

H: Sí, leé la página 210. Vamos a sortear entre todos los lectores la escultura de la tapa.

C: Cuánto nos hubiera gustado esta revista cuando éramos jóvenes. Incluso este cuento largo y feminista escrito en 1917…

H: Mientras leía el cuento, pensaba en lo simple que sería adaptarlo al cine.

C: Claro, porque primero fue una pieza de teatro. Busqué en IMDb y hay un corto de 1930 y un mediometraje de 2009, pero lo tenés que buscar como «Trifles», porque es el título original. Y lo mejor: también tiene una adaptación en el ciclo Alfred Hitchcock presenta.

H: Es maravilloso. Una obra policial feminista, escrita hace más de cien años. Qué genial Susan Glaspell.

C: Y lo más loco es que está inspirado en un crimen real.

H: Apa, no sabía.

C: Según lo que leí, una noche de diciembre del año 1900, un tipo llamado John Hossack apareció asesinado en su cama. Tenía dos hachazos en la cabeza. Cuatro días después detuvieron a su esposa, Margaret Hossack, por ser la principal sospechosa del crimen.

H: Salvo por los hachazos en la cabeza, el plot es tal cual el del cuento.

C: Pero el cuento termina antes, en la vida real pasaron más cosas.

H: Me encanta cuando ponés esa voz de Crónica TV. ¿Qué más sabés?

C: A Margaret la condenó un jurado que estaba compuesto totalmente por hombres. Le dieron cadena perpetua y le adicionaron trabajos forzados. Pero como había un montón de cosas y detalles que no cerraban para nada en la acusación, después de dos apelaciones y un nuevo juicio Margaret pudo recuperar la libertad.

H: Y me imagino que Susan habrá seguido el caso desde muy cerca.

C: De hecho lo cubrió como periodista para un diario de la época en el que trabajaba. Unos años más tarde convirtió la historia en una obra de teatro, y después en este texto que acabamos de leer en las páginas que pasaron.

H: Me pone muy contento que sigamos haciendo la revista Orsai en papel. En los últimos dos o tres años crecimos para otros wines, estamos con la cabeza en proyectos audiovisuales, en la futura universidad, etcétera, pero esta es la semilla de todo, ¿no?

C: Más que eso. Si Orsai es un barco, la revista es el faro que nos dice por dónde hay que ir. No tendría mucho sentido jugar a hacer cine, o libros, o series, si no hubiera una revista que nos guiara. Y como decís en el editorial, el secreto es mantener las ganas de jugar.

H: No quieras cerrar con una frase mía. La próxima buscáte algo propio.

 

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