Sobremesas de Revista Orsai N5 T2

El escritor Juan Sklar, la poeta Silvina Giaganti y el japonés Riichi Yokomitzu, entre muchos otros, nos deslumbran y hacen de la revista número 5 de la segunda temporada, un ejemplar único y especial.

Quemá esas cartas

En cartas entre leprosos y sus familias. Tremendo. Pero ahora, con wasap, ya nadie escribe cartas. 

CHIRI: Es cierto, la último que recuerdo haber leído con este formato es la novela de Amélie Nothomb. Una forma de vida, ¿te acordás?

H: ¡Claro! Es la historia de un soldado gordo que no puede parar de comer, y que le detalla sus pesares mediante cartas desde Irak.

C: ¡Sí, correcto!

H: ¡Qué terrible y hermosa novela, por favor! Me sentí muy identificado.

C: ¿Alguna vez fuiste a la guerra? 

H: No, pero me escapé de la colimba porque tenía miedo de que los oficiales me apodaran «Soldado Gordo». ¿Te acordás el cagazo que me daba? 

C: Sí. Me había olvidado.

H: Otra novela epistolar que me gustó muchísimo fue Respiración artificial, la de Piglia.

C: Intuyo que lo decís para hacerte el intelectual, porque en el fondo no creo que la hayas leído.

H: ¡No seas hijo de puta! ¡No me hagas quedar para el orto en este ámbito! «Respiración» fue fundamental para mí.

C: ¿Le decís «Respiración», en serio, como si la conocieras de toda la vida? No la leíste nunca, mentiroso.

H: «Narrar es como jugar al póker. Todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad».

C: Está muy bien esa frase. Es de ese libro de Piglia… Y supongo que aplica para el cuento epistolar de Javier Ramos. Debe haber bastante verdad en el intercambio de cartas con esa antigua

compañera de la escuela secundaria.

H: ¿Cómo llegó a nosotros este escritor que publicamos? ¿Es conocido en España?

C: Lo sigue mi mujer en Instagram. Un día me dij… H: Esperá, esperá… Margarita Monjardín en estas páginas no es «tu mujer», es la directora de arte de la revista. Tené un poco de respeto.

C: Ok. Un día Monjardín me dijo: «Mirá a este tipo, está completamente loco».

H: Tampoco le digas «Monjardín», a secas. No es tu suegro, es tu esposa.

C: ¡Chupáme un huevo y dejáme explicar!

H: Perdón. Pero no me gustó cuando me dijiste lo de «Respiración». Sí que leí esa novela.

C: Prosigo, sin tomar nota de que estás llorando.

H: Gracias.

C: María me mostró a este Javier Ramos y apenas lo vi me hice fan. Tenés que ver las cosas que hace en su Instagram, es genial. 

H: ¿Cómo es su Instagram?

C: Así como suena, @javierramos.

H: ¡Ah! pero es el mismo tipo de las fotos!

C: Claro, boludo. ¿Qué clase de director de revista sos? Las fotos que publicamos con el cuento son las que él mismo se sacó y publicó en Instagram con las cartas…

H: ¡Pensé que estábamos publicando a un escritor!

Entonces, ¿es un tipo que hace boludeces en las redes sociales?

C: Bueno. Técnicamente vos también.

H: ¿Y esto es lo que descubrió tu mujer? ¿Un gallego chistoso que boludea en Instagram?

C: No es gallego: es valenciano. No es chistoso: es bizarro. Y no es mi mujer: es María Margarita

Fernández de Monjardín, la directora de arte de la mítica revista Orsai. A ver si hablamos con propiedad.

H: Perdón, Christian Gustavo.

Camisa de once varas

CHIRI: Silvina Giaganti estudió filosofía, está formada en la academia, pero a la hora de escribir ¿sabés qué dice?

HERNÁN: No. Qué dice.

C: Que escribe para que la entiendan sus padres.

H: Mirá vos. Yo coincido mucho con eso. Toda la vida escribí tratando de hacer equilibrio entre mi papá y vos. Que a Roberto no le pareciera demasiado difícil de leer lo que yo escribía, y que al mismo tiempo vos no te aburrieras por demasiado simplista. ¿Es un buen consejo, no?

C: Sería un muy buen consejo si lo hubieras onseguido… Pero yo me aburro como un hongo con lo que vos escribís.

H: Sí, se te nota en la cara de ojete.

C: ¿Ves que no podés soportar las críticas?

H: Me parece que mi viejo tampoco me entendió nunca. Es decir que escribí al pedo.

C: Nunca vas a saber si tu viejo te entendió o no.

Silvina Giaganti tiene un poema sobre su papá que, si no lo leíste, te recomiendo que lo leas porque es impresionante. Se llama «No era fecha religiosa».

H: ¿Cómo es?

C: Habla de la camisa ombú de su papá, la que él usaba todo el tiempo… Empieza diciendo: «Me daba mucha vergüenza que mi papá se dejara puesta / la ropa de trabajo fuera de horario y anduviera / por ahí así vestido, la camisa, el pantalón azul de grafa, / yendo y viniendo por el barrio, tomándose colectivos / como si no supiera, o no se mereciera, usar otra cosa». Buscálo ya y leélo todo.

H: Acá lo encontré.

C: ¿No es muy conmovedor?

H: Shhhh. Lo estoy leyendo.

C: Es cortito. ¿Lo terminaste?

H: Sí, boludo. Ya lo terminé.

C: Estás llorando, ¿no?

H: Me molesta mucho que me recomiendes cosas solamente porque te gusta que llore. Después buscá en Google la palabra «dacrifilia», no sea cosa que te esté pasando eso.

C: No, no me excito con las lágrimas. Pero me da risa lo rápido que moqueás, no tenés filtro.

H: El poema que me pasaste de Silvina es buenísimo. Y lo que escribió para la revista también, es mortal… Me encanta cómo escribe esa chica. Es simple y llega al hueso.

C: ¿Viste?

H: Pero hay algo que no entendí muy bien. Lo del festival de música country del que habla en la crónica, ¿es cierto o es un invento de ella?

C: ¡Es verdad, boludo! Es un festival que existe

y que se hace todos los años en San Pedro, el pueblo de Abelardo Castillo. Y que además suele ser multitudinario, tal cual lo describe.

H: No tenía idea de que la música country pudiera ser algo masivo fuera de Estados Unidos.

C: Pensá en esto: Marcos Ferragut es un músico que nació en Lanús y toca country. Cuando le preguntaron por qué había elegido ese estilo, contestó que Creedence le voló la peluca desde chico. Y si a esto le sumás que creció mirando

Bonanza y El gran Chaparral en la tele…

H: Está más cerca de «Suzie Q» que de la pulpera de Santa Lucía.

C: Exacto. De hecho la canción «Juntos a la par», la que canta Pappo, fue compuesta por Yulie

Ruth, un gran referente de la música country en la

Argentina. Buscá en Youtube este tema cantado por Yulie y vas a ver.

H: ¿Es este?

C: Sí, el tipo de sombrero de paja amarillo.

H: Hacé silencio, lo estoy escuchando.

C: ¿Ya estás llorando de nuevo?

H: Un poco. ¿Y a vos eso te excita?

C: Levemente.

La liga de la justicia

HERNÁN: Es loco cómo se mezclan las historias y los colaboradores en la revista. ¿Te diste cuenta?

CHIRI: Pensé lo mismo mientras leía la crónica.

H: ¿Por qué de pronto Fernando Noy, un autor que publicamos en la anterior edición de Orsai, aparece de la nada y se mete a declamar un monólogo en esta crónica de Rodolfo Palacios?

C: Un monólogo genial, además.

H: Increíble monólogo. ¿Pero vos viste todos los crossover involuntarios que tenemos entre autores y personajes?

C: Es como si nosotros fuéramos DC, Rodo Palacios fuera Batman, Fernando Noy fuera Superman y esta crónica que acabamos de leer fuera un episodio de la Liga de la Justicia.

H: No… Lo que venía diciendo yo estaba bueno, pero llevaste la metáfora a un terreno de historieta juvenil del que desconozco las referencias.

C: Está bien, lo saco de ahí y lo llevo a las series de los ochenta, que entendés más. Es como cuando el camionero BJ se metía en Sheriff Lobo, y viceversa.

H: Ahora sí me parece una metáfora acertada.

C: O como cuando Marcos Guerrero de la novela

Dulce amor apareció como chofer de Sofía Ponte en La dueña.

H: Ahora vuelve a ser una metáfora incorrecta.

C: Las metáforas, en tu cabeza, solamente funcionan cuando conocés el contexto.

H: ¡Obvio! Es lo que decía Borges sobre el sabor de la manzana.

C: No lo decía Borges. Lo decía Berkeley y Borges lo cita en el prólogo de su Poesía Completa.

H: ¿Pero te acordás lo que decía?

C: Obvio. «El sabor de la manzana está en el contacto de la fruta con el paladar, y no en la fruta».

H: Exacto. ¿Y por qué llegamos a esto?

C: No tengo la más puta idea.

H: Hacé un esfuerzo. Era algo de los cruces.

C: Ya me acordé: si te fijás en la crónica de Rodo, aparecen otros personajes que no son nuevos en estas páginas. Calamaro, que ya estuvo en el viaje a Rosario que hicieron Rodo y Poca Bala en la Orsai tres de la temporada dos. Y también aparecen Patán Ragendorfer y el viejo Symns, que participaron como autores en varias ediciones de la primera temporada de la revista. ¿No es loco?

H: Sí, sí. Tenés razón. O el mundo se volvió muy chiquito, o el territorio en el que se mueve el Rodo Palacios es cada vez más amplio.

C: Me inclino por la segunda.

H: Lo que pasa es que Rodolfo está en todas partes, últimamente. A veces abro Infobae y lo veo… Todo criminal que camina va a parar a su asador.

C: Igual es cierto que cada vez se lo ve más cansado y más harto del mundo que frecuenta.

H: Yo también lo noté… Sobre todo de los códigos de ese mundo.

C: Totalmente, hay como una novela que se empieza a vislumbrar en la trama de todas las crónicas que viene escribiendo en la segunda temporada de la revista. Por un lado, las historias de armas, bandidos y delincuentes. Y por debajo de esa capa episódica, su comedia existencial, sus preguntas, el hastío… 

H: Cuanto más harto está de ese mundo, mejor escribe. Eso es raro. Porque en general cuando nos cansamos de algo le empezamos a prestar menos atención. 

C: ¿Qué?

H: No me estás escuchando.

C: Sí, sí.

H: A ver, ¿qué dije?

C: Dijiste: «Es loco cómo se mezclan las historias y los colaboradores en la revista. ¿Te diste cuenta?». Y yo dije: «Pensé lo mismo mientras leía la crónica». Tengo todo en la cabeza. ¿Sigo?

H: No, dejá. Te creo.

¿Cómo se dice madre en japonés?

HERNÁN: Me pegó un sopapo este texto. Creo que empecé a llorar antes de la mitad y no paré hasta que llamaste.

CHIRI: ¿Viste? Es tremendo. Yo no lloro, vos sabés, pero también me conmovió mucho.

H: Mirá que yo a Chichita con el tiempo le agarré cariño, pero me dieron ganas de que se muera para que me llegue el texto con más fidelidad.

C: No podés ser tan hijo de puta.

H: ¡Con mi vieja no, eh!

C: Pero si la estoy defendiendo de la barbaridad que dijiste.

H: Lo que quiero decir es esto: lo que escribe esta mina es tan íntimo…

C: No le digas mina.

H: Ok. Es tan parecido al pensamiento puro del duelo lo que escribe esta señora, que uno quisiera estar más en sintonía al leerlo.

C: Entonces no querés que se muera tu vieja.

H: Solo a efectos literarios.

C: Ok, y es verdad. Es muy delicada, profunda y conmovedora esta crónica de Mori Ponsowy.

Tanto me impresionó que lo único que deberíamos hacer nosotros, ahora, sería un largo silencio. Y no la pavada que dijiste sobre tu vieja, que ojalá que dure cien años.

H: ¿La pavada?

C: ¡Tu vieja!

H: Estoy de acuerdo: deberíamos hacer silencio después de una crónica tan bestia, pero algo tenemos que decir en las sobremesas. Y lo mejor, después de párrafos tan demoledores, es meter un chiste o algo que sacuda.

C: Entiendo pero no comparto.

H: Escucháme, además de este relato tan lindo que publicamos, ¿vos leíste alguna otra cosa de Mori Ponsowy?

C: Leí una novela que se llama Okāsan. Diario de viaje de una madre. 

H: ¿Y es más de lo mismo? ¿Ella hablando de su mamá, etcétera?

C: Nada que ver. Es una historia real en la que

Mori, en primera persona, cuenta el reencuentro con su único hijo de dieciocho años en Japón, donde él está viviendo. Es un viaje increíble, también. Se lo recomiendo a todo el mundo.

H: ¿Viajar a Japón?

C: No, pelotudo. ¿Cómo voy a recomendar viajar a Japón, me viste cara de Carolina Aguirre? Recomiendo la novela de Mori.

H: Ah, ok… Igual la historia que me contás me suena un poco. ¿Puede ser que haya leído algo en internet?

C: Puede ser, porque Mori la empezó a escribir en forma de textos sueltos y urgentes en Facebook, para compartir la experiencia que estaba viviendo con sus amigos y seguidores en el mismo momento en el que las cosas pasaban.

H: Mirá vos qué simétrico: el texto de Mori que publicamos es la voz de una hija hablando sobre su madre. Y en Okāsan se da justo la operación inversa: es una madre hablando sobre su hijo.

C: Exactamente. ¿Y vos sabés cómo se dice madre en japonés?

H: ¡Me encanta jugar a eso! ¿Cómo se dice?

C: Okāsan.

H: Ah, me estabas hablando en serio…

C: Claro.

H: Yo pensé que íbamos a empezar a hacer chistes de idiomas. «¿Cómo se dice noventa y nueve en chino? Cachichién». Pensé que estábamos jugando a eso. 

C: Vos dejaste de fumar porro después del infarto, ¿cierto?

H: Sí.

C: ¿Entonces cómo se llama esto que te está pasando ahora?

H: Abstinencia.

Trompetistas maravillas desde chicos

HERNÁN: ¿Vos te acordás cuándo fue que escuchamos por primer vez el nombre del poeta cordobés Daniel Salzano?

CHIRI: ¡Claro! Fue con una canción de Baglietto que se llamaba «Salzanitos», que empezaba diciendo así: «Mis hijos serán / trompetistas o no serán nada».

H: «Les prohíbo cirujanos, arquitectos. / Mucho menos banqueros, hombres de la bolsa. / ¡Serán trompetistas maravillas / desde chicos!».

C: Estás cantando a los gritos. ¿Estás en el patio de tu casa? ¿Dónde estás? 

H: «En el zapato de Reyes la corchea / en el otro zapato el de las fucsias. / Después les compró la bolsa la vida, / les doy almanaques de caballos, / les compro aparatos con cosquillas…»

C: ¿Vos sabés la hora que es, Hernán?

H: «Los pongo contra el cielo, / les explico de Dios y de Louis Armstrong. / Mis hijos serán descalzos, errabundos detenidos, / palpados de uno o más amores, / les encontrarán, es claro, la trompeta».

C: ¿No está durmiendo tu hija?

H: Ahora no. Empezó a llorar.

C: Claro. No podés gritar así. Yo tuve que bajar el volúmen del teléfono. Un poco por los gritos y otro poco por la vergüenza que me da.

H: Qué hermosura ese poema de Salzano… Me acuerdo, la primera vez que escuché la canción de Baglietto, que yo quería tener hijos solamente para obligarlos a ser lo que a mí se me antojara.

Es todo lo contrario que la canción «Let It Be» de los Beatles.

C: Sí, me acuerdo. Vos cantabas «Salzanitos» como un demente, por la calle, igual que ahora, pero sonaba menos patético…

H: Claro, por la edad. 

C: Éramos adolescentes y nos preguntábamos quién carajo sería ese Daniel Salzano que firmaba la letra, ¿te acordás? No sabíamos nada de él.

H: No teníamos ni idea, pese a que Salzano ya había escrito varios libros y era una celebridad en Córdoba. Pero para nosotros, que vivíamos siempre mirando lo porteño, no existía.

C: En realidad nunca existió. Porque seguimos siendo muy poco federales.

H: Es cierto, como pasó con Juan Filloy y con otros muchos escritores de provincia.

C: Igual eran tiempos previos a internet. Ahora, gracias a las redes, ya no importa desde dónde escribe nadie. Las cosas funcionan o no, pero ya no depende de las capitales.

H: ¿Esto que publicamos de Salzano es inédito?

C: No. Estos textos aparecieron originalmente en una columna semanal que Salzano tenía en La Voz del Interior. Salía todos los sábados y eran un clásico de la ciudad. Todo el mundo la leía, todos esperaban las nuevas historias. 

H: Y pensar que el que ocupa hoy el espacio que dejó vacante Salzano en ese periódico es nuestro amigo José Playo.

C: ¡Es verdad! Y no me imagino a nadie mejor que él para tomar esa posta.

H: De hecho, fue Playo el que nos hizo el contacto con la editorial que recopiló y publicó la mayoría de estos textos en una antología preciosa, que además, según tengo entendido, fueron corregidos y mejorados en su momento por el propio autor.

C: Salzano murió en 2014, qué cagada… Me hubiera gustado conocerlo.

H: Por suerte conocemos a Playo, el Salzano del siglo veintiuno.

C: Sí, pero no es lo mismo. ¿Cuál vendría a ser el mejor poema de Playo?

H: Para mí, su mejor poema fue ese día que se compró una campera concheta en Barcelona y salió gritando: «¡Tengo una chupa pija, tengo una chupa pija!».

C: Sí señor. Esa frase es un poema.

Los uruguayos muerden sin querer

CHIRI: El otro día vi el segundo tiempo del partido que jugaron Argentina y Uruguay en el Mundial de México 86.

HERNÁN: Nos ganaron ustedes uno a cero. Con gol de Pedro Pablo Pasculli. 

C: ¡Cierto que tu papá te obligaba a hinchar para Uruguay! Me había olvidado.

H: No era una obligación, querido. En casa odiábamos a Bilardo, como Dios manda.

C: Hernán, vos no odiabas a nadie. Tenías quince años y tu papá era el dueño de la secta. Ya es hora de que reconozcas la coacción.

H: No estoy de acuerdo.

C: No importa. Lo que me llamó la atención es cómo pegaron los uruguayos en ese partido. Un despropósito, me había olvidado por completo.

H: Me acuerdo de que a Maradona lo recontra cagamos a patadas. Y que ustedes fueron superiores durante los noventa minutos.

C: ¡Basta de hacerte el uruguayo! Además vos no sabés ni tomar mate amargo ni morder.

H: Los uruguayos no mordemos por gusto, sino porque no podemos dejar de hacerlo. Lo acabás de leer recién en la crónica de Carolina Trujillo.

C: A propósito, ¿es verdad que Carolina Trujillo escribe solamente en holandés?

H: Eso me dijo cuando me mandó este texto. Primero escribe en holandés y de ahí traduce al castellano. Pensá que se fue a vivir a Holanda cuando tenía seis años…

C: Pero después volvió, según cuenta. 

H: En 1985, cuando el escenario político estaba más calmo para su familia. Al principio le costó todo. En la escuela le iba para el orto, se rateaba, era bastante rebelde, hasta que un día empezó a escribir y las cosas comenzaron a ordenarse.

C: Yo la stalkié bastante. Parece que escribió una novela, la mandó a un concurso de literatura juvenil en Buenos Aires, ganó el primer premio y cobró mil dólares por los derechos del libro.

H: En ese punto, durante un minuto, se cruzan nuestras vidas.

 C: ¿La tuya y la mía?

H: No, pavo. La de Carolina Trujillo y la mía. Ella manda su novela al Concurso Colihue, y yo ese mismo año mandé mi primer relato a la versión cuento del mismo concurso. Y ganamos los dos. 

C: ¿En serio?

H: Sí señor. Yo la conocí a esta chica en la Feria del Libro, cuando presentó su novela, y ella me la regaló, autografiada. Los dos teníamos diecinueve o veinte años.

C: No te lo puedo creer.

H: Leí esa novela durante todo el viaje de vuelta a casa y me pareció excelente.

C: ¿Te acordás el nombre?

H: Nunca me lo olvidé. Se llama De exilios, maremotos y lechuzas. Habla de la dictadura uruguaya y de cómo ella, muy chiquita, se había tenido que adaptar a la escuela primaria en Holanda. 

C: ¡Qué bárbaro los cruces de la vida! Yo leí que con la plata del premio se compró un pasaje de avión y volvió a cruzar el océano en busca de nuevas aventuras.

H: Exacto. Y se quedó tanto tiempo en Europa que ahora escribe en holandés, aunque su mundo narrativo sigue en el Río de la Plata.

C: ¿Y ella se acordaba de vos? 

H: Hace unos meses mandó a la redacción este texto que publicamos y me sonó su nombre. Le dije, en la respuesta al mail, que nos conocíamos. Y le conté esta historia. Lo que no me animé a decirle es que soy uruguayo.

C: Hernán, no sos uruguayo. Tu papá te obligaba a hacer cosas contra natura en tu adolescencia y eso te marcó. ¿De verdad nunca vas a ir a un psicólogo para hablar de esto? 

H: ¿A un psicólogo? ¡Los uruguayos no vamos al psicólogo! Qué argentino cancherito que sos. Vení que te muerdo.

Rituales primitivos

HERNÁN: Me parece ilegal lo que hace Sklar.

CHIRI: ¿Dar talleres de literatura sin haber estudiado? A mí también. Una vez estuve a punto de llamar a la policía.

H: Eso también, pero te hablaba de otra cosa. Me parece ilegal que te cuente historias de amor entre dos rugbiers, que debe ser la relación más espantosa del mundo; o entre un señor y un perro, que es la segunda relación más espantosa del mundo; o entre Silvia Süller y Soldán, que es la tercera; y que siempre parezcan historias de amor genuinas.

C: No sé si genuinas, pero las cuenta muy bien. A veces te dan ganas de ser un perro, o Soldán, o descerebrado… Vos jugaste al rugby, ¿no? 

H: De chico, y solamente durante un mes y medio. Fueron seis prácticas y nunca jamás entendí las reglas.

C: Pero llegaste a integrar el grupo de los quince chicos titulares y jugaste algunos partidos, según tengo entendido.

H: Sí, Christian. Lo explico todo en un cuento, no te hagas el detective.

C: Es decir que estuviste en los vestuarios, interactuaste… Etcétera.

H: ¡Ah, ya entiendo por dónde vas! No. Nunca llegué a que me metieran una banana en el orto, si es lo que me estás queriendo preguntar.

C: Ojo, mirá que hay un mecanismo de defensa que impide que las cosas que pasaron en el vestuario del Club Mercedes lleguen al consciente.

H: No es mi caso. Estoy seguro de que nunca me metieron una banana en el orto, porque tiempo después, en la revisión de la colimba, los doctores se quedaron mirando un rato largo mi ano, y conversaban sobre lo cerrado que lo tenía.

C: No esperaba ese giro en la trama. Me hizo mal la imagen. 

H: Yo estaba en cuatro y ellos eran tres. Un militar y dos médicos.

C: Ahora regreso, con tu permiso.

H: «Mire doctor, el culo del Soldado Gordo es inexpugnable», dijo el militar. Y yo, en posición de perro, me sentí orgulloso.

C: Ya volví.

H: ¿A dónde fuiste? 

C: No importa. Mientras leía el cuento de Sklar pensaba que el ritual del «culo, culo» estaba exagerado, o que había mucha imaginación, pero es algo que sucede de verdad en los clubes de rugby cuando un novato escala a primera división.

H: Es un ritual un poco raro, ¿no?

C: Viene de algo muy primitivo del hombre. Dicen que lo hacen para fortalecer al grupo y generar comunidad. Es bastante común en el deporte.

H: Y también en las empresas, ¿viste lo que hace

Apple cada vez que inauguran un Apple Store?

C: No, ni idea.

H: Los empleados corean una cuenta regresiva y se abren las puertas. Después arman un pasillo, reciben con un aplauso a los clientes que van entrando por primera vez y al final (o al principio, no sé bien) hacen un baile sincronizado. Como marmotas.

C: Los vi, parecen una secta.

H: Exacto, pero todos los que participan del ritual, que entre empleados y fans son un montón de personas, están felices.

C: Yo estoy a favor de los rituales, igual. Si sirven para fortalecer las cosas, bienvenidos sean. 

H: Oíme, Christian, ¿vos creés que tendríamos que establecer algún tipo de iniciación con los recién llegados a Orsai?

C: Con todos no. Pero nuestro joven editor Martín

Felipe se lo merece bastante…

H: ¿Sistema Apple o sistema rugby?

C: Rugby a full.

H: Perfecto. Llamálo a la redacción con una excusa cualquiera. Yo me cruzo al Coto y compro fruta.

Colchones tóxicos

HERNÁN: ¡Me encantó! No soy muy lector de historieta, pero cada vez me convenzo más de que son cuentos, o son novelas, según la extensión. ¡Que son literatura genuina, real, quiero decir! Esta historia de Sole Otero mañana, en mi cabeza, va a funcionar con la dinámica de una lectura. ¿Se entiende lo que digo?

CHIRI: Claro. A mí me pasa también con algunas series, cuando son muy buenas. Que me quedan en la cabeza como si hubiera leído un libro. 

H: Exacto. Las cinco temporadas de Six Feet Under las tengo guardadas en la cabeza como una novela larga. Está en el mismo cajón que tengo al Adán Buenosayres.

C: Al final, con los años, nos damos cuenta de que los formatos son solamente tuppers de plástico con tapa, que lo importante era la comida. 

H: ¿Y no te alivia saberlo? 

C: Me alivia y me da hambre.

H: Sole Otero dice que le gusta más contar historias que dibujar, por ejemplo.

C: Sí, lo leí por ahí. Dice que el dibujo para ella es, más que nada, un acompañamiento para lo que está queriendo contar. De todas maneras, me encanta cómo dibuja.

H: A mí también… Hace poco sacó una novela gráfica nueva que se llama Intensa, que habla de las relaciones sentimentales de los humanos desde la perspectiva de una extraterrestre recién llegada a la tierra. La leí un poco en pantalla y me atrapó. Tiene una cabeza lindísima esa chica.

C: ¿Es ciencia ficción? 

H: Sí, pero mezclada con cuestiones de orden doméstico y cotidiano, como hace muy bien ella. ¿Leíste su novela gráfica Poncho fue?

C: No, ¿está buena?

H: Muy buena, cuenta la historia de una chica y de un chico que se conocen, que empiezan a salir, que se enamoran, que se van a vivir juntos…

C: Una historia de amor…

H: Hasta ahí. Pero en ese punto las cosas se empiezan a pudrir y todo termina en una relación tóxica que te la regalo… Está muy bien contada. Y fue armada sobre una experiencia personal, con muchos elementos autobiográficos de ella. Es muy bueno lo que construye ahí, como autora.

C: Me gusta lo que hace en «Colchón inflable», la historia que le publicamos, cómo cuenta lo que le va pasando al tipo por dentro. 

H: Cómo se va acomodando en relación a su pareja, de a poco…

C: Eso. Cómo se mimetiza de acuerdo a los cambios y a los pequeños o grandes giros que se le van presentando en el camino, y todo en cuestión de horas.

H: Y a veces de minutos… Así funcionan muchos cerebros, ¿no?

C: Con una falta absoluta de previsión. Así funcionan muchas instituciones también, y muchos países.

H: Es verdad. Lo que le pasa al pibe de la historieta no es muy distinto a lo que pasa en Argentina con las corridas cambiarias.

C: Está bueno que la historieta se llama «Colchón inflable», además… Una cama improvisada que funciona como una metáfora de la precariedad de lo que pensamos y de lo que muchas veces, incluso, sentimos… 

H: Donde hay colchones inflables hay relaciones tóxicas.

C: ¿Estás seguro de eso?

H: No, para nada, pero me pareció que la frase sonaba bien.

C: Es decir, te gustó el tupper y adentro metiste cualquier comida.

H: No me dejás pasar una.

El ciclomotor tiene cara de mujer

CHIRI: No me digas que este cuento no es uno de los más maravillosos que leíste últimamente en tu reputísima vida.

HERNÁN: No podés decir «últimamente» y «en tu reputísima vida» todo junto en la misma frase, es un oxímoron.

C: Cuando tenés razón, tenés razón.

H: Empezá de nuevo, después lo editamos.

C: Pero lo editás, ¿seguro, no?

H: Claro boludo, no lo vamos a dejar así todo desprolijo en la mítica revista Orsai. Empezá.

C: Ok. ¡No me digas que este cuento no es uno de los más maravillosos que leíste!

H: ¿Últimamente, o en mi reputísima vida?

C: Últimamente.

H: Te voy a ser sincero. En mi reputísima vida un japonés me había hecho llorar tanto…

C: No te creo. La cultura japonesa es muy vasta.

H: Es verdad. La única vez que uno me emocionó, un poco, fue Son Heung-min.

C: ¿Quién?

H: Ese japonés rapidito que juega en el Tottenham, de extremo, ¿viste cómo corre, cómo se sacrifica por el equipo?

C: Pensé que me ibas a decir Miyazaki, el que hizo el El viaje de Chihiro, o Toshirō Mifune, de última… Pero nunca un japonés que corre.

H: Bueno, Murakami escribió De qué hablo cuando hablo de correr y a vos te gustó. Lo leíste en las épocas que corrías.

C: Ahí me cagaste.

H: En general te gano las discusiones siempre.

C: Pero Son Heung-min, el jugador de fútbol que nombraste, ni siquiera es japonés.

H: ¿Ah no? 

C: Surcoreano.

H: Como sea, el cuento que publicamos en la revista me gustó mucho. Creo que no me voy a olvidar nunca de la imagen del final: la troupe de actores pasándose los sombreros de mano en mano para llevar agua hasta los labios de Namiko.

C: Sí, totalmente, y me encanta el principio. Sobre todo cuando describe uno a uno a los personajes de la troupe solo con una línea.

H: Me encanta ese que se llama Sasa, que cuando se emborrachaba se ponía a lamer las puertas corredizas de papel… Es el más raro de todos.

C: Lo más extraño, para mí, es que a las mujeres del grupo el narrador del cuento no solo las nombra en último lugar, sino que ni siquiera las describe. ¿Te diste cuenta de eso?

H: Sí, dice «ocho hombres en total, más cuatro mujeres: Namiko, Shinako, Kikue y Yukiko».

C: Parecen todas marcas de motos.

C: ¿Será un síntoma del Japón conservador y patriarcal, ponerle a las mujeres nombres de moto?

H: Mirá si pasara acá. 

C: Es bastante improbable.

C: No. Es cuestión de acostumbrarse. María Vespa Martínez de Perón.

C: Sí, puede ser.

H: ¿Evita Pistón?

C: Ese no estuvo tan bueno.

H: Victoria Honda.

C: ¿Vos te das cuenta que a veces vas a buscar el chiste demasiado lejos?

H: Perdón Christian.

C: Al chiste hay que esperarlo. Si viene, lo agarrás. Pero no podés ir a buscarlo a la otra cuadra como si fueras un perro que busca patos baleados en los yuyos.

H: Perdón Christian. En serio.

C: Te conozco. Te morís por hacer otro. Dale.

H: Carlos Menem y su hija Zanelita.

Después de Bajo

Una guerra de egos

HERNÁN: ¿Viste que Mariano Feijoo dice que este cuento se le ocurrió leyendo la autobiografía de Morrissey? Pero para mí que es mentira…

CHIRI: ¿Por qué decís eso?

H: Porque es obvio que este cuento está inspirado en una banda argentina que no te voy a decir cuál es.

C: Decime ya cuál es, no seas cobarde.

H: No es por cobardía que me lo guarde, sino porque me parece que está bien que cada lector busque las claves dentro del cuento y saque sus propias conclusiones.

C: Dame una pista.

H: Es una banda bastante conocida de la escena del rock argentino que tiene muchos hits, uno atrás de otro…

C: ¡Soda Stereo!

H: Soda Stereo eran tres y los personajes de este cuento son cuatro. Es una guerra de egos, dos contra dos…

C: Eso es verdad, pero en Soda Stereo seguro que los otros dos le hacían bullying a Charly Alberti.

H: Volviendo a Feijoo, mejor, te recomiendo una novela que escribió el año pasado, y que se llama

Televisión.

C: ¿Está buena?

H: Muy buena. Habla del mundo de la tele argentina de una forma muy real, y ahora que lo pienso, cuando la leí me dije: «Este chico tiene que conocer muy bien este mundo para contarlo y describirlo de la forma en la que lo hace».

C: ¡Claro! ¡Si es productor de televisión! Hace muchos años que trabaja en ese ambiente y lo conoce como nadie. ¿Dónde puedo leer la novela

Televisión?

H: En una carpeta de mi computadora. La tengo ahí porque me la pasó hace unos meses. Pero si esperás un poco la vas a tener en papel, porque la vamos a editar.

C: ¿Nosotros, en la editorial Orsai?

H: Sí.

C: ¡Ah, muchas gracias por avisarme!

H: Te estoy avisando.

C: Listo, todo bien, Hernán. Yo pensé que éramos socios en esto de publicar libros, que me ibas a llamar a la noche dudando, que me ibas a mostrar el original de la obra, que entre los dos íbamos a sopesar si la publicábamos o no…

H: Vos lo que querés es charlar.

C: No, quiero que seamos editores cómplices. No me gusta tu actitud.

H: ¿Estamos teniendo una crisis de grupo, como la del cuento? ¿Una guerra de egos? 

C: Yo creo que sí.

H: ¡Qué bueno! Siempre quise que el núcleo duro de Orsai tuviera encontronazos.

C: ¿Para qué?

H: Para que podamos contratar a un psicólogo de empresa, como hace Les Luthiers.

C: ¿Para qué querés un psicólogo?

H: Para sentarnos en ronda, y entonces yo pueda decir la verdad sobre todo lo que pienso de vos.

C: ¿Y qué pensás?

H: Que sos un pavo.

C: ¡Decímelo gratis, pelotudo! ¿Para qué vamos a gastar plata en psicólogos? ¿Sabés lo que cobran los psicólogos de empresa?

H: ¿Te puedo decir lo que pienso en la cara, en serio? ¿No vas a necesitar contención?

C: Claro, querido. Decime.

H: ¡Sos un pavo!

C: Listo. ¿Te sentís mejor? 

H: Creo que sí.

C: Bueno. Ahora andá y haceme un café.

H: ¿Te das cuenta, Christian? Por culpa tuya nunca nos peleamos.

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