Sobremesas de Revista Orsai N2 T2

Seselovsky inaugura este número con una investigación superlativa. Hay historia picante de Sklar, la crónica de la devoción de Caro Aguirre por la cultura nipona y hasta un perfil de Don Julio Grondona. Y sí, todo pasa.

Estar en los grandes momentos

CHIRI: ¡Excelente la primera crónica de este número! Me gustó mucho cuand…
HERNÁN: Perdón, Christian. Antes de que empieces a fingir que sos inteligente, quiero decir que las frases al pie de esta edición, todas, son del Negro Fontanarrosa. Y la mayoría son burlas a los aforismos de la new age.
C: Ya me parecía que eran frases medio raras. ¿Y le pagaste los derechos a los herederos?
H: No creo que los herederos tomen a mal este homenaje, a diez años de la muerte del Negro. En el número pasado homenajeamos a Abelardo con sus frases y no apareció nadie a pedir plata.
C: Es verdad, tiene sentido.
H: También quiero decir que las páginas que acompañan todas las sobremesas de esta edición son exclusivas de Liniers para nosotros.
C: ¿Le pagaste?
H: Qué rompebolas que estás. ¿Quién sos, mi contador? Disculpá la interrupción. Seguí.
C: Te decía que me encanta cuando Seselovsky cuenta la visita que le hace a José Mesanich en Rosario, el patrón de su madre biológica.
H: ¿Qué parte es esa?
C: ¿Leíste la crónica?
H: Sí, boludo. Soy el director de esto.
C: Hay un momento en donde Chicho espera que Mesanich le abra la puerta de su casa y él piensa que cuarenta y cuatro años atrás, ellos dos, ese tipo y él, ya estuvieron cerca uno del otro.
H: ¡Sí! Me acuerdo perfectamente: «Yo flotaba en el útero de la empleada doméstica que doblaba su ropa. Él ya se llamaba José Mesanich», dice. Es maravilloso que lo pueda contar así.
C: Una noche hice una cena en casa y vino el Chicho. Hacía bastante que no nos veíamos, así que charlamos largo y nos pusimos al día.
H: ¿Yo estaba?
C: Creo que no, no sos muy recordable.
H: Ok.
C: Nos estábamos cagando de risa esa noche, éramos varios. Y en un momento Chicho nos empezó a contar que estaba detrás de los pasos de su mamá biológica, y que estaba escribiendo una especie de investigación en formato de crónica.
H: Me suena eso. ¿Puede ser que yo estuviera?
C: No. Seguro que te lo conté. Cuando Chicho terminó de explicar la historia todos nos quedamos mudos, con un nudo en la garganta.
H: ¿Por qué nunca estoy en los momentos importantes
de esta revista, Christian Gustavo?
C: Escuchá, no terminó la anécdota. Entonces yo le dije: «¡Chicho! ¡Esa crónica es para nosotros, ni se te ocurra dársela a nadie!».
H: ¿Estás contando esto para hacerte el héroe, o para subrayar que yo no estuve en esa reunión?
C: No fue una reunión, fue una cena en mi casa, con amigos íntimos míos. La pasamos bárbaro.
H: Bueno, cambio de tema. Cuando le propuse a Juan Sklar hacer la crónica que viene a continuación, vos no estabas. Éramos un grupo muy reducido, en mi casa, todos intelectuales y gente famosa. Estaba Polino. Fue una noche increíble.
C: Creo que la crónica que viene ahora se la propuso Josefina Licitra a Juan Sklar, o él a ella. Por teléfono. Tengo entendido que vos no tuviste nada que ver.
H: Error, fue en mi casa. Una cena hermosa, vos no estabas. Me acuerdo que vino Horacio Cabak, y trajo un pony. ¡Ay, este Horacio!
C: Hernán.
H: Qué.
C: Me estás dando lástima.

Hablemos de coger

CHIRI: El otro día vi Voley, la película de Martín Piroyansky. Ese actor que se parece a Mairal.
HERNÁN: ¿Está en Netflix?
C: Sí.
H: ¿Y qué onda?
C: La verdad es que no apostaba dos mangos, pero la terminé pasando muy bien. Me hizo acordar un poco a la novela de Sklar.
H: Los catorce cuadernos es, hasta el cierre de esta edición, la única novela de Juancito Sklar.
C: ¿Acabás de poner voz de locutor para decir eso?
H: Sí.
C: Sigo. Las dos historias cuentan una convivencia de muchachotes en el Delta del Tigre, chicos y chicas tratando de estirar todo lo posible la entrada al mundo adulto, con ganas de cogerse entre todos y drogarse hasta caer desmayados…
H: Ahora que lo decís, en un momento se levantó cierta polvareda porque no se sabía quién le había robado la idea a quién. No vi la peli, ¿es tan así?
C: No, salieron las dos al mismo tiempo. Si la historia
de Sklar transcurriera en San Clemente del Tuyú, y no en el Tigre, a nadie se le habría ocurrido decir nada. Incluso creo que las los historias se complementan de alguna manera.
H: Igual que Sklar y Piroyansky, ¿no?
C: ¿Ellos también se complementan, según vos?
H: Piroyansky es un actor que al mismo tiempo escribe… Y Sklar es un escritor que se sube al escenario y actúa vestido de mujer.
C: Lo mismo que vos.
H: Yo no me visto de mujer, Christian Gustavo. Soy un escritor serio.
C: Tampoco cogés al mismo ritmo que Sklar.
H: No prejuzgues. Lo que no hago es escribir sobre todo lo que cojo, ni cómo cojo.
C: ¿Entonces cogés con el desenfreno de Sklar?
H: No, en absoluto. Cojo con el desenfreno del abuelo de Sklar.
C: ¿El vivo o el muerto?
H: El muerto.
C: Igual es difícil escribir sobre sexo. ¿O no?
H: Totalmente. Siempre estás al borde del ridículo. Y a veces yo creo que el que escribe nunca está del todo seguro si en realidad se fue de pista y está haciendo un papelón. No conozco a muchos escritores argentinos que lo hagan bien, salvo Guillermo Martínez…
C: Para mí la que mejor escribe sobre sexo es Alejandra Rampolla.
H: Rampolla es sexóloga, no es escritora.
C: Es lo de menos… Además el apellido Rampolla, de entrada, me pone cachondo. Suena a una zona erógena del cuerpo femenino… «Me encanta cómo me acaricias la rampolla». «¿Quieres mi rampolla? Aquí la tienes, zorrito…».
H: No pienso seguir adelante con esta conversación. Y hacés el acento ibérico muy mal.
C: ¿Te da vergüenza o maduraste?
H: Creo que le damos demasiado importancia al sexo, cuando en fondo no hay nada más fácil que coger.
C: Esa una gran frase, querido amigo.
H: Sí, pero no es mía. Lo dice Carolina Aguirre en el texto que sigue.
C: O sea que vamos a seguir hablando de sexo. ¡Genial!
H: No. Vamos a leer la historia de una escritora en crisis a la que no le interesa tanto el sexo, ni los tipos con los que se acuesta, sino las peripecias del romance.
C: Algo que le sirva para distraerse un poco, ¿no?
H: Y, sobre todo, para poder contarlo después.

Irse lejos para entender

CHIRI: En la jerga de la televisión, cuando un guionista no puede escribir más porque se le acabó la nafta, o porque se le apagó el cerebro, suele decirse que se mancó. «¿Qué le pasa a López que se fue del programa?». «¿Y qué le va a pasar, pobre López? ¡Se mancó!».
HERNÁN: La misma palabra se usa en el argot del turf con los caballos que se lesionan y no pueden correr, ¿sabías? «Hoy no corre Tornado. Qué cagada. ¡Se mancó!».
C: ¿Tornado no era el caballo del Zorro?
H: ¿Y que tiene? Siempre que pienso en el nombre de un caballo, pienso en Tornado y en El Zorro. Una de las mejores series de la historia. Una opinión que por otro lado compartimos con Carolina.
C: El Zorro y también La familia Ingalls.
H. ¡Es verdad! Le debemos mucho a las dos series… Pero a Caro no le pasó eso de mancarse, según creo haber entendido.
C: Le pasaron otras cosas. Pero por hache o por be se terminó alejando de la escritura por un tiempo.
H: ¿Y vos decís que habrá encontrado lo que fue a buscar a Japón?
C: Yo creo que sí. De lo contrario no podría haber escrito un texto como este, ¿no?
H: Me acuerdo de un documental de Wim Wenders en el que también se va a Japón para buscar algo. Él quiere ver qué queda del mundo que el cineasta Yasujiro Ozu mostró en sus películas, pero no sabe con lo que se va a encontrar. Es un documental buenísimo que se llama Tokyo-Ga.
C: Lo conozco. Es de la misma época de Paris, Texas.
H: En realidad lo filmó antes que Paris, Texas, pero lo editó después. Me encantan esas películas que no tienen un plan definido, y que se van construyendo medio al tuntún mientras se filman.
C: Hace poco vi una peli así, o que intenta parecer eso, de Alejandro Agresti. Se llama No somos animales y laburan John Cusack y Al Pacino. Lo loco de esa película es que la historia, casi toda, transcurre en Buenos Aires.
H: Como la peli de Wong Kar-Wai, la de los dos chinos que vienen a Argentina para visitar las cataratas y andan por Buenos Aires en bondi y toman cerveza Quilmes… Una cosa rara. Porque la ciudad parece otra.
C: Sí, ponele. Tiene esa onda.
H: ¿Y está buena la peli de Agresti?
C: Depende. Para muchos es una expansión de su ego sin pies ni cabeza. Pero a mí me encantó. Está hecha con libertad. Y le chupa un huevo todo, empezando por los manuales que enseñan a escribir guiones y por lo que la industria dice que debería ser el cine. Te la recomiendo. Aunque sea solo para ver a Cusack caminando por Buenos Aires y tomando mate.
H: No creo que la vea solo por eso.
C: No te la vas a olvidar. En definitiva es la historia de unos tipos que se van lejos de sus casas para tratar de entender un poco el mundo en el que viven, y de paso entenderse a sí mismos… Como hizo Carolina.
H: Y como también hizo Pedrito Mairal.
C: ¿No me digas que ahora viene la segunda parte del Diario de Bretaña?
H: Así es, pero se llama de otra manera. Y se puede leer como un texto independiente. Pedro y el querido Cucurto en una residencia de escritores bastante rara. Los dos solos, aislados en sus cabezas, en el viaje más largo y con menos sexo del mundo.
C: ¿Qué? ¿No la ponen, en el tramo final?
H: Bueno, pasan un montón de cosas raras. Incluso en un momento todo se torna medio peligroso, pero no pienso espoilearte nada.

La capacidad de unir temas

HERNÁN: ¿De cuántas formas distintas llama Pedrito a Cucurto?
CHIRI: De muchísimas. Entre las que ahora me acuerdo le dice Cuc, Cucu, Captain Cook…
H: Cook a secas. Monsieur Cucq, Cucurto Rey.
C: Cucardo si es que está hablando con él.
H: Y en la primera parte lo llama Cucurthul, o Abdul Cucurthul.
C: Y después están las derivaciones. Como por ejemplo la Washington Cucurto Gallery.
H: Y el merchandising, como la Agenda Cucurtiana donde figuran los datos de todas las mujeres que lo aman.
C: ¡Qué gran personaje Cucurto!
H: Me encanta que sus pinturas ilustren las dos crónicas.
C: Alguien debería hacer una serie de televisión con la historia de Cucurto y de Pedro en Bretaña.
H: Pero la tendrían que actuar ellos dos, porque de otra forma no tendría sentido.
C: Si hacemos una próxima Orsai, estaría bueno pedirle a Pedro el cuento del flacucho que se enamora de una mina musculosa que a la noche hace ejercicio levantándolo en el aire como si él fuera una pesa.
H: Es una historia increíble. Porque el flaquito, pese a todo, nunca pierde la virilidad. Pero ella, por alguna razón que me gustaría saber, no se deja coger.
C: Te podés imaginar por qué. Pero de todos modos estaría bueno que ese cuento exista en algún momento.
H: Yo creo que cualquier cosa que escriba Pedro va a estar bien. ¿Vos viste lo que está pasando con La uruguaya, la novela de Pedro? El otro día pasé por una librería y vi que llevaba vendidos un número increíblemente extraordinario de ejemplares.
C: Tremendo. El tipo, en tres meses de laburo, escribió un best seller de altísima calidad. Un genio, Pedrino, aunque no sepa nada de fútbol.
H: ¿Qué viene ahora en la revista? Porque a esta altura deberíamos estar haciendo la introducción de lo que sigue y vos no me estás tirando ningún centro.
C: Te acabo de decir la palabra fútbol…
H: No entiendo.
C: Pensá… Pedro y Cucurto jugaron al fútbol con nenitos inmigrantes. Uno de esos nenitos era hijo de un africano que casi no hablaba francés, porque era un exiliado político. Y a partir de ahí seguí asociando vos…
H: ¡Es verdad! Lo que viene ahora es la maravillosa crónica escrita por Hilde Baele y dibujada por Jeroen Janssen, en exclusiva para Orsai, sobre la improbable pero verídica historia del ruandés que participó de la expedición africana del Che Guevara.
C: ¿Este Jeroen Janssen, el dibujante, es el belga que una vez fue a Sant Celoni a dibujarte a vos?
H: Sí, tengo un cuento en el blog que se llama «Un belga en casa», en donde explico que Jeroen y yo nos comunicábamos mediante pedos, porque no teníamos un idioma en común.
C: A propósito, ¿te acordás cuando le olías los pedos a la gente y podías saber qué habían almorzado, con lujo de detalles?
H: Hay zonas de mi pasado que preferiría que nadie supiera.
C: Del mismo modo, hay detalles en el pasado del Che Guevara que nadie conocía. Por ejemplo, sus semanas en el Congo, antes de morir en Bolivia.
H: Me llama la atención tu capacidad para unir temas.
C: ¿Soy bueno en eso?
H: No. Solamente me llama la atencion.

De guerrilleros a terroristas

HERNÁN: Una vez leí que el Che Guevara era el único hombre blanco que participó en la lucha del movimiento revolucionario congoleño.
CHRISTIAN: ¿En serio?
H: Eso parece… Junto con el Che, Cuba mandó a luchar a una docena de revolucionarios negros para que no llamaran la atención.
C: Al Che le habrá costado una bocha camuflarse.
H: Sobre todo porque él, en ese entonces, ya era conocido. Hicieron todo lo posible para volverlo invisible y que los enemigos no lo identificaran fácilmente.
C: Por eso le cambiaron el nombre por el de Tatu.
H: No fue por eso, sino porque los congoleños lo veían muy parecido al personaje de La isla de la fantasía. El que gritaba «¡el avión!, el avión!».
C: No es gracioso, Hernán. ¿Cómo llegó esta historia a nosotros?
H: Un día Jeroen, mi amigo ilustrador, me avisó por mail que estaba en Ruanda y que había conocido a alguien que estuvo con el Che en su época más desconocida. Y me pareció un testimonio periodístico tremendo.
C: ¡Qué orto que tenés con los contenidos! ¿Y por qué Jeroen estaba en Ruanda? ¿No es belga?
H: Creo que tuvo novia por esos pagos y se aquerenció… Cuando lo conocí me contó que incluso había estado en Ruanda en 1994, cuando fue la masacre aquella tan famosa.
C: El exterminio de la población tutsi.
H: Exacto. Pobre Dustin Hoffman.
C: ¿Eso fue un chiste?
H: Un chiste sofisticado, por eso no te reíste.
C: No me reí porque te estás burlando de un genocidio. No se hacen chistes sobre eso.
H: Pero fue un genocidio de gente negra, no pasa nada. ¿Leíste la última novela de Houellebecq?
C: ¿De quién?
H: ¡De Güelbéc! Nunca sé cómo se pronuncia.
C: Sumisión, decís vos… Todavía no. ¿Está buena?
H: ¡Buenísima! Cuenta una historia sobre Francia en poder de los musulmanes, en un futuro muy cercano. Y te la creés. O yo me lo creí, no sé muy bien. Pero esto es lo de menos; lo extraño es la serie de coincidencias que pasaron alrededor de la novela. ¿Querés que te las cuente?
C: ¿A ver? Sorprendéme.
H: Sumisión llegó a las librerías el día del atentado a Charlie Hebdo. Ese mismo día el semanario había publicado una edición que traía en su portada una tapa dedicada a…
C: A Houellebecq.
H: ¡Correcto! Y con el siguiente título: «En 2015 perdí mis dientes, en 2020 estaré haciendo el Ramadán ». Y este epígrafe: «Las predicciones del mago Houellebecq».
C: ¡A la mierda!
H: Pero eso no es todo. Uno de los sobrevivientes del atentado, el periodista Laurent Léger, contó que justo en el momento del ataque ellos estaban en una reunión hablando de…
C: ¡No me jodas! ¿De Houellebecq?
H: Te lo juro por Chichita.
C: ¡No jures por tu vieja, pelotudo!
H: Pero es verdad lo que te digo.
C: Te creo. De todos modos ya me gustaría ir cambiando de tema.
H: Demasiado tarde, Christian Gustavo. Porque a vuelta de página publicamos una crónica de Anita Prieto, que viene precisamente a darnos una lección sobre terrorismo.
C: ¿Es casualidad o lo enganchaste a propósito?
H: No fui yo, fue el mago Güelbéc.

Mejor no saberlo

HERNÁN: Es muy loco cómo muchas veces escribir se convierte el remedio más efectivo para sacarse de encima lastres psicológicos, traumas y cosas chotas.
CHIRI: Totalmente, hay muchos ejemplos que dan cuenta de eso. Dicen que Cortázar superó una fobia muy jodida después de escribir «Circe», por ejemplo.
H: Le pasaba una cosa rara con la comida, ¿no?
C: Pensaba que iba encontrar insectos vivos en el relleno de las empanadas, bichos gelatinosos adentro del yogur, lombrices repugnantes camufladas entre los fideos…
H: ¡Estoy comiendo, Christian!
C: Perdón. La cosa es que Cortázar tenía un miedo bárbaro de comer, hasta que un día pudo escribir «Circe» y la fobia se le pasó.
H: Yo soñaba una vez por mes que mataba a mi sobrina haciendo marcha atrás con el auto. Por un cagazo que me pegué una vez. Hasta que escribí el cuento.
C: ¿Y no soñaste más con eso?
H: No. Ahora sueño con vos en tanga. ¿Querés que te cuente el último sueño que tuve?
C: Prefiero no saberlo.
H: Entonces sigamos con Ana Prieto, que después de terminar su libro no volvió a tener un ataque de pánico nunca más.
C: Me llamó la atención que dijera que el libro no quedó del todo completo, cuando la verdad es que viene con muchísima información.
H: Es una sensación razonable, si el título «Todo lo que necesitás saber sobre terrorismo» no se entiende como una especie de metáfora…
C: Una cosa curiosa que cuenta en el libro es que desde el 11 de septiembre de 2001, los ataques de la «supremacía blanca» superaron, por mucho, a los cometidos por los yihadistas en Estados Unidos…
H: «Supremacía blanca», que es como decir «el fundamentalismo cristiano».
C: Y otra data buenísima es la del venezolano Ilich Ramírez Sánchez, un «revolucionario profesional », una especie de terrorista freelance, que ponía bombas a favor de la causa árabe.
H: Pensar que existe gente a la que le gusta coquetear con el peligro. Qué cosa más rara, ¿no? Es cierto que hay una adrenalina potente en eso, pero a mí dejáme sentado en el sofá de casa viendo la tele.
C: El que se metió en flor de quilombo por hacer eso, por coquetear con el peligro una vez más, es nuestro querido amigo Rodo Palacios.
H: ¿Es verdad todo lo que cuenta?
C: ¡La pura verdad! Se fue de road movie a Rosario con un hampón muy pesado, uno de los más poronga que hay en el país, para ver un recital de Calamaro, y en la aventura le pasaron todo tipo de cosas horribles y peligrosas. Esto fue hace un tiempo, pero Rodo se atreve a contarlo recién ahora.
H: Si yo fuera él no lo hubiera contado jamás. ¡Me llevo el secreto a la tumba! Se expone mucho ese muchacho, acá…
C: Una barbaridad. La única cosa sensata que hizo en toda esta historia fue haberle cambiado el apodo al hampón y ponerle «Poca Bala», para que nadie sepa quién es.
H: Lo hizo por miedo.
C: Yo te diría que lo hizo por pánico.
H: ¿Pero quién es Poca Bala, Christian? ¿Vos lo sabés?
C: Rodo me lo confesó, pero me pidió por favor que no se lo dijera a nadie. Ni siquiera a vos. Creéme, Hernán: por nuestro bien, pero sobre todo por el bien de nuestro camarada Rodolfito, mejor no saberlo.

¿Nos leerá gente del hampa?

HERNÁN: Me dejó temblando la nota de Rodo. No sé que sé hacer para relajarme.
CHIRI: ¿Querés que nos demos una ducha?
H: No seas pavo, Christian.
C: Tengo la sensación de que un día en la vida de Rodo equivalen, más o menos, a un año de los más convulsos y enloquecidos de los nuestros.
H: ¿No te preguntaste nunca cómo hace un tipo sensible como él para sacudirse de encima toda esa oscuridad cuando termina de laburar? Porque mirá que se mete en cada lugar, habla con cada muchachote…
C: Se la banca como pocos. Y además es su oficio, aprendió a hacerlo. Y ahora es un maestro en lo suyo. El más grande, quizás.
H: Una vez me contó que cuando terminó el libro sobre Robledo Puch empezó a sufrir ataques de pánico. Se subía a un avión y pensaba que el avión se iba a caer. O cuando lo llamaban por teléfono se preparaba para escuchar una desgracia. Después, por suerte, se le pasó.
C: ¡Qué lejos está el Rodo del prototipo del escritor burgués!
H: Justo en la otra punta. Es un animal. Un genio. Lo admiro mucho. Y lo quiero tanto que no creo que hagamos ningún proyecto sin tenerlo siempre cerca nuestro.
C: Evitá ponerte sentimental, Hernán. O por lo menos disimulá.
H: ¿Por qué?
C: Porque al Rodo lo lee mucho la gente del hampa y con esos comentarios sensibles lo estás haciendo quedar para el orto. Parecés tu vieja hablando de vos.
H: Pero la gente del hampa que él conoce tiene códigos. Nadie le va a decir nada. De hecho, cuando se mudó a la pensión de Constitución, en el momento más jodido de su vida, los únicos que aparecieron para darle una mano fue esta gente.
C: Los hampones de la vieja guardia.
H: Todos ladrones que conocemos de nombre, ya retirados.
C: Me dijo el Rodo que varios de estos delincuentes retirados se juntan cada tanto a tomar algo y a charlar, en una especie de Polémica en el bar a puertas cerradas. ¿Te imaginás? El Rodo fue a alguna de esas tertulias como invitado especial… Y dice que una vez lo llevó a Calamaro.
H: ¿Al cantante? ¡Mentira!
C: ¡No, en serio! Imagináte a Calamaro y al Rodo tomando un vermú, comiendo aceitunas y hablando de fútbol con los muñecos que robaron el Banco Río.
H: Es la escena de una película de Scorsese.
C: Es verdad. Decile al Rodo que la meta en un guión. ¿Sabías que ahora también hace cine? Acaba de escribir una película sobre Robledo Puch con Sergio Olguín.
H: Sí, sabía. Dirigida por Luis Ortega. Y también colaboró en Historia de un clan junto a Pablo Ramos, que —oh, casualidad— es el escritor que sigue ahora.
C: ¿No digas?
H: En serio. Ahora mismo, a vuelta de página, estás a punto de conocer un costado de Julio Grondona que nunca nadie te lo mostró.
C: Parecés Luis Majul cuando presenta esos informes periodísticos que después se desinflan como una globo.
H: Nada más alejado de eso. Este es un perfil íntimo, doméstico. Sin denuncias. Sin escándalos. La historia de un pibe que nació en Sarandí y que creció bajo la sombra, la tutela, la protección de un tipo que todo el barrio llamaba de una sola manera: «Don Julio».
C: ¿Qué apellido?
H: No seas pelotudo, Christian.

Hasta los pequeños detalles

HERNÁN: Hace poco leí una nota de Cherquis Bialo, el periodista que trabajó en la AFA con Grondona, en la que habla de los entretelones de la organización del Mundial del 2030 en Argentina y Uruguay.
CHIRI: ¿Cherquis es un sobrenombre o un apellido? Nunca lo supe.
H: Puede ser cualquier cosa porque Cherquis es uruguayo, el país de los nombres más raros.
C: ¿Nunca hiciste la prueba de abrir la guía telefónica de Montevideo?
H: No, pero supongo que debe estar lleno de Washingtons y de Franklins.
C: Eso no es nada. Figuran toda clase de nombres increíbles: Flash, Pejerto, Filete, Circuncisión, Democrático Palmera, Leodán, Walt Disney, Preciosísima Del Campo, Daniel Pistola… La lista es interminable. Hacé la prueba y vas a ver.
H: Si tengo otra hija le voy a poner Preciosísima Del Campo, te lo juro.
C: ¿Y a qué venía todo esto?
H: A una cosa que cuenta Cherquis Bialo cuando le presentaron a Grondona la idea de organizar el Mundial del 2030.
C: Cierto, ¿y cómo reaccionó?
H: «¿Un Mundial organizado entre Uruguay y Argentina?», dijo. «¿Y cómo lo financiamos? ¿Quién hace los estadios, los aeropuertos, las rutas, los hoteles, los lugares para entrenamiento y concentración? Hay que invertir un dinero imposible para nuestras economías. Y después pasa el Mundial y te preguntan: ¿no hubiera sido mejor hacer hospitales o escuelas?».
C: Lo que pasó en Brasil.
H: Tal cual. Entonces parece que Don Julio, en vez de hacer un Mundial con todas las letras, propuso armar un octogonal entre las selecciones campeonas del mundo, porque desde que España había entrado en la élite el número daba par. Así que todo cerraba perfecto.
C: ¿Y qué pasó con eso?
H: Grondona se murió y la idea quedó en la nada, y no sé mucho más… Pero él tenía todo calculado, las fechas, el fixture, los horarios de los partidos. ¡Todo! Hasta el nombre de los árbitros.
C: ¿Los árbitros de 2030? Pero si todavía son niños. ¿Qué decís?
H: Es que Grondona estaba en todos los detalles.
C: Eso es verdad. Dicen que anotaba todo en libretitas que llevaba siempre encima, y que nadie tocaba jamás: nombres, cifras, favores… ¿Dónde estarán esas libretas ahora?
H: No estarán más en ningún lado, supongo.
C: ¿Vos sos de los que están a favor o en contra de Don Julio?
H: Yo estoy en contra de toda persona que se atornille a cualquier clase de poder. Eso nunca puede ser bueno.
C: ¿Y te gustaría un Mundial en el Río de la Plata?
H: ¡Obviamente! Pero es en lo único que coincido con Grondona: no es fácil hace un Mundial acá.
C: Según el escritor Diego Tellier, el Mundial del 2030 va a ser uno de los últimos que se celebren antes de que el fútbol se prohíba para siempre.
H: Tellier escribe ciencia ficción.
C: ¿Pero si es un visionario, como Don Julio?
H: Grondona no era un visionario.
C: Yo digo Don Julio Verne.
H: De todas maneras, Diego Tellier ni siquiera llegó a escribir esos cuentos de manera completa. Él solo escribe los argumentos.
C: Por las dudas, espero que a ningún pelotudo se le ocurra publicarlo.
H: Como le dice Pedrito a Cucurto en los diarios de Bretaña: «tarde, querido». Da vuelta la página y verás.

El ataúd es una empanada de carne

CHIRI: ¿Quién es Diego Tellier, y por qué aparece en nuestra revista con una foto y una biografía falsa? ¿No es poco serio?
HERNÁN: Sí, es inmaduro el recurso de camuflarse, pero yo tenía muchas ganas de publicar estos cuentos breves, y él no quiere darse a conocer de otra manera. Así que le respeté el deseo.
C: Qué raro vos respetando deseos.
H: Prioricé la obra.
C: ¿Entonces no lo conocés al tipo?
H: No. Lo encontré en Twitter. Escribiendo tuits es un provocador. Está en contra de los gordos, por ejemplo. Así que gremialmente es mi enemigo.
C: Jodéte. Vos estás en contra de los chilenos.
H: Tellier también está en contra de los chilenos, y eso me reconcilia un poco con sus racismos. Y además su literatura es muy buena.
C: Me gusta el cuento de la salteña que hace el último repulgue de empanada que puede hacerse en el universo. Y que de esa forma, sin saberlo, desata un apocalipsis lento.
H: Yo una vez soñé que me encerraban en una empanada.
C: Me acuerdo perfectamente. Fue hace mucho tiempo. Éramos chicos.
H: Tenía apenas ocho años, y fue horrible.
C. No te creo. Para un gordo, estar adentro de una empanada debe ser el paraíso. Tenés de todo para comer al alcance de la mano: carne picada, pedazos de huevo duro, aceitunas gigantes…
H: Al principio sí, recuerdo que la sensación era muy agradable.. Pero enseguida me di cuenta del error. Aquello no era el paraíso, era el infierno…
C: ¿Por qué lo decís?
H: Porque la empanada a la que me habían confinado estaba llena de pasas de uva.
C: Qué espanto.
H: Una empanada que contiene pasas de uva nunca puede ser el paraíso, ¿entendés?
C: Claro, todo el mundo sabe que las pasas de uvas son cadáveres de cucarachas disfrazadas de frutos secos. El olor, la rugosidad…
H: Mejor cambiemos de tema. Porque además ese sueño me hace pensar en mi propio funeral.
C: ¿En qué sentido?
H: En el peor de los sentidos. Todavía hoy, después de tantos años, me persigue la imagen del último tramo del repulgue cerrándose sobre mi cabeza, como la tapa de un ataúd vista en subjetiva.
C: Lo que pasa es que justo ahora no podemos cambiar de tema. Porque lo que sigue son, precisamente, dos cuentos sobre funerales.
H: ¿No había un tema más alegre para elegir?
C: Lo eligió Martín Felipe Castagnet, nuestro editor de ficción.
H: Ya lo suponía. Si los cuentos no llegan a estar buenos, pobre de él. Que se vaya a buscar laburo a Gatopardo.
C: El primero es una historia de Hernán Vanoli, áspera y bastante sórdida, sobre un funeral muy extraño. Hay que entrarle con cierta actitud, como cuando te sentás a ver una serie de David Simon en HBO. Pero una vez que estás adentro de ese mundo ya no podés salir.
H: Me interesa.
C: El otro es un cuento de Liliana Colanzi, una gran escritora boliviana, sobre un funeral imborrable contado desde la mirada de una nena.
H: No me cuentes nada más. Que ahora labure Martín Felipe y escriba una buena intro, precisa y sintética, sobre los dos cuentos.
C: Tenés razón, que trabaje él, que para algo lo mandamos a la universidad.

Obsesión por el futuro

CHIRI: Una vez le preguntaron a Liliana Colanzi qué significaba ser escritora, y ella respondió con unos versos de Osvaldo Lamborghini.
HERNÁN: ¿Qué versos?
C: «Me haré escritor. Es decir, me meteré la lengua en el culo».
H: Excelente respuesta, aunque me da un poco de asco. Sobre todo si pienso en el culo de Bukowski.
C: Tenés que pensar en tu propio culo.
H: Ya lo hice, pero la sensación no mejora.
C: ¿Creés que deberíamos haberle puesto un glosario al cuento de Colanzi?
H: No hacía falta. Se entiende todo.
C: Salvo, quizás, cuando habla del «cadáver de alasitas».
H: Está clarísimo: se refiere a un ángel con alas pequeñas.
C: No, boludo. «Alasitas» es una feria que se hace en Bolivia en homenaje a Ekeko, que es el dios andino de la abundancia y la felicidad.
H: Mirá vos. ¿Y en qué consiste la feria?
C: La gente va y compra miniaturas de cosas que desea: casas, títulos, pasaportes… Después los objetos se bendicen y el que los compró espera que aquello que necesita se convierta en realidad.
H: Ok, por eso la metáfora «cadáver de alasitas».
C: Claro, por el cuerpo de Alfredito.
H: Me gusta esa mezcla en la obra de Colanzi, que va desde referencias al imaginario mágico campesino hasta viajes a Marte, sin escalas y sin encasillarse.
C: Vanoli tampoco se encasilla. De hecho tiene una novela breve que se llama Las mellizas del bardo, en la que narra un mundo dominado por mujeres, y en la que además uno de los protagonistas es el cyborg de Lionel Messi.
H: No está mal la idea de convertir a Messi en un robot. Aunque en la vida real el que está mucho más cerca del cyborg es CR7, ¿o no?
C: Sin duda, sobre todo por el diseño de la mandíbula.
H: Además CR7 siempre está igual. Messi va cambiando, vos vas viendo que se hace grande, que le crece la barba, que esa barba es pelirroja… Pero Ronaldo no cambia ni envejece nunca.
C: Hablando de eso, ¿cómo habrá envejecido Snatch: cerdos y diamantes, la película de Guy Ritchie que Vanoli nombra en «Funeral gitano»? Me dieron ganas de verla otra vez. ¿Seguirá estando buena?
H: ¿Y esta revista, Christian Gustavo? ¿Seguirá estando buena dentro de cincuenta años?
C: Ni siquiera sabemos si está buena ahora.
H: Sí, ahora está buena. No es difícil hacer bien una revista en esta época. Pero me preocupa si a nuestros nietos les gustará.
C: Ya leí que hablabas de eso en el editorial de la página tres… Estás un poco obsesionado con ese tema, ¿o me parece a mí?
H: ¿Vos no pensás en tus nietos?
C: Sí. Yo voy a tener un nieto que se va a llamar Ernesto y que se va a culiar a unas nietas mellizas que vas a tener vos, Elsa y Raquel.
H: Sobre mi cadáver.
C: Exacto. Ernesto las va a conocer en tu velorio y se las va a culiar arriba de tu cajón. A las dos.
H: Me parece una escena muy inadecuada para cerrar las sobremesas de esta edición, Christian.
C: Entonces dejá de romper las pelotas con los nietos de la gente leyendo Orsai.
H: Si vos dejás de hablar de Ernesto y las mellizas, yo no saco más el tema.
C: Listo, quedamos así.

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